NOVIEMBRE
Nosotros, los morbosos
Aldo Roque Difilippo
La hipocresía campea y los morbosos
se regodean. Esa podría ser la síntesis de lo acontecido en los últimos meses.
Eventos a los que asistimos como espectadores, más o menos conmovidos, más o
menos comprometidos, pero de los cuales no hemos podido escapar. El último de
ellos fue el brutal asesinato de una perra a manos de algunos jóvenes. Por ese
hecho se alzaron voces indignadas desde diferentes sectores sociales reclamando
justicia y en algunos casos promoviendo la re implantación de la Ley del Talión porque esos
“energúmenos, enfermos” y toda clase de calificativos, merecen un trato
igualitario al que sometieron al infortunado animal. Pero no escuchamos la
misma vehemencia cuando nos asomamos a nuestra puerta y vemos revolver el tacho
de basura a un perro callejero, anémico y pulgoso. Capaz que alguno de esos que
se indignó por la brutalidad del asesinato de esa perra, hasta lo hizo a un
lado de un puntapié, enojado porque el animal le ensuciaba la vereda. Tampoco hemos
oído levantarse voces de indignación por el estado sanitario de algunos
caballos que tiran carros con basura. Y hasta asistimos felices llevando a
nuestros niños, comprándoles caramelos, pop y papas fritas, a las funciones de
Circo donde animales que deberían ser salvajes fueron reducidos a posturas
indecorosas, parándose en dos patas, o saltando por aros de fuego.
¿Nos pusimos a pensar mientras
engullimos nuestras golosinas cómo llegaron a esa situación esas magníficas
bestias convertidas en actores de un espectáculo circense?
El año pasado cuando un grupo de
jóvenes mercedarios protestó frente a un Circo por las condiciones sanitarias
de una elefante, los catalogamos de locos, impertinentes, enajenados que
gastaban el tiempo y nuestra paciencia en arruinarnos la diversión de fin de
semana.
Alguno de los que se indignó por la
muerte a palazos de esta perra, ¿siente la misma indignación y reacciona de la
misma manera por los niños que revuelven tachos de basura en busca de comida?
¿O por los niños sometidos sexualmente, físicamente, o sicológicamente por
otros trastornados que no siempre son expuestos al escarnio público como lo
fueron estos pobres enfermos de Nueva Palmira?
La violencia doméstica es una de las
principales problemáticas de nuestra sociedad. Uruguay tiene una tasa
dramáticamente alta de muertos y heridos por este flagelo. ¿De cuántas marchas
participamos repudiándolos? ¿A cuántas víctimas socorrimos?...
Del otro lado están los morbosos,
los que se regodean con el dolor ajeno como aquellos bárbaros que concurrían al
Circo romano a azuzar a los leones para que se devoraran a los esclavos o los
cristianos. Y si era lentamente mejor.
Pero los morbosos en este caso no
son los que empuñan un palo para matar un animal, sino los que difunden
constantemente esas grabaciones. ¿Qué contribuye a la opinión pública ver cómo
muere un animal por una seguidilla de golpes? ¿Qué contribuye ver a un dictador
como Muamar el Gadafi suplicar por su vida momentos antes del tiro de
gracia? ¿Qué aporta ver a otro dictador como Sadam Huseim pender de la soga al
ser ahorcado? ¿Qué contribución hacemos como periodistas, como comunicadores al
difundir una y otra vez cómo dos enajenados asesinan fríamente a un guardia de
seguridad para robarse unos pocos pesos?
Si la sociedad está enferma nosotros, los que comunicamos,
también estamos enfermos. Los que por cinco segundos de televisión o media
carilla de periódico tenemos el poder de decidir qué verá y que no verá el
espectador o el lector tenemos gran parte de la responsabilidad, y aunque nos
cueste reconocerlo contribuimos a exacerbar el morbo, la hipocresía y la
banalidad.
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