El
ángel posible
Líber
Falco
(1906-1955)
Aldo Roque Difilippo
El próximo 10 de noviembre se
cumplirán 55 años de la muerte de Líber Falco, un poeta injustamente olvidado,
pese a que parte de su obra ha sido musicalizada y que muchos canten, sin
saberlo “Yo nací en Jacinto Vera”, o desconozcan que el disco “Cometa sobre los
muros” del dúo Larbaois Carrero tome el nombre de uno de sus poemas.
Más allá de esto, que podría ser
anecdótico, Líber Falco es uno de esos poetas fundamentales en la literatura
uruguaya, y también uno de los grandes olvidados; poco o casi nada reeditado.
Nació en Montevideo el 4 de octubre
de 1906. Su vida exterior fue casi anónima y devorada por dificultades. Cursó 2
o 3 años de secundaria, luego aprendió ligeramente dos o tres oficios trabajando
más tarde para una modesta imprenta. En sus últimos años trabajó de corrector
de un diario vespertino.
Fue lector apasionado de unos
cuantos autores: Rafael Barrett, Romanin Rolland, los novelistas rusos del
siglo XIX, César Vallejo, Antonio Machado, Jules Superville, Saint-Exupery,
Chesterton.
En su juventud dirigió la revista
“Banderín” que circuló escasamente, y de la que se editaron apenas
cinco números entre 1937 y 1938. En la década de los años 40 fue venerado por
un grupo amplio de jóvenes intelectuales, entre los que estaban Mario Arregui y
Domingo Bordoli.
A Bordoli se le debe su incursión en
la revista mercedaria Asir, y también la edición de su obra póstuma, el libro
“Tiempo y Tiempo” (1956).
“Líber Falco destiló gota a gota una
poesía inalterable”, anota presumiblemente Bordoli en la solapa de este libro.
Acotando que este libro póstumo recoge, además del material que había dejado
pronto para su edición poemas que fueron publicados en diferentes revistas.
Su obra la constituyen cuatro libros:
"Cometas sobre los muros" (1940), "Equis andacalles"
(1942), "Días y noches" (1946), “Tiempo y tiempo” (1956).
“Asir” (1948-1959) fue una
publicación que generó el debate nacional con su par montevideana
“Número”. Una publicación que conservó su carácter mercedario, con
la particularidad de imprimirse y tener un equipo de redacción en Montevideo,
encabezado por Domingo Bordoli, centrando el debate entre lo
nacional y las vanguardias europeas.
El narrador Julio C. Da Rosa recordó
esa etapa de tertulias en casa de Bordoli, la redacción montevideana
de la revista: “Conocí a la gente del grupo Asir, a Bordoli, Guido Castillo,
Arturo S. Visca, de a ratos a Eliseo Salvador Porta, a Dionisio Trillo Pays y,
por supuesto, al inolvidable poeta Líber Falco”. Agregando “en la
casa de Bordoli, en la calle Coquimbo, hicimos una especie de
Academia criolla e informal, con mate, caña, cigarro, tango y
guitarra”.
Mario Benedetti lo definió como un
ángel posible, destacando que Líber Falco mantuvo “su poesía dentro de esas
emociones primordiales”. Afirmando “Falco veía con claridad dónde residían sus
oscuridades, que al ser prolongadas y verificadas en su contorno, eran también,
y en última instancia, los misterios del ser”. Remarcando Benedetti: “ni en su
poesía ni fuera de ella, Falco hizo proselitismo de sus actitudes; dijo,
simplemente, y su dicción tuvo único, inevitable acento”.
La moneda
A
Carlos Denis Molina
Mira cómo los niños,
en un aire y tiempo de otro tiempo,
rien.
Cómo en su inocencia,
la Tierra es inocente
y es inocente el hombre.
Míralos cómo al descubrir la muerte
mueren, y ya definitivamente
ya sus ojos y dientes
comienzan a crecer junto a las
horas.
Deja que ellos guarden sin saberlo,
el secreto último de su inocencia
nuestro último sueño, ya olvidado.
Cuando todo termine
deja que un niño lleve
nuestra única y última
moneda.
Lo que fue
Vienes por un camino
que mi memoria sabe,
que mi memoria sabe,
indagándote el rostro.
Mas ¡ah! , ya no es posible
siquiera, no es posible
detenerte un instante.
