sábado, 20 de noviembre de 2010

Emilio Frugoni y sus poemas montevieanos

Aldo Roque Difilippo


Emilio Frugoni es recordado por su carrera política, como uno de los fundadores de socialismo en el Uruguay. Pero su otra faceta, la de poeta, ha sido prácticamente olvidada, o simplemente desconocida. Si bien las dotes de Frugoni como poeta no sobresalen demasiado, resulta interesante acercarse a sus poemas, ya que discurren en ellos algunas pinturas de época acordes a la moda de los primeros años de este siglo XX.
En 1923 aparecía en  Uruguay "Poemas Montevideanos", (Máximo García, editor, Sarandí 477, Montevideo, 1923), 36 poemas donde se "injertan la polifonía temática de la urbe en el discurso poético. No la épica de la batalla, no la heroica de los guerreros y próceres de los diversos sitios, no la crónica apologética de los hechos históricos, no la alabanza a los grandes gestos de la epicidad criolla", sino "la cotidianeidad urbana, con el que el diera Acuña de Figueroa a las peripecias diarias y rutinarias de la vida citadina (sitiada) de los montevideanos entre 1812 y 1814" (1).Alberto Zum Felde anota: "su musa bajó de la tribuna, adoptando el tono llano, para pasear sus nostalgias sentimentales por las calles de la ciudad solariega, en un recreo de carácter predominantemente descriptivo".
Cuando en 1923 apareció "Poemas Montevideanos", Frugoni ya había escrito tres libros: "De lo más hondo", "El eterno cantar", y "Los Himnos", y le siguieron "La epopeya de la ciudad (Nuevos poemas montevideanos)",1927, y "La canción Humana", 1936. Décadas después recordando sus inicios políticos Emilio Frugoni rememora sus primeros tanteos como poeta: "-¿Cómo empezó en política?
- Empecé siendo anarquista.
- Es decir romántico.
- Si; los anarquistas eran los románticos de las luchas sociales. Estaba al comienzo de la adolescencia: en los catorce años. En casa de mi padre (mi padre, inmigrante italiano, genovés, tenía un registro de telas y ropería en la calle 18 de julio), todas las tardes, después del trabajo, reuníanse a jugar al "tresiete" varios amigos; entre otros, recuerdo a Domingo López y Cúneo. Este último, español, predicaba el anarquismo. Sus pensamientos libertarios me hicieron mucha roncha; me enardecieron. Bajo esta influencia compuse, más tarde mis primeros versos, en que, replicando a un poema de Roxlo dedicado a una pecadora, canté que los frutos del amor, aunque se originaran en un desliz, no debían ocultarse nunca... Por aquel entonces, toda la mocedad inquieta de montevideo sentíamos el anarquismo. Después de un pasaje, muy fugaz, por el batllismo, al que fui llevado por los Manini, por los Arena y, sobre todo, por lo que había de avanzado el batllismo, abracé las doctrinas del socialismo científico, y quedó ya definida mi personalidad, bien o mal".(2)
A continuación reproducimos cinco poemas de ese libro de 1923, donde el poeta inicia un recorrido por su ciudad, y junto a algunas pinturas de paisajes, discurren también costumbres y formas de vida como "Música en la Plaza", "El Tranvía del Norte", "El baño", "El guardahilos, "El conventillo", "Radiotelefonía"; algunas de las cuales han caído en desuso.

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DEFINICIÓN
La ciudad en que vivo es una gran aldea
con sus casitas chatas de techo de azotea
y su espíritu chato como su arquitectura.
En fin, que tiene el genio igual a la figura.
Sin embargo, su vida no carece de encanto,
el encanto de un sueño quieto, mas no profundo,
al cual llegan afónicos los rumores del mundo...
Su ritmo es cadencioso, lento como el de un canto
de cuna.

Pero aquí gira en tanto
la diabólica rueda de la Fortuna...



LA HORA DEL AMOR
Tus puertas, Montevideo,
y sus pequeños balcones
tendidos a los costados
de tus puertas, en la noche
al terminarse la cena
ritual en los comedores
de las familias metódicas,
florecen de caras jóvenes...
Y comienza en ese instante
la hora del amor, que pone
en tu alma un rayo de luna
y un estremecido acorde
de guitarras trashumantes
en manos de trovadores...

Recomienza en tus umbrales
el diálogo monocorde
del amor, bajo el gran zarzo
encendido de la noche.

