viernes, 26 de agosto de 2011


Aldo Roque Difilippo
Sepulten a Artigas



Usados por caudillos menores, políticos, dictadores, y oportunistas, la dignidad humana reclama paz para los restos de José Artigas.
Sobre nuestro máximo héroe confluyen casi todas las ideologías políticas, reivindicando para sí, su pensamiento y su lucha por la independencia. Pero esa reivindicación pasa -en la mayoría de los casos- por repetir frases teñidas del bronce de los innumerables monumentos que en los diferentes puntos del país recuerdan su figura.




Desde que Artigas ingresó al territorio paraguayo su ideario comenzó a hundirse en  la sombra del exilio. Una soledad mayor a los últimos treinta años del prócer en tierras paraguayas, y que se extendió incluso hasta después de su muerte, cuando sus restos fueron repatriados, quedando abandonados en una dependencia pública. El último gobierno militar del país construyó un mausoleo en pleno centro montevideano, mientras eran prohibidas algunas de sus célebres frases, o apenas si eran susurradas por su contenido revolucionario. Reinstaurada la democracia, ciertas consignas artiguistas comenzaron a sonar desde diferentes sectores políticos, pero  que no pasaron de las frases hechas. Quizá  porque "nuestra  Historia Nacional se ha contado desde diferentes ángulos y, por lo general, con buena dosis de prejuicios, fundamentalmente cuando se habla de "El Protector de los Pueblos Libres". Poco se dice de la participación criolla en el ideario de la revolución, del vínculo que lo unió a los charrúas, e incluso se cita a los indígenas como a elementos aislados y secundarios de nuestra conformación social. Se habla de los valores militares de Artigas, fundamentalmente en la Batalla de las Piedras, y su pensamiento aparece como un híbrido de lo que importaba esa sociedad baguala de la Banda Oriental. Resulta más fácil ver sus ojos azules, muy europeos, que asociarlo con aquellos personajes que en su cruza dieron origen al gaucho actual y que son nuestras claves culturales y pautan nuestra idiosincrasia" (1).
Y también, por que no, por la fría solemnidad con que recurrentemente se presentan los hechos históricos, y la vida cotidiana de los héroes. Desde que los estudiamos en la Escuela, hasta cada acto patriótico.
Por eso siempre es bueno volver sobre la vida y las peripecias del prócer de la Patria.


LA SOLEDAD Y LOS BOCADOS SOCIALES
En 1847 Beaurepaire Rohn, oficial del cuerpo de ingenieros del Brasil, visitó a Artigas en su exilio paraguayo, anotando: "En los arrabales de la Asunción existen muchas chacras. En una de ellas visité hoy, viejo y pobre, pero lleno de recuerdos de gloria, a aquel guerrero tan temible antes en las campañas del Sur, al afamado don José Artigas... No me cansaba de estar frente a frente de este hombre temido, de cuyas hazañas había oído hablar desde mi infancia y que de mucho tiempo atrás le creía muerto. Por su parte no se manifestó menos satisfecho el anciano al saber que me conducía a su morada la fama de sus hazañas. Entonces me preguntó risueñamente: -“Mi nombre suena todavía en su país?”. Y habiéndole contestado afirmativamente dijo después de una pequeña pausa: -Es lo que me queda después de tantos trabajos: hoy vivo de limosnas".
En 1847, murió su hijo José María Artigas. El presidente Joaquín Suárez escribió a uno de sus amigos: "El hijo de nuestro antiguo general ha muerto: la memoria del padre nos recuerda grandes deberes: hagamos, amigo, lo que podamos...". Al ser inhumados los restos del coronel Artigas, el encargado de pronunciar el discurso, coincidiendo con el pensamiento del presidente, expresaba: "Hijo desgraciado del primer soldado de nuestra gloriosa revolución: has muerto, pero mueres con el consuelo de que tus cenizas encuentran descanso en el seno de la patria tantas veces regada con la sangre de tu ilustre padre y de la tuya también vertida en el Águila, en el Rincón y en Sarandí".
Seis años antes, en 1841, José Gervasio Artigas se había negado a regresar del exilio paraguayo, muriendo repentinamente el 23 de setiembre de 1850. Milton Schinca intuyó esas tres décadas del héroe en tierras paraguayas. "Cuando las tuve prontas, amontoné las tortas fritas en un fuentón y las llevé al comedor. Yo me instalé en un sillón, dispuesto a matear para mis adentros (recién pude medir lo solo que estaba).
Espolvoré‚ las tortas fritas con un poco de azúcar y... ¿cuántas habré comido? Póngale que dos, tres como mucho. Las demás quedaron en la fuente, formando una montaña inútil. ¡Me parecieron tan sin gracia!; ellas, que son bocados sociales.
¿Es que no parará  nunca esta lluvia? Apareció un sapito en el comedor y le bendije su llegada. Pero no estuvo mucho rato. A saltitos se marchó y volví a quedarme cismando" (2).
Aunque inventada por el novelista, esta situación  resume la soledad del viejo prócer. El comienzo del abandono de los orientales hacia su máximo caudillo.