Todo está muerto, y muerto
el tiempo en que ha vivido.
Yo mismo temo, a veces,
que nada haya existido;
que mi memoria mienta,
que cada vez y siempre
—puesto que yo he cambiado—
cambie, lo que he perdido.
Final
Nadie se esparaba,
nadie.
Tampoco ahora
nadie se esperará
Detras de la última puerta
tú solo y nada
ni nadie.
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Caridad,
Dios mediante
Angel Juárez Masares
Son seres humanos a quienes la vida
los ha castigado con el más cruel ostracismo: la marginación social. Están allí
y existen en la medida que alguien deja caer en su mano (o en su lata) la
moneda que –sumada a otra- comprará su pan, y que mucha veces también compra un
momento de tranquilidad de conciencia para quien la arroja.
Sin embargo, esos seres humanos que
extienden su mano desde las escalinatas de cualquier Iglesia también tienen un
pasado. Hijos que se han ido, amores que ya fueron, decepciones que aún
persisten, y lo que es peor, una asumida resignación a su destino.
Promediando la tarde de ayer, el
teléfono celular sobresaltó al señor de impecable sobretodo gris que decía sus
oraciones en una de las tantas Iglesias capitalinas. No obstante ver
interrumpido su diálogo con el Señor, atendió la llamada, tomó su portafolios y
salió con paso rápido, no sin antes dejar la moneda que avalaría su bondad ante
el supremo.
Más tarde, en otro lugar y en las
mismas circunstancias, otro señor también depositó algunos metales en una caja
que sostenía una anciana, pero no le alcanzaron para el ciego que pocos metros
más allá agitaba su lata. Mala suerte para el no vidente. Estaba fuera del
radio de acción de la iglesia.
Limosnas de ida y vuelta
En este contexto, sin duda las
limosnas otorgadas en las puertas de las iglesias tienen un doble efecto claro
y definido: permiten comprar algo a quien las recibe, y a quien las da.
No obstante eso, siempre es bueno
pensar que mucha gente cree en el beneficio de la dádiva, y ese convencimiento
la transforma en algo válido.
“Yo fui herrero toda la vida, hasta
que me “agarré”, primero una hepatitis, y después no sé qué cosa que me dejó
así las piernas”, dijo don Luis mostrando sus extremidades tiesas como el mismo
palo que usa de bastón.
“Traté de hacer otros trabajos pero
no pude…después quedé solo…un día me senté a descansar y una señora me dio una
moneda. Recuerdo que cuando abrí la boca para devolvérsela se había perdido
entre la gente. Después me acostumbré… total…a los 80 años…
Un coro de fantasmas
“Yo era modista señor, y no sabe la
ropa que hacía”, -dijo María (78 años)- después las cosas fueron diferentes. La
gente empezó a comprar máquinas de tejer, ¿se acuerda?. En esa época había por
todos lados…eran lindas…después, vendieron tantas que todo el mundo tenía y
nadie compraba los bucitos que yo hacía”.
María se pasa la mano por el rostro,
hace una pausa, convoca algún fantasma, y hablando como para sí relata trozos
de una historia que -tan de ella es- que no le preocupa si alguien la
entiende o nó.
“Uno de mis hijos se fue lejos…creo
que…muy lejos…yo me acordaba del nombre de ese país…pero antes. Ahora me
acuerdo más de cuando era chica que las cosas que me pasan algunos días…no sé…
Sin duda recordar cuesta demasiado,
en esfuerzo y en dolor, porque María simplemente se calla y nos ignora.
Ninguna de las personas que han
entrado o salido del templo han dejado limosna. Sólo cuando nos retiramos oímos
el choque del metal contra la lata.
Con trapos por sábanas
¿Para qué quiere saber cuanta plata
nos dan? ¿Usted se va a poner aquí?, dice una mujer que sostiene en sus brazos
un niño al que los trapos no permiten adivinar el sexo.
“Seguro que estoy sola. Como un
perro estoy de sola”, agrega con una gran carga de agresividad.
La mujer cambia la oblicua mirada
permanentemente. Sus pequeños y movedizos ojos van de la gente que pasa a
nosotros, y de allí a su hijo. Estira nerviosa uno de los trapos que lo cubre,
ocultándolo aún más.
“Aquí están de vivos –dice bajando
el tono- mire que hay muchos que “manguean” y después se lo toman de vino.
