sábado, 9 de abril de 2011

HABLANDO DE BUEYES PERDIDOS

No quiero tener un millón de  amigos

             
Angel Juárez  Masares



Dicen que la red social Facebook es una herramienta de tanto poder que algunos de los más importantes políticos del mundo han llegado a lo más alto apoyados en ella.
Por acá, más abajo en el planeta, su uso es quizá más “de entrecasa”, y los intentos de trascender de algunos aspirantes a dirigentes políticos por ahora son sólo eso; intentos.
Por lo general la usamos para mandar “ositos cariñosos”, saber que vas a hacer el “finde”, y “colgar” la foto del perrito que le regalaron al sobrino.
Sin embargo –frivolidades al margen-  Facebook tiene otras aplicaciones, quizá menores en cantidad, pero no menores en calidad.
Nos permite encontrar Amigos (no virtuales) de los que el tiempo, los avatares de la vida, y la distancia, nos han separado, y no dudo que esto le ha pasado a la mayoría de los usuarios.
Es una buena vía para intercambiar información, o dar a conocer eventos o actividades literarias, como en el caso de nuestra Hum Bral.
Sin embargo creemos que la red tiene una carga de frialdad que la hace peligrosa si cometemos el error de confundir los amigos virtuales, con los Amigos (nótese que toda vez que utilizo esta palabra en su correcta acepción la escribo con mayúscula) reales.
La comunicación virtual no sólo no nos ofrece garantías acerca de nuestro interlocutor –ni siquiera de su existencia- sino que además nos deja sin los gestos y los tonos de voz que en una charla frente a frente dicen mucho más que las palabras.
Los comentarios irónicos o el uso del humor nos puede hacer ganar un enemigo cuando son mal interpretados, o simplemente cuando escribimos algo que –aún sin desearlo- hiere la sensibilidad del otro.
El uso y abuso de la red por parte de niños y adolescentes merece un capítulo aparte en el cual hoy no vamos a entrar. Asunto además, que está siendo objeto de estudio desde varias áreas de la ciencia.
Dentro de los riesgos que conlleva la comunicación virtual, el aferrarse a los “amigos” del face como sustitutos de los Amigos que no tenemos, puede llegar a ubicarse en el primer lugar.
De ahí lo del título. Yo no quiero tener un millón de amigos, quiero conservar los cinco o seis que tengo y por los cuales -cada uno por el otro- mete las manos en el fuego.
Déjenme con esa persona a la que no tengo que darle ni le pido explicaciones, de quien no tengo que cuidarme cuando hablo porque sabe disimular algún “desubique” que uno siempre tiene.
Quiero compartir con ese Amigo el momento de alegría y la visita de la tragedia, la charla y el silencio, el banquete y el arroz hervido, el vino y el agua.
Déjenme con ese Amigo que conoce lo que hay en mi mochila y que no pretende sacar ni poner nada, porque sabe que todo hombre debe cargar con lo que recogió a lo largo de su vida.
Quiero que ese Amigo se lleve de mi casa el libro que más aprecio si me voy primero, y quiero llevarme el suyo si se va antes porque yo se cuál es el que más quiere.

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