LA URNA OLVIDADA EN EL PUERTO
En 1853 los deudos del prócer promovieron una solicitud para repatriar sus restos. La agitada situación política del país hizo que la iniciativa quedara olvidada, y recién abril de 1855 el Dr. Estanislao Vega marchó rumbo a tierras paraguayas, como agente confidencial ante el Gobierno paraguayo con el pliego de instrucciones donde figuraba la repatriación de los restos de Artigas.
La exhumación de los restos del prócer se produjo el 20 de agosto de 1855, y según las actas levantadas, el solar estaba señalado "con una piedra de las que este país produce, con la inscripción  General Don José Artigas, año 1850". Tras levantarse la piedra, "se cavó como vara y media hasta que apareció el cadáver". Los huesos fueron bañados en cloruro de cal por el doctor en medicina Luis Etcheverría, y colocados luego de oreados en una urna que fue depositada en la Iglesia, a la espera de su conducción al vapor "Uruguay" encargado del transporte. El cura don Cornelio Contreras hizo constar que por resolución del gobierno paraguayo ningún otro cadáver había sido enterrado en aquel solar.       
Cuando el vapor "Uruguay" llegó al país, la caída del gobierno de Flores provocó que nadie recordara que traía los restos del prócer. Un óleo de Dámaso Puig recuerda el desembarco de la urna con los restos de Artigas. Pivel Devoto, recordó el hecho en el Parlamento, en noviembre de 1966: "Cinco años después de muerto Artigas, por iniciativa del General Venancio Flores, llegan sus restos a Montevideo, en momentos de intensa lucha entre la tendencia doctoral y el caudillismo. Quedaron prácticamente abandonados en la Aduana de la Capital, luego el gobierno de Gabriel Antonio Pereira dispuso que fueran trasladados al Cementerio Central, declarando a Artigas "Fundador de la Nacionalidad Oriental". Corría entonces el año de 1856".
Un mes después del desembarco, Leandro Gómez pedía al nuevo Gobierno, en un editorial de "La Nación", que sacara los restos de Artigas "del rincón de la oficina pública" en que estaban abandonados, y se les decretara "unos funerales modestos" llevándolos al Cementerio, y mandando esculpir "en la misma losa que servía de mausoleo en la Asunción" la frase "Siempre patriota,  siempre honrado, siempre pobre hasta en el sepulcro". Agregando Leandro Gómez, era un merecido reconocimiento al "primero y más heroico campeón, del primero y más eminente ciudadano, de la primera y más grande de nuestras glorias, del que fue siempre modelo de abnegación y del mas puro patriotismo". 
Pero los restos de Artigas siguieron olvidados en la Capitanía del Puerto.