Entonces, uno que precisa un peso para comprar comida, a veces se las tiene que
arreglar con un litro de leche. Por eso es que la gente cada vez da menos
“guita”. Ya no es como antes”.
Como en ocasiones anteriores, dejar
sólo al limosnero lo beneficia.
Retirarse unos metros basta para que
continúen cayendo algunas monedas y uno se pregunte: “¿sumarán treinta?”.-
(De Crónicas de vida, Diario “La
República” -1997-)
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Alerta
naranja
(tirando a roja)
Angel
Juárez Masares
Cuando el
pasado domingo la tormenta tiró postes y cables, y la ciudad entera quedó sin
energía eléctrica, no pude evitar pensar en el drama que se estaría gestando en
muchos hogares. Pero no me refiero a quienes la turbonada comenzó a volarle los
techos, derrumbar paredes, y destruirles desde la licuadora a la foto de los
abuelos italianos, aquella de color sepia y vidrio bombée.
Por un
momento me aparté de éste -el verdadero drama- y me centré en el otro, el de
aquellos a los que el viento no les tiró la casa; ¡qué hacemos ahora sin tele
ni Internet!
Y la noche
llegó, y con ella el desconcierto comenzó a reflejarse en el rostro de ese
padre que –sentado frente a su hija adolescente- se dio cuenta que era incapaz
de iniciar un diálogo que llenara las horas oscuras (y esta vez en el sentido
literal de la palabra).
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Pero ese
rato pasó, y la excusa de la cena sirvió para aflojar tensiones, o por lo menos
para cambiarles el objetivo; que esta milanesa es mejor que la que compraste el
otro día; que mas vale nos comemos toda la ensalada porque para mañana sin la
heladera no aguanta; que avisale a tu madre que estamos bien porque por ahí
escucha un informativo y se preocupa; que si no tenés señal usá mi celu que sí
tiene; que mejor no le des muchos detalles del asunto porque ya sabés como es
la vieja.
Pero ese
rato también pasó, y la nena encontró el mp3 con pilas y se enchufó los
auriculares. Ahora estaba a salvo.
Sin embargo
luego de lavar los platos, el hombre y la mujer se descubrieron de nuevo frente
a frente y trataron infructuosamente de organizar una charla hasta que se
dieron cuenta que era en vano.
Desearon
entonces con todas las fuerzas que ocurriera un milagro. Que se rebobinara el
tiempo como quien retrocede una película, enderezando postes caídos y cables en
el suelo para que la pesadilla terminara pronto.
Pero eso no
ocurrió, y se fueron a la cama resignados a esperar que al día
siguiente, “UTE” les reintegrara la razón de vivir.
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PD:
Debo
confesar que en realidad me senté a escribir una historia donde “el apagón”
propiciaba el encuentro de la familia, el retorno al diálogo profundo. Es más,
hasta tenía el título:
“Cuando
estás en la oscuridad, hasta una vela basta para iluminarte”
Pero comencé
a escribir y salió esto. De todas maneras no me arrepiento, porque de lo
contrario, hubiera mentido.
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El
viaje
Arturo Madrid Lindsay
Tres hombres uncieron a una
entoldada carreta tres magros bueyes cornilargos de lerda molicie.
En la noche, los tres hombres en la
entoldada carreta, con sus tres guitarras emprendieron viaje hacia la luna.
Con quejidos de bujes a lo largo del
lomo del tiempo, a paso quedo, va la carreta con tres bueyes cornilargos
uncidos…
Tartajean su burla los lechuzones
entre los chucientos pajonales del camino, pero los hombres bajo el toldo de la
quejumbrosa carreta, puntean sus antiguas canciones de fe; y los bueyes
cornilargos bajan la cerviz al peso de los milenios. Su tardo paso se bambolea
sobre el camino arqueado del lomo del tiempo…
Tres hombres iban hacia la luna en
una quejumbrosa carreta.
Nubarrones desgarrados, semejando
viejas caducas con los senos secos de lluvia, hilachaban el cielo con manos de
dudas que quisieran estrujar la luz. Su oscuro embozo flequeaba al trompeteo
largo de aullantes canes.
Entre retorcidos caminos, tres
hombres en una carreta iban hacia la luna.
Tres bueyes de lerda molicie, unidos
a una entoldada carreta, van hacia la luna.
Entre chirriantes ejes, en el toldo,
en las llantas, se entrecruza el sonido de una inquebrantable voluntad.
