sábado, 4 de diciembre de 2010

Víctor Lima
El dolor de los demás

Aldo Roque Difilippo

Muchas de sus canciones han sido cantadas por los más diversos intérpretes. Algunas de ellas constituidas hoy en verdaderos referentes del canto popular uruguayo. Víctor Lima (1921-1969), junto a Ruben Lena construyeron en esos años iniciales de nuestra música popular las letras que son hoy el referente de nuestra identidad nacional.

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El 6 de diciembre de 1969 Víctor Lima ponía fin a sus días arrojándose a las aguas del río Uruguay cuando apenas tenía 48 años, habiendo forjado una obra poética que fue la base del cancionero popular, cantado y venerado por casi todos sus cultores.
Víctor Rolando Lima Rodríguez había nacido el 16 de junio de 1921, en Salto. Su padre, escribiente de Policía de ese departamento, es trasladado al interior, y de allí a los pueblos de Valentín y Belén, al que se traslada con su familia. Quizá por eso el camino terminó cautivando al pequeño Víctor, convirtiéndolo en un verdadero trotamundos. “Víctor tenía cuatro años y yo cinco –recuerda su hermana Lidia René- cuando nos fuimos a vivir a la estancia de mi abuelo, ubicada en un lugar llamado “Zanja del Cobre” en la zona del Arapey Chico. A él le encantaba el campo, salía a recorrerlo con los peones y disfrutaba mucho contemplando el paisaje”. Vuelto a la ciudad para terminar la escuela, e iniciar el liceo, que no llega a terminar, “ya que en ese entonces, se la pasaba escribiendo versos”. Posteriormente se va a Montevideo “y está dos años en el cuartel hasta que se hace desertor –agrega su hermana-. Entra por un primo de mi padre, de apellido Onetti, padre del escritor”, viajando a Buenos Aires donde trabaja “en varias cosas, en el comercio, pero él siempre decía que quería ser artista”.
En 1948 aparece su primer libro de poemas “Canto del Salto Oriental”.  En los años cuarenta y cincuenta vuelve a su ciudad natal varias veces, pero el camino lo llama. “En realidad, siempre andaba yendo y viniendo, agarraba su valijita acomodaba su ropa prolijamente, más termo y mate y salía, se iba a caminar”. En una vida signada por el camino, la poesía y cierto éxito con las mujeres. Mientras en sus versos “el río sigue golpeando y cantando, el atardecer se derrama en las cuchillas” –apunta Julio Rapetti-.  Sin que por eso se convierta en un poeta simplemente paisajista, ya que “fue capaz de sentir como propio el dolor de los demás y, al mismo tiempo, reír con su risa y palpitar con las alegrías ajenas. El ser humano inserto en el paisaje es también tema prioritario de su repertorio, la humilde lavandera, el niño arrancador de naranjas, el hombre común elevado a la categoría de personaje como parte de un mundo real, a veces patético y sufrido, pero al que se resiste, deliberadamente, a descubrir con rasgos de ensoñación”.

Por siempre
Luis Neira lo recuerda “como un poeta “endemoniado”, no porque ello se manifestara en su poesía, sino porque lo manifestó en su vida de trotamundos y bohemio. La poesía, especialmente la copla, lo cantable, fue el sentido de su vida, y ningún otra cosa”.  Agregando “gustaba hacer versos, compartir horas con los amigos y cantar (…) Tuvo entonces que “revolverse” en mil oficios de donde sus “demonios” lo sacaban para echarlo al camino, fenómeno que signa su vida y su poesía (…) Estuviera donde estuviera, Víctor Lima cantaba “a capella” o con algún circunstancial tañedor de guitarra, ya en una rueda de amigos, ya en una fiesta familiar o ante un grupo de niños escolares que pronto entonaban, naturalmente, sus coplas tiernas y sentidas”.
Ese empecinado destino de trotamundos lo lleva a  Treinta y Tres donde conoce al maestro Ruben Lena, “y a través de él a quienes conformarán el célebre dúo Los Olimareños –apunta Rapetti-. Sin pretender encender polémicas estériles ni negar a otros pilares de nuestro canto, podemos considerar que estos cuatro nombres constituyen uno de los grandes mojones de la cultura uruguaya de todos los tiempos”.
En diciembre de 1969 es hospitalizado en Salto. Su madre había muerto “un mes y tres días” antes, recuerda su hermana, cuando el poeta decide poner fin a su existencia, arrojándose a las aguas del río Uruguay. “Nadie lo vio y la crónica no registró el hecho, discreto y humilde como su germen, el canto de Víctor surgió de las aguas, se elevó en el aire, sobrevoló las cuchillas y la pátina pardusca de los montes y las orillas –comenta Rapetti-. Su voz resuena en guitarras y fogones, en cánticos de amigos y familias, en raídas paredes de boliches marginales que por siempre le darán la eterna bienvenida. En los patios de las escuelas, en los corazones y gargantas de todos los niños uruguayos”.

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Destinos emparentados


Víctor Lima nació frente a la casa donde Horacio Quiroga pasó su niñez. Separados en muchos aspectos, extrañas coincidencias los terminaron uniendo. Los dos se fueron de su ciudad natal a temprana edad. Los dos sintieron su arte como una actividad vital. Los dos tuvieron un espíritu inquieto: Lima el trotamundos que recorrió el país, Quiroga en Misiones empecinado en convertirse  en “el hombre de acción (que) ocupa en mi ser un lugar importante como escritor. En Kipling la acción fue la política y turística. En mí, de pioneer agrícola". Los dos tuvieron éxito con las mujeres. Los dos pusieron fin a sus vidas. Quiroga escapando del Hospital de Clínicas de Buenos Aires para comprar el cianuro al saberse aquejado de un mal incurable. Lima escapando del Hospital salteño, “voy a comprar un vino y vuelvo”, dijo, pero no regresó, “y desde la altísima barranca del monumento a Horacio Quiroga decide poner fin a sus males arrojándose a las embravecidas aguas del Río Uruguay”.

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