El nombre de la poesía
* Hace 107 años, 12 de julio de 1904, nacía en Parral (Temuco-Chile) Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. Dicho de esta manera pocos podrían conjeturar de quién se trata, salvo que se agregara que luego decidió llamarse Pablo Neruda.
Aldo Roque Difilippo
Hijo de un ferroviario, y huérfano de madre cuando solo había vivido un mes, Pablo Neruda (1904-1973) es considerado uno de los poetas más importantes del siglo XX. Neftalí escribió poesía desde muy joven, cambiando su nombre por el de Pablo Neruda, y lo que primero fue un seudónimo, luego se constituyó en su propia identidad, registrada incluso en una sentencia judicial de 1946.
Estudió para convertirse en profesor de francés, sin llegar a lograrlo, y la poesía dominó su vida. En 1923 publicó su primer libro "Crepusculario", y al año siguiente "Veinte poemas de amor y una canción desesperada", libro reimpreso en casi todos los idiomas, convertido en un clásico literario, y un buen regalo para las muchachas que se pretendía enamorar. "Una vez en Isla Negra, donde lo visitamos" -comenta Niko Schvarz- "nos mostró un ejemplar de los "20 poemas..." tallados en madera letra a letra, por artesanos franceses".
Un poeta de verdad
Escribió más de 40 libros, un poeta torrencial que tanto le escribía odas a la cuchara, a la cebolla, al gran atún del mercado, a un cine de pueblo, o al caldillo de congrio. Tradujo a poesía todo aquello que lo rodeaba, quizá impulsado por aquel aliento inicial que le diera nada menos que Gabriela Mistral cuando garabateaba sus primeros versos. Como lo recuerda Volodia Teitelboim: "Llegaban a casa (de Gabriela) manadas o bandadas de poetisas; adolescentes casi todos, con poemas, para recibir el golpe de vara consagratorio de la Maestra. Como casi todos eran alumnos del Liceo, ella los recibía maternalmente. Los escuchaba, les preguntaba cosas y echaba una mirada a sus versos. Un día vino un niño con cara aceitunada. Preguntó por la directora a Laurita (Rodig). Le dijo que ella no estaba. Esperó tres horas y no cambió palabra con la suave secretaria (...) El poeta y su poesía se marcharon muy tristes. (...) Regresó al día siguiente, temeroso, siempre con el cuaderno en la mano. Sí, Gabriela estaba en casa, pero no podía recibirlo porque ese día se sentía enferma de jaqueca. El adolescente, cetrino, no obstante su inhibición, no pudo evitar que se le notara la cara de pena. Laurita le preguntó, afable:
-Pero, ¿qué desea , joven? ¡Dígamelo, por favor!
-Traigo unos versos -murmuró balbuceante, el muchachito.
-¿No puede dejármelos? Ella los verá cuando tenga tiempo. (...) Vuelva en unas horas. (...) Una vez transcurrido el tiempo, el muchacho golpeó de nuevo la puerta. Vio frente a él a la mujer que personificaba la poesía. Se inclinó en una venia profunda que no acostumbraba. Ella descendió de su trono invisible. Lo trató como una mamá cariñosa. Le dijo:
-Me he arreglado para recibirlo. Estaba enferma. Pero me puse a leer sus versos y me he mejorado porque tengo la seguridad de que aquí sí que hay un poeta de verdad.
Luego agregó:
- Una afirmación de esta naturaleza no la he hecho nunca antes".
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