Mientras a paso lerdo los bueyes
siguen hacia la luna, tres hombres, caídos a lo largo del camino entre
chucientos pajonales se pudren lenta e ingenuamente. Entre tanto sus guitarras,
bajo el toldo de la quejumbrosa carreta siguen punteando sus antiguas canciones
de fe…
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Signos en ocre rojo de hace 35.000
años
Catalogan pinturas de Altamira
15.000 años más antiguas
que los bisontes
La nueva datación de una serie de
signos pintados en ocre rojo hacen retroceder la cronología de las primeras
pinturas de la cueva de Altamira hasta los 35.000 años, el doble de antigüedad
que los emblemáticos bisontes de Santillana del Mar, que tienen alrededor de
15.000 años.
Este hallazgo ha sido difundido por
el portal de noticias 20minutos.es, que cita como fuente al propio director del
Museo Altamira, José Antonio Lasheras.
Según esta información, recogida por
Europa Press, el hallazgo aún está en fase se investigación, si bien los
primeros resultados científicos ya fueron presentados en un congreso
internacional en octubre pasado. Las conclusiones finales de este proyecto
también podrían producir cambios, además de en Altamira, en las cronologías de
otras cuevas de la franja cantábrica.
La datación ha sido posible gracias
a las nuevas técnicas que permiten conocer la antigüedad de los depósitos de
carbonato cálcico adherido a las paredes donde se encuentran las pinturas, que
al carecer en sí mismo de restos carbónicos, no podían ser analizadas
individualmente.
Tras este descubrimiento, la
inclusión de Altamira, patrimonio de la humanidad desde hace más de 25 años, en
las líneas del tiempo de la prehistoria del arte pueden variar sensiblemente.
Hasta el momento, las pinturas de la famosa cueva cántabra se situaban entre el
Solutrense y el Magdaleniense.
Ahora, las nuevas dataciones acercan
a Altamira a las cuevas más antiguas de Europa por sus restos, como la de
Chauvet, cuyos primeros restos pictóricos del Paleolítico Superior pertenecen
al Auriñaciense.
Extraído de: www.europapress.es
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La
pluma armada
Aldo Roque Difilippo
Hace 38 años el país entraba en un
cono de sombras: la dictadura, sangrienta y larga pisoteaba las instituciones
el 27 de junio de 1973. Un día antes, moría Francisco Espínola (1901–1973), uno
de nuestros mayores narradores, y un hombre que defendió sus convicciones
políticas, incluso con armas en la mano.
“-Nací en San José de Mayo el 4 de
octubre en 1901 –
expresa Francisco “Paco” Espínola -.Mis primeros recuerdos son un día –como
era en 1904, tendría menos de tres años– me acuerdo de una mañana, que estaba
durmiendo, y una prima mía me arrebata de la cama ya que había venido papa de
la guerra; que llegó con una herida, creo que con un brazo en cabestrillo, no
sé. En Masoller le pegaron dos balazos; es una imagen corroída, pero me
acuerdo. Es de lo primero que me acuerdo”.
Francisco Espínola, uno de nuestros
mayores narradores cursó estudios primarios y liceales en San José, y luego en
Montevideo, inicio, sin completar, preparatorios de medicina. En 1926
publicó Raza Ciega, le siguieron Saltoncito (1930).Sombras
sobre la tierra(1933). En 1935 fue tomado prisionero en la acción de
Morlan. En 1939 ya era profesor de lenguaje en el Instituto Normal, en 1945
profesor de literatura en Enseñanza Secundaria, y al año siguiente da varios
cursos de composición literaria y lingüística en Facultad de Humanidades y
Ciencia. En 1950 publicó El rapto y otros cuentos. Luego, Milón
o el ser del circo (1954), ensayo sobre estética, Don Juan, el
Zorro (1968), y tres fragmentos de novela, que se publicaron en 1984,
años después de su muerte ocurrida en Montevideo el 26 de junio de 1973. Un día
después de su fallecimiento, cuando el cuerpo de “Paco” era velado las agencias
internacionales de noticias informaban: “El presidente Bordaberry apoyado en
las fuerzas Armadas dio esta mañana un Golpe de Estado en Uruguay disolviendo
por decreto las Cámaras Legislativas”.
