sábado, 31 de diciembre de 2011


NOVIEMBRE

Nosotros, los morbosos




Aldo Roque Difilippo

La hipocresía campea y los morbosos se regodean. Esa podría ser la síntesis de lo acontecido en los últimos meses. Eventos a los que asistimos como espectadores, más o menos conmovidos, más o menos comprometidos, pero de los cuales no hemos podido escapar. El último de ellos fue el brutal asesinato de una perra a manos de algunos jóvenes. Por ese hecho se alzaron voces indignadas desde diferentes sectores sociales reclamando justicia y en algunos casos promoviendo la re implantación de la Ley del Talión porque esos “energúmenos, enfermos” y toda clase de calificativos, merecen un trato igualitario al que sometieron al infortunado animal. Pero no escuchamos la misma vehemencia cuando nos asomamos a nuestra puerta y vemos revolver el tacho de basura a un perro callejero, anémico y pulgoso. Capaz que alguno de esos que se indignó por la brutalidad del asesinato de esa perra, hasta lo hizo a un lado de un puntapié, enojado porque el animal le ensuciaba la vereda. Tampoco hemos oído levantarse voces de indignación por el estado sanitario de algunos caballos que tiran carros con basura. Y hasta asistimos felices llevando a nuestros niños, comprándoles caramelos, pop y papas fritas, a las funciones de Circo donde animales que deberían ser salvajes fueron reducidos a posturas indecorosas, parándose en dos patas, o saltando por aros de fuego.

¿Nos pusimos a pensar mientras engullimos nuestras golosinas cómo llegaron a esa situación esas magníficas bestias convertidas en actores de un espectáculo circense?

El año pasado cuando un grupo de jóvenes mercedarios protestó frente a un Circo por las condiciones sanitarias de una elefante, los catalogamos de locos, impertinentes, enajenados que gastaban el tiempo y nuestra paciencia en arruinarnos la diversión de fin de semana.



Alguno de los que se indignó por la muerte a palazos de esta perra, ¿siente la misma indignación y reacciona de la misma manera por los niños que revuelven tachos de basura en busca de comida? ¿O por los niños sometidos sexualmente, físicamente, o sicológicamente por otros trastornados que no siempre son expuestos al escarnio público como lo fueron estos pobres enfermos de Nueva Palmira?

La violencia doméstica es una de las principales problemáticas de nuestra sociedad. Uruguay tiene una tasa dramáticamente alta de muertos y heridos por este flagelo. ¿De cuántas marchas participamos repudiándolos? ¿A cuántas víctimas socorrimos?...

Del otro lado están los morbosos, los que se regodean con el dolor ajeno como aquellos bárbaros que concurrían al Circo romano a azuzar a los leones para que se devoraran a los esclavos o los cristianos. Y si era lentamente mejor.

Pero los morbosos en este caso no son los que empuñan un palo para matar un animal, sino los que difunden constantemente esas grabaciones. ¿Qué contribuye a la opinión pública ver cómo muere un animal por una seguidilla de golpes? ¿Qué contribuye ver a un dictador como Muamar el Gadafi suplicar por su vida momentos antes del tiro de gracia? ¿Qué aporta ver a otro dictador como Sadam Huseim pender de la soga al ser ahorcado? ¿Qué contribución hacemos como periodistas, como comunicadores al difundir una y otra vez cómo dos enajenados asesinan fríamente a un guardia de seguridad para robarse unos pocos pesos?

Si la sociedad está enferma nosotros, los que comunicamos, también estamos enfermos. Los que por cinco segundos de televisión o media carilla de periódico tenemos el poder de decidir qué verá y que no verá el espectador o el lector tenemos gran parte de la responsabilidad, y aunque nos cueste reconocerlo contribuimos a exacerbar el morbo, la hipocresía y la banalidad.

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