HONRAR SUS CENIZAS
Ante la apatía del gobierno, varios ciudadanos tomaron la iniciativa. En abril de 1856 escribían "los viejos orientales" en "El Mercurio": "­Orientales! los venerables restos del padre de la Patria, del gran ciudadano, del virtuoso patriota, del Washington oriental don José Artigas, yacen insepultos, sin que el Gobierno que mandó exhumarlos de la tierra sagrada que los cubriera en el Paraguay, sus numerosos deudos, los dignatarios de la Iglesia, ni nadie en fin entre nosotros que somos libres por sus afanes y sacrificios, recordase la obligación que nos cumple a todos  de honrar sus cenizas. Ya es tiempo de llenarla, ciudadanos, de todas clases y condiciones; ya es tiempo de lavar la negra mancha de la ingratitud que nos afea ante el mundo. Construyamos dentro de nuestra esfera a rendirles el último homenaje, conduciéndolos a la eterna morada en el suelo patrio".
Algo que provocó la reacción de la Cámara de Diputados, presentando José E. Zas un proyecto acordando honores "al primer jefe de los orientales...  al más benemérito y conspicuo en la historia de nuestra emancipación política". Aprobándose la iniciativa, seguida de la Cámara de Senadores, pero que incorporó una enmienda "que empequeñecía el homenaje. Dos senadores invocaron el estado angustioso de la Hacienda pública para pedir que fuera aplazado el funeral, depositándose mientras tanto la urna en una Iglesia… Otro Senador propuso y su indicación fue aceptada por mayoría, que la Asamblea en vez de decretar honores, lo que obligaba a tributarlos de inmediato, dijera tribútense oportunamente los honores fúnebres, etc." (3).
Finalmente triunfó la iniciativa de la Cámara de Diputados, dictándose una ley, en junio de 1856, que expresaba: "Tribútense los honres fúnebres que corresponden al rango militar del primer jefe de los orientales, Gobernador y Capitán General de la antes Provincia constituída hoy República Oriental, ciudadano don José Artigas. Facúltase al Poder Ejecutivo para los gastos de las exequias y competente depósito de los restos del expresado general en un lugar preferente del cementerio público".
Pero los restos de Artigas continuaron abandonados en la Capitanía del Puerto hasta el mes de noviembre cuando el gobierno dejara de lado los decretos designado una comisión compuesta por el Gral. Anacleto Medina, y los Coroneles Velazco y Melilla, para que presenciaran la traslación de la urna al Cementerio. Estableciendo también el programa de honores: formación de todo el ejército, conducción del féretro por los generales y coroneles, descargas de fusilería y de artillería, luto en el brazo que llevarían todos los empleados públicos por el término de 48 horas, y  una inscripción en la lápida que dijera "Artigas, fundador de la Nacionalidad Oriental".
Luego de un año en depósito de la Capitanía del Puerto, el 20 de noviembre de 1856, los restos de Artigas fueron conducidos a la Iglesia Matriz donde se rezó un funeral, y luego al Cementerio Central.
El diario "El Comercio del Plata", redactado por el Dr. Miguel Can‚, comentaba: "La bandera,  símbolo de las hazañas del héroe oriental, con la cual tantas victorias alcanzó, cubría las insignes cenizas del general Artigas". Catalogándolo como el "Campeón ilustre". En tanto "La Nación", expresaba que Artigas era "El Guillermo Tell de la libertad de los orientales, el Washington de nuestra independencia".

A LA MEMORIA DEL PATRIARCA
En el Cementerio, el Ministro del Gobierno, Dr. Joaquín Requena expresó: "Los restos mortales del general don José Artigas,  los gloriosos restos del ilustre campeón de nuestra libertad, descansan ahí bajo la sombra del sagrado estandarte del divino  libertador del género humano. Tenemos ya el consuelo de custodiar por nosotros mismos ese depósito santo, esas cenizas veneradas  restituidas al seno de la patria. Ellas serán para nosotros un vínculo de unión, porque agrupados los orientales en derredor de la tumba del primero de sus héroes, del patriarca de la Independencia, del fundador de  su nacionalidad, del padre de la patria, todo sentimiento de división ser  sofocado y revivir  solo, vigoroso y radiante, el sentimiento de nacionalidad, de independencia, de libertad; y los orientales para conservarnos independientes y libres necesitamos estar unidos"
Por su parte el Gral. José María Reyes, en su oratoria expresó que "Su nombre pasar  a las más remotas generaciones, grabado en el corazón de todos los hijos de esta tierra".
La figura de Artigas comenzaba a teñirse del bronce despersonalizado, y al discurso recurrente.
Al organizarse el homenaje, Leandro Gómez que figuraba entre los oficiales más distinguidos del Ejército, se dirigió al Presidente Pereyra para hacerle un obsequio, acompañado de una nota: "Mi constante admiración por el ilustre oriental don José Artigas,  hízome adquirir en Buenos Aires por el año 1842 la interesante noticia de la existencia de una prenda monumental que le pertenecía. Era ésta una espada de honor que le fuera consagrada por la Provincia de Córdoba en gratitud a los eminentes servicios del campeón oriental; joya dispersa como otras muchas por el huracán de la revolución que un día reunidas servirán de diadema gloriosa de la República". Leandro Gómez, el futuro héroe de Paysandú, y uno de los pocos militares que defendió con su vida la soberanía nacional, con una clara convicción artiguista, manifestaba  su "más alta expresión de la admiración profunda que debo a la memoria del patriarca de la libertad y la independencia de nuestra patria".


---------------------------------
Nota:
(1) "Artigas el conductor", Cecilia Olivet, "La Batalla de las Piedras y sus antecedentes", suplemento de LA REPUBLICA, 18/5/1997.
(2) "Hombre a la orilla del mundo", Milton Schinca, Banda Oriental, 1991.
(3) "Anales Históricos del Uruguay", Tomo II, Eduardo Acevedo, Casa A. Barreiro y Ramos S.A., Montevideo, 1933.

No hay comentarios: