¿Cómo harán los historiadores del futuro?
Aldo Roque Difilippo
¿Cómo harán en los próximos siglos los historiadores,
biógrafos y hurgadores del pasado para
saber de nuestros desvelos,
amores, pasiones y esperanzas? ¿Cómo harán para reconstruir ese pasado si
nuestra cultura actual está basada en la fragilidad de lo digital? Hoy
recibimos una oferta laboral o amorosa mediante una llamada telefónica o un
mail, y pocas veces o casi nunca tomamos
la precaución de grabarla o imprimirla para conservarla. Hoy nos gusta un
paisaje y lo registramos en una fotografía.
Perpetuamos un instante con un amigo con una fotografía. Grabamos con
nuestro celular un video donde nuestro
hijo da los primeros pasos, donde nuestro equipo convierte un gol, o lo que
fuera, y esa información va a parar al disco duro de la computadora, y si acaso
somos previsores la respaldamos en un CD, o en un Pen Drive con la fragilidad
que eso representa, ya que está supeditada a ser borrada, a que el soporte se
dañe, o que simplemente la tecnología en la que fue grabada quede obsoleta y no haya manera de
recuperar esa información.
Piense si acaso en algún cajón no tiene guardado un
disquete. ¿En cuál de las actuales computadoras podría leerlo? Ni pensar si
usted es uno de los pioneros en estas lides informáticas y todavía conserva esa
verdadera reliquia histórica de hace apenas 30 años cuando usábamos disquetes
de 5 pulgadas .
¿Se acuerda de aquellos enormes rectángulos que tenían menos capacidad que lo
que significa cualquier foto digital de una cámara promedio de la actualidad y
que nos ufanábamos al usarlos como si
fuesen la tecnología que perduraría
por los siglos de los siglos, en una modernidad que quedó obsoleta
en menos que nada?
Está bien, usted podrá opinar que una simple carta escrita
en papel también es frágil, que es susceptible al paso del tiempo, al fuego y
otras circunstancias, pero convengamos que en esta era donde todo es digital
esa fragilidad es aún mayor. ¿Cómo hacer para leer un simple CD dentro de 50 años cuando haya cambiado todo lo que conocemos? Se me dirá, ya se
inventará algo que lo permita. En eso estamos de acuerdo. ¿Pero como poder
reconstruir los amoríos de algunos personajes célebres de nuestra época en base
a sus mensajes de texto o sus mail?
Seguramente algunos tenemos cartas de nuestros abuelos,
tíos o parientes, que no habrán sido tan célebres pero que nos permiten intuir
cómo pensaban, cuáles eran sus desvelos. Aproximarnos a esa intimidad mucho más
allá de lo que nos puedan contar sobre qué hacían o no.
Apenas 11 días antes de morir Simón Bolívar escribió
esta carta a Fanny Du Villard.
“Querida
prima:
¿Te extraña que
piense en ti al borde del sepulcro?
Ha llegado la última
hora; tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por
grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con
sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805.
Por sobre mí, el
cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más
grandioso derroche de luz.
Y tú estás conmigo,
porque todos me abandonan; tú estás conmigo en los postreros latidos de la
vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia.
¡Adiós Fanny! Esta
carta, llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrechó las tuyas en
las horas del amor, de la esperanza, de la fe.
Esta es la letra que
iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; esta es la letra
escrita del decreto de Trujillo y del mensaje del Congreso de Angostura.
¿No la reconoces,
verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalara con su dedo
despiadado la realidad de este supremo instante.
Si yo hubiera muerto
en un campo de batalla frente al enemigo, te dejaría mi gloria, la gloria que
entreví a tu lado en los campos de un sol de primavera.
Muero miserable,
proscripto, detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un
inmenso dolor; presa de infinitas amarguras. Te dejo el recuerdo de mis
tristezas y lágrimas que no llegarán a verter mis ojos.
¿No es digna de tu
grandeza tal ofrenda?
Estuvistes en mi
alma en el peligro, conmigo presidiste los consejos del gobierno, tuyos son mis
triunfos y tuyos mis reveses, tuyos son también mi último pensamiento y mi pena
final.
En las noches
galantes del Magdalena ví desfilar mil veces la góndola de Byron por las calles
de Venecia, en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas
tú; porque tu flotabas en mi alma mostrada por las níveas castidades.
A la hora de los
grandes desengaños, a la hora de las últimas congojas apareces ante mis ojos de
moribundo con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras y en tus
pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas y en tu voz escucho las dianas
de Junín.
Adiós, Fanny, todo
ha terminado. Juventud, ilusiones, risas y alegrías se hunden en la nada, sólo
quedas tú como ilusión serafina señoreando el infinito, dominando la eternidad.
Me tocó la misión
del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el
abismo y tornar a perderse en el vacío.
Santa Marta, 6 de
diciembre de 1830” .
¿Cómo poder
rescatar algo de esto dentro de 50 o 100 años con algún personaje
actual. Casi imposible.
Seguramente que ese personaje enviaría un SMS o un mail a
su amada con éstos u otros dramas y ella
casi seguramente que una vez leído lo borraría sin dejar rastro de
nada.
¿Que le dirán los actuales dignatarios a sus mujeres y
amantes? ¿Qué pensarán –más allá de lo que trasciende del discurso
oficial- de las decisiones que adoptan o
dejan de adoptar actualmente, en la cual estamos inmersos no solamente nosotros
sino los personajes que vendrán dentro de 50, 100 o 200 años?
Yo por lo menos no tengo respuesta de cómo recuperar esa
inmensidad de mensajes en todas las formas imaginables que emitimos y recibimos
actualmente, y que indefectiblemente se perderán para siempre.
¿Los historiadores del futuro deberán conformarse con
investigar solamente la versión oficial de los hechos? La que quede registrada
en los documentos, y por consiguiente sin tener posibilidad a hurgar en todos
los cabildeos y comentarios previos y posteriores. ¿Tendrán que remitirse a conjeturar los otros
aspectos que componen las decisiones,
actitudes, y hechos de la actualidad?
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