viernes, 15 de julio de 2011

Tres hembras que amo



Facundo Cabral

La filosofía, la Historia y la literatura son tres hembras que amo y que me enriquecen día a día, que me acercan al hombre que debo ser, por eso en estos papeles están mis huellas, y desandándolas puedo llegar a los primeros fervores y a los primeros días, ver a la saludable luz de la distancia en qué andaba, cómo fui encontrando la dirección que hoy llevo, quiénes tuvieron que ver con mi crecimiento, y de lejos son más divertidos los amores difíciles y el hambre, estación por la que siempre volvemos a pasar, y de lejos los cuervos son más grandes y los veranos más largos, a la distancia calientan más los hogares y la abuelas son más sabias.
Mis papeles son el mapa de todo lo que caminé y la biblioteca de proyectos que no sé por qué abandoné o concreté, como la búsqueda de una nueva literatura que provocara una nueva sociedad.
Revisando mis papeles compruebo que el retrato del mundo que soñé hacer terminó siendo un bosquejo de autorretrato, lo que no es poco.
Cada tanto vuelvo a gozar los 27.798 versos de los 24 Cantos del primer poema de la Humanidad, tan ingeniosos como épicos, nacidos en los años en que la inmigración de las tribus dóricas forzaron a la próspera cultura micénica a conformarse con un modo de vida más sencillo, tanto que los llamaron los siglos oscuros, provocados por los aqueos que conquistaron a Troya, heroica y mítica historia que cantó Homero, el que para Platón educó a Grecia porque sin él no hubiera habido ni literatura ni filosofía, Homero, el luminoso ciego por el que tenemos un sistema mitológico de excitantes profundidades espirituales y psicológicas, la base de nuestra lógica que, poéticamente, nos lleva a la ética, al antiguo orden establecido por Zeus, el padre de los dioses y de los hombres, que llevamos en nosotros a todos los fenómenos de la Naturaleza, a los que Homero, con mitos y símbolos, agrega una nueva perspectiva al descubrir nuevos pensamientos en nosotros, Homero, el que veía lo que venía sin dejar de vivir al presente, su presente mitológico, es decir enriquecido por lo mejor del pasado, el ciego vidente que siempre me lleva 3.200 años atrás, a los días en que un pueblo arcaico conquistó una ciudad, necesitado de un paso libre a través de los Dardanelos. Esa es la Odisea que me sigue contando Homero, la odisea que todo hombre realiza en busca de su identidad, de sus metas filosóficas, de su patria espiritual, la patria que para Ulises era el mundo de las ideas de Platón, y Troya el mundo manifestado en el que los hombres se encontraban ligados a las posibilidades limitadas de la percepción física.
Los griegos fueron a Troya a rescatar a Helena, la mujer más bella del mundo, pero en el despertar del pensamiento griego, belleza física también significaba belleza espiritual porque los griegos no separaban lo bello de lo bueno, por eso adoraban a la belleza más que cualquier otro pueblo, por eso Helena era el ideal mayor de la cultura griega, un símbolo de la búsqueda del ánima, la parte femenina del alma humana que nos queda por descubrir, por eso Helena, como Penélope, representa las luchas no realizadas en el alma del héroe, los campos que tiene que encontrar para lograr la perfección espiritual, porque solo así podrá volver a su casa, un retorno al paraíso, la realización de lo que ya existe en el hombre, volver a ser lo que uno fue en el principio, es decir el verdadero, por eso Ulises no deja de pensar en la necesidad de volver a la patria (pensando en ello, Platón creó la noción del recuerdo del mundo de las ideas).
En el sur de Tracia, los griegos se hicieron de un gran botín, por eso Ulises quiso partir enseguida, pero sus hombres se demoraron con el vino, permitiendo a sus enemigos recuperarse de la derrota, lo que le ocasionó muchas bajas a los griegos, a los que lo efímero les hizo olvidar la meta superior, y este descuido es el símbolo de las emociones bajas, de los deseos que vencen a la voluntad del hombre, tonterías que pueden ser fatales.
El hombre suele olvidar sus metas superiores por satisfacer deseos groseros, artificiales, momentáneos (en Platón, los cuerpos son las sombras de las ideas, y en el budismo, la identificación con lo pasajero es la causa de todos los sufrimientos).
A Ulises le costó tanto llevar a sus hombres, que se demoraban en cualquier placer, como a Moisés el pueblo hebreo, y también tuvo que luchar contra la hostilidad de Poseidón, el dios del mar, que era un símbolo del subconsciente, por eso Ulises lo cruzó como un viajero que buscaba su ser verdadero, sabía que en algún lugar de ese mar encontraría su patria, y lo sabía porque estaba en medio del camino, porque ya estaba en marcha.
Siempre vamos a casa, decía Novalis, lo que significa que el hombre es un ser espiritual según su verdadera naturaleza interior, y que su identidad está ligada a su relación con el mundo material, y recordar esta naturaleza original y buscarla es el sentido de la vida. 
Muchas veces, cuando me preguntan mi nombre, estoy tentado a responder como Ulises: Nadie, tal vez porque se tiene poder sobre las cosas de las que se conoce el nombre, y yo soy muy independiente.
En general, asusta lo que no podemos denominar, no nos preocupa tanto lo que tiene nombre, pero lo desconocido siempre se nos hace peligroso, es más fácil luchar contra un enemigo conocido, por eso siento que estoy a salvo cuando no revelo mi identidad (¿Usted es Borges?, le preguntó alguien en la calle. A veces, le dijo el maestro).
El retorno está previsto desde la partida, pero nadie lo tiene seguro, ni siquiera Ulises, al que Eolo, rey de los vientos, se los dio todos en una bolsa, el Ulises que fue reduciendo su tripulación para purificar la travesía, para cuidar la salud del barco, Ulises, el capitán y el símbolo del verdadero yo interior, que tenía que quedar como único sobreviviente, y todos los demás, pequeños yoes que eran solamente aspectos de la personalidad, tenían que morir. Todas las máscaras que habían aceptado les impidieron ser auténticos (por mucho que se enamoraran de ellas), por eso todos pudieron ser transformados en cerdos cuando la maga Circe los hechizó, la maga Circe que representaba un aspecto de Artemisa, diosa de la Naturaleza, y la guerra de Circe contra Ulises fue para defender lo matriarcal de lo patriarcal, pero después de un año, Ulises se liberó de la hechicera y bajó al Hades, más allá de las columnas de Herakles (hoy Gibraltar) para buscar consejo en Tiresías, el sabio vidente, primer descenso a los infiernos que sucede en el Canto ll.
Después, antes de llegar a Ítaca, Ulises vuelve a bajar a los infiernos, como el sol que desaparece bajo la tierra cada atardecer para iniciar su viaje nocturno, pero vuelve a emerger para que el viaje se aclare cerca de las islas de Galli, al norte del estrecho de Messina, pero las sirenas le entorpecen el retorno a casa, lo seducen con sus cantos para volver a bajarlo al reino de los muertos, a las sombras que lo distraen de las metas superiores donde los hombres alcanzan su verdadera estatura, donde se hacen uno con los dioses (los deseos son las peores cadenas de los hombres).

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