El menesteroso que leyó a Platón
Ángel Juárez Masares
Había llegado hasta el viejo puente siguiendo atentamente las correrías de mis dos perros. El insoportablemente vigoroso Brandy corriendo sin rumbo fijo. Buscando nada por su propia necesidad de encontrar todo.
La vieja y chueca Canela olfateando cada mata con detenimiento, y poniéndose alerta ante el menor rumor del apereá en las “uñas de gato”.
Algunos tramos de la antigua carretera aún subsisten tapados de yuyos y espinas, y más allá del puente, el ex camino sólo está visible para quienes –en la infancia- vimos pasar la “ONDA” desde los arenales del otro lado.
La agresividad repentina del perro joven me llevó aquella tarde a buscar el motivo de su enojo.
Estaba recostado sobre un atado indefinible, donde sobresalían algunos trozos de frazadas desflecadas mezcladas con hojas de diarios y mucho plástico.
Era un hombre de edad tan indefinible como su bagaje, pero seriamente identificado con la mugre que lo cubría.
Una vez que el perro hubo perdido interés por “la pieza”, pude observar ese ejemplar con más detenimiento, adivinando por ahí –metida entre la barba- un amago de sonrisa.
Ignoro la razón por la cual en un momento se me superpuso la imagen de un romano recostado, y a punto de levantar un racimo de uvas hacia su boca. Eso me hizo sonreír, lo que –evidentemente- fue interpretado como una señal amistosa por el sucio sujeto.
Me pidió un cigarro, y me senté a su lado a fumar mientras lo observaba.
Tomó el blanco cilindro del lado del filtro y lo deslizó suavemente entre la mata de pelos que tenía por bigote, tal como se suele hacer para captar el aroma de los habanos. Dio fuego, aspiró profundamente y tardó tanto en exhalar que entré a pensar que el tipo jamás lo haría.
Cuando estaba casi convencido de ello, soltó la bocanada con un: ¡Haaa! que le salió de las entrañas y que bien se podía catalogar como el súmmum de la felicidad.
-¿Sabe?- me dijo- cual es la diferencia entre este cigarro y el que fuma la gente?
-No- respondí- mas que nada para “darle pié” a que manifestara su satisfacción.
-Que yo lo estoy fumando, y la gente lo quema. A mi me llega todo el aroma; me “pica” en la garganta. Siento el humo que me recorre todo adentro, y hasta el cerebro se resiste un poco y me marea, de tanto tiempo que hace que no recibe nicotina.
-¿Y eso es bueno…o malo?-
-Para mi muy bueno….total… “estoy jugado”…es más probable que me mate el frío…o el hambre…antes que el cigarro.
-¿No tiene donde vivir?
-¡Como no!...más que los que tienen casas. Todos los lugares donde me agarre la noche son para mi “donde vivir”.
El hombre hizo una pausa, chupó una vez más el cigarrillo y encajó el filtro entre el pulgar y el anular para lanzarlo hacia el arroyo, no sin antes mirarlo con un dejo de tristeza.
Charlamos.
Dijo que venía “del norte”, lo cual era tan vago como su propia existencia, y aseguró “ir al sur”, asunto tan imprevisible como su propio futuro.
Recordó que allá por Salto, una mañana en que dormía bajo unos espinillos despertó rodeado de mariposas amarillas.
-Como Mauricio Babilonio… ¿vio?- dijo el tipo, y echó una carcajada que dejó ver una hilera de dientes extrañamente blancos.
-No lo conozco- dije, decidido a seguirle “dando pié” para ver hasta donde llegaba.
-¿No me diga que nunca leyó al “Gabo”?-
-No se quien es…
-Bueno…usted se lo pierde…pero no se preocupe…que en realidad no eran mariposas. Eran las flores del árbol, que son como plumeritos chiquitos y pinchudos.
Y animado por la “ignorancia” de que hice gala, el hombre me contó otras cosas. Habló de Neruda; recitó unos poemas de Hernández, y trató de interesarme por los clásicos de la literatura griega.
Cuando me levanté para irme y le alcancé el paquete de cigarrillos al hombre para que se los quedara, el mugroso era yo.
La barba del alma se me enredaba por adentro, y juré no olvidar jamás que no debemos juzgar al prójimo por su aspecto, condición, o circunstancia.
2 comentarios:
me encantó!
Gracias!!!!, gracias por refrescarme la "memoria" y hacer salir aquello "2QUE SI ALGUIEN TE DICE BUEN DÍA, YA SOS ALGUIEN.-
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