La pluma armada
Aldo Roque Difilippo
Hace 38 años el país entraba en un cono de sombras: la dictadura, sangrienta y larga pisoteaba las instituciones el 27 de junio de 1973. Un día antes, moría Francisco Espínola (1901–1973), uno de nuestros mayores narradores, y un hombre que defendió sus convicciones políticas, incluso con armas en la mano.
“-Nací en San José de Mayo el 4 de octubre en 1901 – expresa Francisco “Paco” Espínola -. Mis primeros recuerdos son un día –como era en 1904, tendría menos de tres años– me acuerdo de una mañana, que estaba durmiendo, y una prima mía me arrebata de la cama ya que había venido papa de la guerra; que llegó con una herida, creo que con un brazo en cabestrillo, no sé. En Masoller le pegaron dos balazos; es una imagen corroída, pero me acuerdo. Es de lo primero que me acuerdo”.
Francisco Espínola, uno de nuestros mayores narradores cursó estudios primarios y liceales en San José, y luego en Montevideo, inicio, sin completar, preparatorios de medicina. En 1926 publicó Raza Ciega, le siguieron Saltoncito (1930). Sombras sobre la tierra (1933). En 1935 fue tomado prisionero en la acción de Morlan. En 1939 ya era profesor de lenguaje en el Instituto Normal, en 1945 profesor de literatura en Enseñanza Secundaria, y al año siguiente da varios cursos de composición literaria y lingüística en Facultad de Humanidades y Ciencia. En 1950 publicó El rapto y otros cuentos. Luego, Milón o el ser del circo (1954), ensayo sobre estética, Don Juan, el Zorro (1968), y tres fragmentos de novela, que se publicaron en 1984, años después de su muerte ocurrida en Montevideo el 26 de junio de 1973. Un día después de su fallecimiento, cuando el cuerpo de “Paco” era velado las agencias internacionales de noticias informaban: “El presidente Bordaberry apoyado en las fuerzas Armadas dio esta mañana un Golpe de Estado en Uruguay disolviendo por decreto las Cámaras Legislativas”.
“Las dos noticias se esperaban desde varios días antes y las dos se divulgaron con pocas horas de diferencia” –recordó años después Wilfredo Penco-, con algunos amigos habíamos acordado encontrarnos en las primeras horas de la tarde en la sede del Partido Comunista, donde el cuerpo de Espínola iba a ser trasladado después que lo velaran en la Universidad. Como no vivía muy lejos fui caminando, pasado el mediodía, hasta la entonces calle Sierra y pude observar desde temprano cómo aquel enorme local fue desbordado por la multitud”.
Todos somos malos y no podemos reaccionar
La vida de Espínola estuvo marcada por dos pasiones, la Literatura y la Política. “Aquí estoy, en el cuartel del 11 de Infantería, gozando de todas las comunidades que humanamente puede ofrecer esta gente”, escribía Espínola a su amigo Carlos Vaz Ferreira en febrero de 1938, relatando su intervención en Paso Morlan. Hechos revolucionarios que recordaría en su alocución en el homenaje que Junta Departamental de Montevideo le realiza en 1962 al cumplirse 30 años de la publicación de Sombras sobre la tierra.
“Cuando me entere de que me iban a ofrecer este homenaje sin proporción con mis meritos literarios yo pensé, no solo que no lo merecía, sino que no debía aceptarlo.
Dios, y asimismo algunos muy próximos a mi saben si es verdad lo que digo” expresó al comienzo de su alocución. Para luego, con su natural forma de expresión referirse a los motivos que prevalecieron en su novela, y con ellos ir recordando parte de su vida. “Así, cierta noche, tristísimo yo no se por qué, me dirigí hacia uno de los bodegones que yo pinté en Sombras sobre la Tierra. Había algunas personas en el mostrador. Como quería estar solo, enderecé al fondo, donde había una enramada. El tiempo estaba fresco. Nadie me iría a perturbar allí. Sin embargo, de pronto, se abre la puerta de comunicación con el despacho. Y un negro cuyo andar y cuya expresión expresión de la cara dejaban advertir su ebriedad, se me acerca. Pesé en un pedido de dinero para seguir bebiendo, máxime cuando empezó diciéndome:
-Yo tengo que pedirle un gran favor…
-Bueno, apresuré
-Usted tiene que escribir una obra sobre nosotros…
Estupefacto, contuve la mano, que ya buscaba el bolsillo. Y me vinieron ganas de llorar al el seguir diciendo:
-…sobre nosotros, digo, sobre los que somos malos y nos damos cuenta y no podemos reaccionar.
Entonces yo me incorpore, lo hice tomar asiento, me volví a sentar. Entonces ya no quise estar solo. Y bebimos. Y le dije que todos los hombres somos malos, y nos damos cuenta, y no podemos reaccionar. Pero que como ya nos estamos dando cuenta- esto generaliza cada vez mas nuestra época y claro esta, entre nosotros-, es posible que llegue un día en que nos encontremos buenos todos. Y le dije que estaba escribiendo una obra en la que algo de eso se evidenciaría. Ya el negro fue poniéndose crecientemente contento. Y, yo, cada vez más triste.
El, porque su corazón aceptó que ya estaba todo arreglado. Yo, porque desconfiaba, asimismo crecientemente, no solo de mi filosofía sino, también de mis facultades de escritor”.
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