“Las dos noticias se esperaban desde
varios días antes y las dos se divulgaron con pocas horas de diferencia” –recordó años después Wilfredo
Penco-, con algunos amigos habíamos acordado encontrarnos en las
primeras horas de la tarde en la sede del Partido Comunista, donde el cuerpo de
Espínola iba a ser trasladado después que lo velaran en la
Universidad.Como no vivía muy lejos fui caminando, pasado el mediodía,
hasta la entonces calle Sierra y pude observar desde temprano cómo aquel enorme
local fue desbordado por la multitud”.
Todos somos malos y no podemos
reaccionar
La vida de Espínola estuvo marcada
por dos pasiones, la Literatura y la Política. “Aquí
estoy, en el cuartel del 11 de Infantería, gozando de todas las comunidades que
humanamente puede ofrecer esta gente”, escribía Espínola a su amigo Carlos
Vaz Ferreira en febrero de 1938, relatando su intervención en Paso Morlan.
Hechos revolucionarios que recordaría en su alocución en el homenaje que Junta
Departamental de Montevideo le realiza en 1962 al cumplirse 30 años de la
publicación de Sombras sobre la tierra.
“Cuando me entere de que me iban a
ofrecer este homenaje sin proporción con mis meritos literarios yo pensé, no
solo que no lo merecía, sino que no debía aceptarlo.
Dios, y asimismo algunos muy
próximos a mi saben si es verdad lo que digo” expresó al comienzo de su alocución.
Para luego, con su natural forma de expresión referirse a los motivos que
prevalecieron en su novela, y con ellos ir recordando parte de su vida. “Así,
cierta noche, tristísimo yo no se por qué, me dirigí hacia uno de los bodegones
que yo pinté en Sombras sobre la Tierra. Había algunas
personas en el mostrador. Como quería estar solo, enderecé al fondo, donde
había una enramada. El tiempo estaba fresco. Nadie me iría a perturbar allí.
Sin embargo, de pronto, se abre la puerta de comunicación con el despacho. Y un
negro cuyo andar y cuya expresión expresión de la cara dejaban advertir su
ebriedad, se me acerca. Pesé en un pedido de dinero para seguir bebiendo,
máxime cuando empezó diciéndome:
-Yo tengo que pedirle un gran favor…
-Bueno, apresuré
-Usted tiene que escribir una obra
sobre nosotros…
Estupefacto, contuve la mano, que ya
buscaba el bolsillo. Y me vinieron ganas de llorar al el seguir diciendo:
-…sobre nosotros, digo, sobre los
que somos malos y nos damos cuenta y no podemos reaccionar.
Entonces yo me incorpore, lo hice
tomar asiento, me volví a sentar. Entonces ya no quise estar solo. Y bebimos. Y
le dije que todos los hombres somos malos, y nos damos cuenta, y no podemos
reaccionar. Pero que como ya nos estamos dando cuenta- esto generaliza cada vez
mas nuestra época y claro esta, entre nosotros-, es posible que llegue un día
en que nos encontremos buenos todos. Y le dije que estaba
escribiendo una obra en la que algo de eso se evidenciaría. Ya el negro fue
poniéndose crecientemente contento. Y, yo, cada vez más triste.
El, porque su corazón aceptó que ya
estaba todo arreglado. Yo, porque desconfiaba, asimismo crecientemente, no solo
de mi filosofía sino, también de mis facultades de escritor”.
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La
“locura” de Doménico Theotocopuli
Ángel Juárez Masares
Históricamente la humanidad se ha
burlado de lo que no puede comprender, y seguro es que lo seguirá haciendo. De
esa manera se le atribuyó a Juana de Arco mas de una tara psicológica, y al
afán perfeccionista de Miguel Ángel una obsesión patológica.
El Greco, innovador de genio,
heredero de Bizancio y de los góticos, iniciador de la pintura española y
precursor del arte moderno no podía ser la excepción.
Sus contemporáneos, no pudiendo
entender la prodigiosa evolución de su arte, incapaces de penetrar el designio
del Maestro, le tachaban de demente.
Dice Juan Pacheco: “hay dos manera
de pintar. Una con arte y estudio, que es el procedimiento científico; otra por
la práctica liberada de todo pre-concepto. De aquí dos clases de resultados
para los que emplean estos dos métodos. Los pintores que trabajan a lo que
salga, sin gran estudio y fijándose solo en el azar, no triunfarán siempre,
faltos de conocimientos de los principios aún cuando apliquen a su obra la
mayor diligencia. Pero si la pintura es un arte y si las artes son infalibles,
es decir, que no fallan nunca y alcanzan siempre su objetivo, cada vez que un
artista aplica los preceptos y las reglas del arte, debe obtener la perfección
de la obra”.