Paseando por sus calles
oigo a esas horas de roce
de los élitros del beso
vibrando sobre las flores
de los temblorosos labios
rojos como corazones...
Veo pupilas ardientes
con miradas como voces
que gritan desde una cárcel
de cristal ansias y amores.
Veo manos que se estrechan
y se ocultan como cómplices
de un delito silencioso
renovado cada noche...
Cierro los ojos y creo


ver colgar de tus balcones
como brazos sacudidos
por frenéticos temblores
las medioevales escalas
que usaba el amor de entonces...

Montevideo, te vuelves
Verona todas las noches.



LA PLAZA CONSITUCIÓN
La Catedral estira como antenas
sus torres para ver a la distancia.
Frente a la Catedral luce el Cabildo
su colonial estampa.
(Tras el ancho portal, con movimiento
de lanzadera pasa,
al pie de la escalera majestuosa
el blandengue de guardia).

Entre los dos, el Club ríe en el mármol
y en la línea gentil de su fachada.
Ante ellos, familiar y recogida
entre las cuatro calles que la abrazan,
y como defendida por sus árboles
del ruido y la inquietud que al borde pasan,
su placidez de corazón aldeano
nos ofrece la plaza.

Tiene en el centro una bonita fuente
candorosa y arcaica,
con lujo de puttini delicados
a escupir chorros de agua.
Tiene bancos en donde a todas horas
buenos viejitos charlan.
Y tiene, en fin, un aire íntimo y dulce
y una tranquilidad hospitalaria.

Dijérase que es uno de esos patios,
llenos de luz, de las antiguas casas;
que es el abierto patio de un asilo
en cuyas lozas blancas
se acuesta el sol, como domesticado
a los pies de los viejos que descansan,
mientras sobre su tibia piel de oro
la caricia del viento juega y pasa...


EL CEMENTERIO CENTRAL
Ciudad de mármol construída
para la vida de la muerte:
por tus caminos va la vida
con silencioso y medroso paso
temiendo acaso
que la muerte se despierte...

Los cipreses piramidales
son como emanaciones espirituales
que de las tumbas se levantan.
Con lentos gestos sacerdotales,
son monjes en los funerales
que eternamente allí se cantan.

Las aves ponen sus inquietudes
entre las ramas y abren sus cantos
como flores sobre los llantos
las losas y los ataúdes.

La vida, así como un rocío
cae palpitante sobre la muerte;
pero de pronto un viento frío
pasa acallando el garrulerío
con un "chist" imperioso y fuerte.
­No vaya a ser que en un sombrío
hueco la muerte se despierte!



LA FIAMBRERA
(Semblanza humorística)

Montevideo está como encerrado
en una tupida red de alambres
que nos recuerda ese enrejado
con que se cubre a los fiambres...
Entre las líneas paralelas
de los telefónicos hilos
que cual bordonas de vihuelas
en lo alto zumban intranquilos,
y cuando el viento los azota
dan una voz que ruge y clama,
está a manera de una nota
dentro de su pentagrama.
Bajo esa red que el viento altera
y lanza al aire sus voces foscas,
nos movemos como moscas
dentro de una fiambrera...



EL BARCO EMIGRANTE
Estaba tendido en la arena
mirando la inquieta majada del mar.
Soñaba, soñaba... La vida era buena,
y la luminosa mañana serena
ponía en el aire su túnica de oro a secar.

El paisaje se alzaba a un costado.
Sobre la colina que se entra en las ondas,
casas de colores entre el apretado
abrazo de ramas de un verde lavado
eran tropicales pájaros luciendo
su ardiente plumaje imprevisto en las frondas.

Del lado del puerto, que apenas veía,
comenzó a adentrarse en la extensión azul
un barco, dejando tras sí la bahía
mientras se estiraba en la gloria del día
el humo a manera de un tul.

El barco emigrante adelantaba apenas...
Algo le impedía las olas cortar.
Y es que de la costa invisibles cadenas,
hechas de recuerdos, de amores, de penas
tiraban del buque trabando su paso en el mar.

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Notas:
(1) "La ciudad inventada. Montevideo en la escritura po‚tica y en las letras de canciones en los Siglos XIX y XX", Gerardo Ciancio, Academia Nacional de Letras, Mdeo, 1997.

(2)"Confesiones de un candidato", "Extra" 4/10/57).




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