sábado, 31 de diciembre de 2011


JULIO

Entre la muerte de los famosos y la vida de los anónimos




Ángel Juárez Masares




La muerte de Facundo Cabral en las circunstancias por todos conocidas, nos recordó las multitudinarias manifestaciones de pesar que suelen acompañar este tipo de sucesos, independientemente de las causas del fallecimiento de los referentes populares.

Sin embargo, no pudimos evitar lanzar una mirada a los vivos. Pero no a quienes están en la consideración pública, sino a quienes ejercen actividades artísticas de diferente orden en el más completo anonimato.

Claro está que para destacarse no alcanza con poseer talento. Además hay que desearlo, y sobre todo tener la fortuna de encontrar los caminos para hacerlo.

Lanzar una mirada sobre “los anónimos” no es tarea sencilla si queremos profundizar en sus vidas, porque naturalmente la complejidad del ser humano no permite “pasar el rasero” y uniformizar actitudes y estilos de vida de cada persona, además de rozar el “libre albedrío”.

Quizá uno de los componentes que más nos afectan a todos sea la injusticia. Nada hay más doloroso y traumático que la sensación de sufrir algo que no merecemos, y como ejemplificar en ese sentido sería agredir la inteligencia de nuestros lectores, continuaremos esta reflexión por otros caminos.

Tras la muerte de los famosos viene la pena de los seguidores; se escuchan de nuevo sus discos, o se admiran y comentan sus obras según sea la disciplina en que se hayan destacado. Luego viene una suerte de “estado de meseta”, y mas tarde todo vuelve a la “normalidad”. Pero cuidado, porque nadie está diciendo que esté mal. Todo ese proceso forma parte de un ciclo natural que tiene su génesis en esa misma naturaleza.

Lo que nos parece mal, es la actitud depredadora que muchas veces suele acompañar la muerte de un “anónimo”, y a esta altura no podemos evitar referirnos -como un ejemplo de los más gráficos- a la azarosa vida de Raúl Javiel Cabrera. Hombre que en vida cambiaba acuarelas por un café con leche, y después de muerto sus obras cotizan en la mejores galerías neoyorquinas.

Abundan los ejemplos de artistas que murieron en la más absoluta indigencia, y la casi constante cotización post mortem de su legado (Van Gogh, Kafka, Becquer, Miguel Hernández, Horacio Quiroga, Florencio Sánchez, Emilio Salgari, y un largo etcétera)

¿Qué también esto forma parte de las leyes del juego?

Es posible. Lo bueno sería saber quién dictó esas reglas y por qué debemos aceptarlas, sobre todo en nuestro país, donde en cada pueblo por pequeño que sea hay artistas en potencia, muchos de los cuales se diluyen arreando ganado en medio de los campos porque no tuvieron oportunidad de manifestarse, y muchas veces ni siquiera de descubrir sus capacidades.

O lo que quizá sea más dramático, aquellos que viviendo en la ciudad intentaron infructuosamente abrirse camino y se los midió con la vara del poder adquisitivo y no por sus cualidades artísticas o culturales. En este aspecto quizá el ejemplo más claro para los mercedarios haya sido la trayectoria de José Ricardo Bonino, poeta, letrista de Carnaval, tardío artista plástico que todos vimos levantar apuestas de quiniela en la esquina del Hospital, y que pocos valoraron sus cualidades por lo que tenía para decir.

Quienes hemos tenido la oportunidad de conocer hasta los más insignificantes rancheríos del país podemos dar fe de ello, podríamos enumerar si quisiéramos, lugares donde los gobiernos departamentales debían haber hincado el diente en busca de talentos, y muy poco se ha hecho, por no decir nada y caer en el acto de injusticia que condenamos.

Por esas razones nos parece bien que lloremos a nuestros ídolos porque por lo general nunca se van del todo. Pero bueno sería que se instrumentaran políticas culturales “en serio”; puestas en práctica “en serio”, y a partir de un “trabajo de campo”.



Cuando el Dr. Tabaré Vázquez accedió a la Presidencia de la República muchos creyeron que dentro de los cambios pregonados estaría también otra concepción de las políticas culturales que implicara más al ser humano independientemente del lugar donde residiera. Pero lentamente esas expectativas se diluyeron porque quienes estuvieron al frente del Ministerio de Educación y Cultura repitieron los mismos vicios y las mismas prácticas de sus antecesores. Es decir, en este punto derecha e izquierda coincidieron en perpetuar en el poder de las políticas culturales actores y formas de concebir estas acciones, pensadas y dirigidas casi exclusivamente para quienes residen en el centro de la capital del país.

Finalmente no es aventurado señalar que los Centros MEC quizá hubieran sido una herramienta válida, si no se hubieran utilizado en la mayoría de los casos como lugares para “pagar” favores políticos.

Desde esta humildísima Página que recorre el mundo y que por alguna causa va camino a las 30.000 visitas -asunto que nos hace pensar que “por algo será” -seguiremos difundiendo la obra de los grandes maestros, pero también buscando y dando conocer a “los anónimos”, para que su trabajo y esfuerzo se tiña –por lo menos- con un átomo de justicia.

Además… ¿Quién dice que -como en el Aleph de Borges- no esté allí girando el Universo?

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