Se comprende aquí todo el origen del
conflicto -que aún hoy nos acompaña- pero el Greco, “el deformador”, no tiene
cura. Rechaza el arte de pintar definido por Pacheco, y pronuncia la blasfemia
que indigna al andaluz: “no, la pintura no es un arte”.
Habiéndole preguntado Pacheco qué
era mas importante en el arte del pintor, si el dibujo o el color; el viejo
Maestro respondió que el color, contestación que destruye las teorías de
algunos que pretenden que El Greco no era un gran colorista.
Quien creería –escribe Pacheco tras
una visita al taller de El Greco donde se amontonaban los estudios de todos sus
cuadros- que Doménico toma a menudo sus pinturas y las retoca en muchas
oportunidades, a fin de separar y desunir los tonos y producir esos crueles
borrones como para afectar la valentía del estilo”.
Las “deformaciones” de El Greco,
ecos de la influencia bizantina, abrieron los caminos para que se introdujeran
los grandes maestros de la escuela impresionista, como Delacroix, Cézanne,
Matisse, y Picasso.
Mas tarde, para muchos críticos de
orejas largas, la causa de las deformaciones de El Greco debían buscarse en su
astigmatismo. Para ellos no estaba atacado de delirio alguno, y por lo tanto no
era digno de manicomio. Los doctores García del Mazo y Germán Beritens,
aseguraban que padecía de astigmatismo miópico. Empleando lentes de tres
drioptrias el doctor Beritens ha dado a los cuadros de El Greco un ritmo
“normal”. Por el contrario, utilizando lentes astigmatizantes ha probado que la
deformación se acentúa. Para Elías Tormo, los colores del maestro de Toledo
serían debido a una anomalía de la visión, al igual que las líneas de su
dibujo. De cualquier manera, todas esas teorías científicas mas o menos
pedantescas no tienen la menor importancia a los ojos de un admirador de “La
Asunción”, o de “La Pentecostés”. No es en las explicaciones científicas donde
se encontrará el secreto del genio de El Greco. Recordemos que mas tarde otro
artista fue acusado como él de demencia y astigmatismo; se trataba de Cézzane.
René Huyghe haría justicia ante
estas pretendidas “invalideces”, señalando que “no eran mas que el
desprendimiento de todo lo adquirido; el momento en que uno ve con la perfecta
integridad de la sensación a la que no corrige ningún reflejo del pensamiento”.
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Una
obra del medioevo en Mercedes
Las obras de arte de la
Edad Media están estrechamente ligadas al pensamiento religioso, en
especial al cristianismo. Todo el arte del medioevo está relacionado con
imágenes religiosas, buscando más que una belleza sensible basada en la
imitación de la naturaleza, una belleza figurativa basada en formas geométricas
rompiendo con la herencia de la antigüedad clásica.
Hay poca preocupación por
la imitación de la realidad, y las obras, en especial la pintura,
posee un marcado geometrismo y esquematización.
La Pinacoteca de la
Biblioteca Eusebio Giménez de Mercedes cuenta con una obra de este
período. Una curiosa obra, para la colección que alberga esta Pinacoteca, ya
que no existen registros de a quién perteneció, y en qué época
ingresó al acervo de esta dependencia municipal. Si bien existen algunas
conjeturas sobre el período en el que podría haber sido pintada, se desconoce
el autor, ya que carece de firma o cualquier otra
inscripción que pudiera permitir su identificación.
Si bien varios técnicos e idóneos
han investigado la obra por el momento no se tienen certezas sobre
estos aspectos.
La concepción de la obra podría
remitirnos al 1400 aproximadamente y por la temática se enmarca en este período,
así como por el tratamiento de los personajes.
El trabajo de marquetería en
el marco también está cargado de simbolismo religioso, llamando la
atención que aparece en diferentes lugares la figura del diablo e
inscripciones que han desconcertado a quienes han intentado
desentrañar su identidad.
Una obra del medioevo del acervo de
la pinacoteca de la Biblioteca Giménez, y a alcance de todos los
mercedarios.
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