viernes, 29 de julio de 2011

El cuentito medieval

De cómo se fueron conociendo detalles de la vida de palacio; y de la ausencia de dignidad de algunos personajes de la aldea



Ángel Juárez Masares

Había una vez en una pequeña y lejana comarca un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo palacio.
Vosotros sabéis -estimados contertulios- muchas historias que han trascendido a través de los siglos acerca de la vida de la aldea a orillas del gran Lago Negro. Algunas trasmitidas oralmente, y otras rescatadas de viejos pergaminos y libros palaciegos.
Sin embargo esta vez os referiré algunos pormenores de las actitudes de la gente de palacio, así como detalles (nimios) del funcionamiento de tan real Casa.
Cuentan que una vez, un invierno particularmente feroz abatióse sobre la comarca, provocando que los lacayos de palacio que atendían (atendían? bue…) a los aldeanos en uno de los primeros scripturioms, encendieran un anafe para calentarse y pusieran encima un cazo con agua (siglos más tarde esto sería como poner bajo una mesa un calentador eléctrico con una pava encima) dando una imagen de calidez hogareña muy enternecedora, pero nada decorosa en realidad. Pero todo sea para mantener calentitos los pies de los lacayos de marras, mientras comían galletas y comentaban el resultado del último Torneo de Caballeros, donde el equipo de Celeste Estandarte había vencido a los Caballeros Roji-blancos.
Destacábase además en esos tiempos, el odio que los lacayos profesaban contra quienes osaban criticarlos, que no podían disimular pese a algunas sonri-muecas que solían esbozar. Pero como hemos señalado, esos eran sólo “detalles nimios”.
También se supo por esas fechas –séptimo mes del año del Señor de 1.511- que un escriba solicitó información sobre cuántos maravedíes había costado construir una pista de carreras de carros en las afueras de la aldea, solicitud que fue ignorada por los acólitos del Señor (y también por el Señor, pero eso no era novedad porque ignorar todo era su especialidad).
Ocurrió entonces que los jueces de la Gran Aldea ordenaron proporcionar esos datos, asunto que los asesores del Amo cumplieron, aunque parcialmente y bien entreverados, como para que nadie entendiera nada.
De todas maneras la vida en la pequeña y lejana comarca transcurría con normalidad, es decir, con el Jefe de la Guardia metido en su recinto mientras los ladrones asolaban la aldea; con los carros de palacio corriendo por calles y caminos con total impunidad, y con los Caballeros de la Junta de Notables haciendo la plancha (error, debió decirse: “haciendo la Plana”) donde iban anotando viajes y prebendas obtenidas (en beneficio del pueblo, claro está).
Otro de los aspectos que llamaba la atención por esas fechas, era la ausencia de dignidad que ostentaban algunos personajes de la aldea, quizá porque los tenía sin cuidado; porque ignoraban de qué se trataba, o porque el afán de protagonismo era más fuerte que la aplicación de tal precepto.
Así se vio al triste Caballero Pietro, conocido como “El Ralo” no sólo por su escasa cabellera sino por su escaso pensamiento, subiéndose al estrado sobre el que –tarde a tarde- vociferaba sus virtudes un mozo Navarrense. Teniendo en cuenta que Pietro había tenido su propio estrado público, el cual había perdido precisamente por su escaso pensamiento, no era muy digno eso de “garronear” protagonismo, y menos aún para levantar la voz a favor del desdichado Osmar de Baharía, que rebuznaba su ignorancia supina sin ningún prurito.
También en ese estrado graznaba su pobreza de espíritu el desgraciado Oskar “El Cigala”, llamado así porque –además de interrumpirlo cada vez que pretendía emitir un graznido- solía ser expulsado sin contemplaciones del estrado Navarrense, al cual luego retornaba servilmente.
Pero como la dignidad no se compra en la taberna, sino que se trae desde la cuna y se consolida con la vida, convengamos en que cada quien actuaba de acuerdo a los caminos elegidos para ejercer esa vida (claro…si a “eso” podía llamarse vida).

Moraleja:
             Cuando los hombres no se trazan derroteros ni procuran que sean dignas sus acciones, pasarán por la vida dando lástima y dejando en el camino sus jirones.

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