sábado, 6 de noviembre de 2010

El ángel posible
Líber Falco
(1906-1955)
 Aldo Roque Difilippo

El próximo 10 de noviembre se cumplirán 55 años de la muerte de Líber Falco, un poeta injustamente olvidado, pese a que parte de su obra ha sido musicalizada y que muchos canten, sin saberlo “Yo nací en Jacinto Vera”, o desconozcan que el disco “Cometa sobre los muros” del dúo Larbaois Carrero tome el nombre de uno de sus poemas.
Más allá de esto, que podría ser anecdótico, Líber Falco es uno de esos poetas fundamentales en la literatura uruguaya, y también uno de los grandes olvidados; poco o casi nada reeditado.
Nació en Montevideo el 4 de octubre de 1906. Su vida exterior fue casi anónima y devorada por dificultades. Cursó 2 o 3 años de secundaria, luego aprendió ligeramente dos o tres oficios trabajando más tarde para una modesta imprenta. En sus últimos años trabajó de corrector de un diario vespertino.
Fue lector apasionado de unos cuantos autores: Rafael Barrett, Romanin Rolland, los novelistas rusos del siglo XIX, César Vallejo, Antonio Machado, Jules Superville, Saint-Exupery, Chesterton.
En su juventud dirigió la revista “Banderín” que circuló  escasamente, y de la que se editaron apenas cinco números entre 1937 y 1938. En la década de los años 40 fue venerado por un grupo amplio de jóvenes intelectuales, entre los que estaban Mario Arregui y Domingo Bordoli.
A Bordoli se le debe su incursión en la revista mercedaria Asir, y también la edición de su obra póstuma, el libro “Tiempo y Tiempo” (1956).
“Líber Falco destiló gota a gota una poesía inalterable”, anota presumiblemente Bordoli en la solapa de este libro. Acotando que este libro póstumo recoge, además del material que había dejado pronto para su edición poemas que fueron publicados en diferentes revistas.
Su obra la constituyen cuatro libros: "Cometas sobre los muros" (1940), "Equis andacalles" (1942), "Días y noches" (1946), “Tiempo y tiempo” (1956).

“Asir” (1948-1959) fue una publicación que generó el debate nacional con su par montevideana “Número”.  Una publicación que conservó su carácter mercedario, con la particularidad de imprimirse y tener un equipo de redacción en Montevideo, encabezado por Domingo Bordoli,  centrando el debate entre lo nacional y las vanguardias europeas.
El narrador Julio C. Da Rosa recordó esa etapa de tertulias  en casa de Bordoli, la redacción montevideana de la revista: “Conocí a la gente del grupo Asir, a Bordoli, Guido Castillo, Arturo S. Visca, de a ratos a Eliseo Salvador Porta, a Dionisio Trillo Pays y, por  supuesto, al inolvidable poeta Líber Falco”. Agregando “en la casa de Bordoli, en la calle Coquimbo, hicimos una especie de Academia  criolla e informal, con mate, caña, cigarro, tango y guitarra”.
Mario Benedetti lo definió como un ángel posible, destacando que Líber Falco mantuvo “su poesía dentro de esas emociones primordiales”. Afirmando “Falco veía con claridad dónde residían sus oscuridades, que al ser prolongadas y verificadas en su contorno, eran también, y en última instancia, los misterios del ser”. Remarcando Benedetti: “ni en su poesía ni fuera de ella, Falco hizo proselitismo de sus actitudes; dijo, simplemente, y su dicción tuvo único, inevitable acento”.



La moneda
                           A Carlos Denis Molina

Mira cómo los niños,
en un aire y tiempo de otro tiempo,
rien.
Cómo en su inocencia,
la Tierra es inocente
y es inocente el hombre.
Míralos cómo al descubrir la muerte
mueren, y ya definitivamente
ya sus ojos y dientes
comienzan a crecer junto a las horas.

Deja que ellos guarden sin saberlo,
el secreto último de su inocencia
nuestro último sueño, ya olvidado.

Cuando todo termine
deja que un niño lleve
nuestra única y última
moneda.





Lo que fue

Vienes por un camino
que mi memoria sabe,
que mi memoria sabe,
indagándote el rostro.
Mas ¡ah! , ya no es posible
siquiera, no es posible
detenerte un instante.

Todo está muerto, y muerto
el tiempo en que ha vivido.
Yo mismo temo, a veces,
que nada haya existido;
que mi memoria mienta,
que cada vez y siempre
—puesto que yo he cambiado—
cambie, lo que he perdido.


Final

Nadie se esparaba,
nadie.
Tampoco ahora
nadie se esperará
Detras de la última puerta
tú solo y nada
ni nadie.

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