De las espectativas que generó en la comarca el supuesto hallazgo en el río San Redentor, de la nave de Sabestián Garoto
Ángel Juárez Masares
Érase una vez una pequeña aldea llamada Nuestra Dama de los Suplicios, donde la vida pasaba sin mayores alternativas, salvo cuando hacían la “Fiesta del Otoño” adornando los carretones que utilizaban para segar el trigo, o los días de guardar cuando los mozalbetes corrían carreras de carros de dos ruedas en horas de la madrugada.
Toda esa paz se vio de pronto alterada el día que dos hombres chapoteaban en las aguas del río San Redentor, que discurría tranquilo en medio de la fértil campiña. Quiso la mala fortuna que entre tanto retozo uno de ellos perdiera un cuchillo que era muy apreciado por útil para varios menesteres (entre ellos; cortar carnes).
¡Ayudadme a buscar mi cuchillo! rogó a su compañero el mozo zambulléndose una y otra vez mientras su amigo se reía indiferente.
Pero el Gran Hado de la Suerte (en realidad era un hijo bastardo de Poseidón) tocóles con su vara de forma tal que ambos encontraron lo que parecían ser restos de un antiguo naufragio.
Pletóricos de entusiasmo y henchidos de orgullo (patriótico) partieron de inmediato hacia la gran aldea para dar noticias del hallazgo al Señor feudal (asunto que les trajo problemas con el escriba, por aquello de los celos profesionales).
Sin embargo el asunto cobró inusitada dimensión, porque los caballeros de palacio, ni zurdos ni derechosos (ni lerdos ni perezosos es una frase muy gastada) vieron la oportunidad de hacerse con alguna bolsa de monedas de oro. Para ello pergeñaron una historia: dirían que allí en el San Redentor estaba hundida la nave de Sabestián Garoto, mítico aventurero que recorrió el mundo antes de la dominación morisca (y cuya descendencia inventaría los bombones que les llevarían a la fama).
Fue así entonces que los asesores del Señor comenzaron a difundir esta “noticia” entre las gentes de buena fe (que entraron como caballos), los aldeanos ignorantes, y algunos escribas en busca de una pizca de protagonismo. Como era de esperarse, también acompañaron la campaña una cohorte de esos otros personajes que están siempre prontos para sacar partido de lo que sea. ¡Hediles que vengan!..(Fe de erratas: ¡He…diles que vengan! les dijeron. Y allá fueron).
En el último laberinto de Palacio (casi antes de las mazmorras) se elaboró el plan: se haría correr la noticia del descubrimiento para que –tal como ocurrió- llegara a oídos del Rey Joseph “El Feo”, y este les enviara monedas para “financiar el hallazgo”.
La posibilidad cierta de recibir un arcón de oro despertó el más vivo interés en Palacio, a tal punto que comenzaron a desoír las prudentes advertencias de Amaricio “El Sabio”, que les dijo: “no soltéis las velas si no hay viento”, en clara alusión a que podían estar ante un fiasco.
También se supo que al ver que ignoraban sus consejos de no apresurarse, el hombre se retiró a sus aposentos a estudiar las piezas encontradas y a buscar la verdad.
Moraleja:
No celebréis una conquista antes de tener en tus manos pruebas, estudio, y testigo; porque si os equivocáis, los moros te mandarán al medio del desierto a plantar trigo.
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