viernes, 10 de junio de 2011

Jorge Luis Borges (1899-1986)

El eterno provocador

 

* Hace 25 años, el 14 de junio de  1986, moría Jorge Luis Borges, uno de los más grandes escritores del Río de la Plata.


Aldo Roque Difilippo
Criticado por unos, sobre todo por sus posturas políticas (llegó a aceptar una condecoración del gobierno de Pinochet), idolatrado por otros, Borges es sin dudas la imagen del intelectual, con una vida esencialmente literaria.
Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires, en una casa de Tucumán al 800. Hijo de Leonor Acevedo y Jorge Guillermo Borges, traductor, profesor de psicología, y autor de una novela, "El Caudillo", publicada en 1921. Su vocación literaria despertó precozmente, algo que fue catalogado por él como un factor positivo ya que le permitió que los errores literarios acontecieran pronto, y así superarlos rápidamente.
Integrante de una familia perteneciente a la rancia estirpe criolla en 1901 se traslada al barrio de Palermo, inspirador de gran parte de la trilogía orillera de sus primeros libros de poesía y de un ensayo sobre Evaristo Carriego. En 1914 los Borges recorren Europa y se instalan en Ginebra, donde Jorge Luis cursa el bachillerato. En 1919 viaja a España donde toma contacto con los ultraístas Rafael Cansinos Assens y Ramón Gómez de la Serna. A su regreso a Argentina funda en 1922 la revista "Prisma", en colaboración con González Lanuzza, Norah Lange y Francisco Piñero, y un año después junto a éstos y a Macedonio Fernández funda la revista "Proa".
En adelante su vida transcurrirá casi exclusivamente entre libros y el empecinado estudio de lenguas: alemán, latín, árabe, entre otras. Esta afición lo acompañó toda la vida. "Apenas llegamos a Ginebra" -expresa María Kodama recordando los últimos días del escritor-, "él me dijo: 'Mire María, tenemos que estudiar algo, por qué no investiga a ver si encuentra un profesor de japonés.'
Ante la falta de un profesor de la lengua nipona, María Kodama comentó que en cambio existía uno de árabe. "El árabe, claro, Las mil y una noches me parece muy bien, llámelo inmediatamente", contestó Borges. "En fin, estudiamos árabe, lo disfrutamos mucho" -prosigue Kodama-, "Borges estudió hasta tres días antes de morir. Dejó de hacerlo solamente porque durante esos tres días perdió la conciencia por completo".
En 1974, doce años antes de su muerte, el mismo Borges publica su nota necrológica, en una guiñada pícara de aquel hombre que veía poco y pensaba mucho. Con sus juicios tajantes sobre personajes históricos o contemporáneos. Con la casi única pasión vital: leer y escribir.

