De como en el primer mes de 1512
“los grotescos” la comarca
gobernaron, pues como hacía mucho calor los principales de palacio se borraron
Ángel Juárez
Masares
Había una vez en una pequeña y lejana comarca un Señor
feudal que reinaba sobre su pueblo desde un antiguo y coqueto palacio.
Algunos documentos fechados a mediados del primer mes del año 1512,
dan conocimiento de curiosos sucesos acontecidos en la aldea que se levantaba a
orillas del Gran Lago Negro.
Sin embargo, antes de comenzaros a relatar detalles desos, debo
recordar a quienes no estén apercibidos, quienes eran los personajes conocidos
como “los grotescos”; pese a que muchos de ustedes los conocéis pues en mas de
una oportunidad han sido protagonistas de estas historias.
Tratábase de personas que a las que la naturaleza los había bendecido
con capacidades diferentes a las que poseía la mayoría de los habitantes comarcanos.
Varios reyes pasaron por el trono de la Gran Comarca del Sur, aquella de la bahía poco
profunda y del cerro solitario, antes que “los grotescos” fueran reconocidos
como iguales.
Fue entonces que dejaron de ser motivo de burla de los menesterosos de
espíritu, y se ganaron su lugar en las sociedades a fuerza de trabajo, tesón, y
una entrañable bondad que los acompañaba más allá de cualesquiera
circunstancia.
Refrescado que hemos la memoria de nuestros amados Cofrades, procederé
a organizar estos antiguos pergaminos, algunos de los cuales he tenido que
planchar entre dos losas calientes previo humedecido con una solución de agua
regia y extracto de alcanfor.
Dice uno de ellos (el cual por su lectura colijo es el primero pues no
están numerados, ni firmados):
“A los quince días del primer mes de 1512, algunos asuntos de interés
popular lleváronme a solicitar una cita con el Señor feudal. Como es de rigor
mandé nota a su secretario, pero no obtuve respuesta. Dirigíme entonces al
lacayo siguiente en la escala descendente en cuya pirámide encontrábase el Amo.
Nones. Continuado que hube el descenso jerárquico terminé en el portero de
palacio, que dormíase abrazado a una trompeta que le había regalado un músico
de otra comarca.
Díjome el portero: el Señor feudal no está, fuese a su mansión de
campo a cabalgar en sus pequeños caballitos. Tampoco el secretario está, fuese
a la casa de campo del Señor, y aunque tiene que dormir en el establo no quiere
estar lejos del Amo (no se sabe si por lealtad, o por temor a que alguien le
birle el puesto).
Sir Ferdinand De Vor´s no está, fuese a su casa de campo a “poner en
orden” las cuentas de palacio (aduce
necesitar intimidad).
Alex Unvago no está, fuese a otras comarcas en busca de buenos vientos
pues insiste en su afán de volar a toda costa (ya se comunicó con Icaro, quien
le advirtió que la cera no funciona).
Sir Andrews Ramiz no está, fuese a Charles Peace a hacer temporada con
la obra “Bajos instintos” (que siglos después le sería plagiada por Michael
Douglas).
En suma, nadie queda en palacio que atienda a nadie, ni siquiera a los
enviados del Rey Joseph “El Feo”, que llegaron en sus carruajes a presenciar un festival de
músicos que tocan en la calle (tuvieron que pernoctar en la ídem debido a las
ausencias antes mencionadas).”
El segundo pergamino estudiado dice:
“La ausencia total de las autoridades palaciegas hizo que alguien (no
se pudo saber quién) pusiera a varios “grotescos” en los puestos vacantes como
para disimular, pensando seguramente que harían lo mismo que los titulares:
nada.
Sin embargo en pocos días la aldea comenzó a percibir grandes cambios.
Las arcas palaciegas guardaron celosamente los maravedíes aportados por el
pueblo en sus impuestos. Los números estampados en los libros eran reales; la
amabilidad retornó a los scriptoriums, las calles estaban limpias del estiércol
de las cabalgaduras, y los retretes limpios del estiércol de los humanos. Los
visitantes que llegaban a la comarca de la insignia del Zor-Hete retornaban a
sus lugares de origen agradecidos y agradados, y en cada sección de palacio
trabajaba con denuedo un grotesco idóneo en su función”.
El último pergamino está roto deliberadamente. Basta solo observar el
corte limpio de una afilada navaja que pretendió cercenar la verdad, pero que
–aún así-no pudo ocultarla.
Nada sabemos entonces de lo ocurrido al regreso del Señor y sus
acólitos, pero no obsta ello para demostrarle al mundo quienes eran los que
tenían capacidades diferentes.
Quedó claro en esos días quienes habían sido capaces de gobernar con
soberbia. Quienes lo habían hecho con estulticia; quienes habían sido
inmorales, y quienes eran capaces de ejercer la mezquindad sin complejos ni
pudor.
Moraleja:
Triste es el
destino de quienes pudiendo hacer historia, quedarán en la memoria de los
pueblos como nabos (con el perdón de Joseph) debí decir en este caso:
zanahorias.
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