Adelantando el final

"A riesgo de cometer un anacronismo, delito no previsto por el código penal, pero condenado por el cálculo de las probabilidades y por el uso, transcribimos una nota de la Enciclopedia Sudamericana, que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074. Hemos omitido algún párrafo que puede resultar ofensivo y hemos anticuado la ortografía, que no se ajusta siempre a las exigencias del moderno lector. Reza así el texto:
'Borges, José Francisco Isidoro Luis: Autor y autodidacta, nacido en la ciudad de Buenos Aires, a la sazón capital de la Argentina, en 1899. La fecha de su muerte se ignora, ya que los periódicos, género literario de la época, desaparecieron durante los magnos conflictos que los historiadores locales ahora compendian. Su padre era profesor de psicología. Fue hermano de Norah Borges (q.v.). Sus preferencias fueron la literatura, la filosofía y la ética. Prueba de lo primero es lo que nos ha llegado de su labor, que sin embargo deja entrever ciertas incurables limitaciones. Por ejemplo, no acabó nunca de gustar de las letras hispánicas, pese al hábito de Quevedo. Fue partidario de la tesis de su amigo Luis Rosales, que argüía que el autor de los inexplicables Trabajos de Persiles y Segismunda no pudo haber escrito el Quijote. Esta novela, por lo demás, fue una de las pocas que merecieron la indulgencia de Borges; otras fueron las de Voltaire, las de Stevenson, las de Conrad y las de Eça de Queiroz. Se complacía en los cuentos, rasgo que nos recuerda el fallo de Poe, There is no such thing as a long poem, que confirman los usos de la poesía de ciertas naciones orientales. En lo que se refiere a la metafísica, bástenos recordar cierta Clave de Baruch Spinoza, 1975. Dictó cátedras en las universidades de Buenos Aires, de Texas y de Harvard, sin otro título oficial que un vago bachillerato ginebrino que la crítica sigue pesquisando. Fue doctor honoris causa de Cuyo y de Oxford. Una tradición repite que en los exámenes no formuló jamás una pregunta y que invitaba a los alumnos a elegir y considerar un aspecto cualquiera del tema. No exigía fechas, alegando que él mismo las ignoraba. Abominaba de la bibliografía, que aleja de las fuentes al estudiante.
Le agradaba pertenecer a la burguesía, atestiguada por su nombre. La plebe y la aristocracia, devotas del dinero, del juego, de los deportes, del nacionalismo, del éxito y de la publicidad, le parecían idénticas. Hacia 1960 se afilió al Partido Conservador, porque (decía) 'es indudablemente el único que no puede suscitar fanatismos'.
El renombre de que Borges gozó durante su vida, documentado por un cúmulo de monografías y de polémicas no deja de asombrarnos ahora. Nos consta que el primer asombrado fue él y que siempre temió que lo declararan un impostor o un chapucero o una singular mezcla de ambos. Indagaremos las razones de ese renombre, que hoy nos resulta misterioso.
No hay que olvidar, en primer término, que los años de Borges correspondieron a una declinación del país. Era de estirpe militar y sintió la nostalgia del destino épico de sus mayores. Pensaba que el valor es una de las pocas virtudes de que son capaces los hombres, pero su culto lo llevó, como a tantos otros, a la veneración atolondrada de los hombres del hampa. Así, el más leído de sus cuentos fue Hombre de la esquina rosada, cuyo narrador es un asesino. Compuso letras de milongas, que conmemoran a homicidas congéneres. Sus estrofas de corte popular, que son un eco de Ascasubi, exhuman la memoria de cuchilleros muy razonablemente olvidados.
Redactó una piadosa biografía de cierto poeta menor, cuya única proeza fue descubrir las posibilidades retóricas del conventillo. Los saineteros ya habían armado un mundo que era esencialmente el de Borges, pero la gente culta no podía gozar de sus espectáculos con la conciencia tranquila. Es perdonable que aplaudiera a quien le autorizaba ese gusto. Su secreto y acaso inconsciente afán fue tramar la mitología de un Buenos Aires que jamás existió. Así, a lo largo de los años, contribuyó sin saberlo y sin sospecharlo a esa exaltación de la barbarie que culminó en el culto del gaucho, de Artigas y de Rosas.
Pasemos al anverso. Pese a Las fuerzas extrañas (1906) de Lugones, la prosa narrativa argentina no rebasaba, por lo común, el alegato, la sátira y la crónica de costumbres; Borges, bajo la tutela de sus lecturas septentrionales, la elevó a lo fantástico. Broussac y Reyes le enseñaron a simplificar el vocabulario, entorpecido entonces de curiosas fealdades: acomplejado, agresividad, alienación, búsqueda, concientizar, conducción, coyuntural, generosidad, grupal, negociado, promocionarse, recepcionar, sentirse motivado, sentirse realizado, situacionismo, verticalidad, vivenciar... Las academias, que hubieran podido desaconsejar el empleo de tales adefesios, no se animaron. Quienes condescendían a esa jerga exhalaban públicamente el estilo de Borges.
¿Sintió Borges alguna vez la discordia íntima de su suerte? Sospechamos que sí. Descreyó del libre albedrío y le complacía repetir esta sentencia de Carlyle: 'La historia universal es un texto que estamos obligados a leer y a escribir incesantemente y en el cual también nos escriben'.
Puede consultarse su Obra Completa, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974, que sigue con suficiente rigor el orden cronológico".
En Biblioteca HUM BRAL, incluimos un par de textos de su autoría

No hay comentarios: