EL CUENTITO MEDIEVAL
De como el viejo Escriba descubrió cuándo, el oficio de escribir
está bien pago
Escriba Medieval
Esta mañana cuando bajé a mi scriptorium, descubrí
que varias palomas –al mando del palomo conocido como “Gemail”- esperaban
pacientemente en la ventana con sus mensajes en los anillos de sus patas.
Teniendo cuidado con unos minúsculos piojillos que suelen alojarse en las
misivas -y que luego te comen los pergaminos- quité los aros y acomódelos en
una pequeña caja para leerlos luego. Normalmente hago esa tarea a horas
tempranas, pero el olor a pan recién horneado que se colaba por esa misma
ventana me llevó hacia las calles de la aldea.
Con una hogaza caliente denunciando sin pudor mi gula,
caminé rumbo al gran Lago Negro mientras masticaba complacido, observado la
gente que iba a sus trabajos.
Considerando detenidamente la construcción moral de un
pueblo, di en pensar en cuáles eran las ocupaciones que sostienen a la
muchedumbre. Allí estaban los médicos; entre los cuales están los que algunas
pestes curan, y quienes se dedican a saber por qué razón mueren algunas
personas. Concluí que estos últimos eran los menos capacitados pues faciendo
industria en el cadáver, ningún pariente acusaríalos de mala praxis.
Estaban los abogados, cuyo oficio era vivir de los
desaguisados de los demás en connivencia con los jueces. Los Curas, que
asentaban su vida temporal sobre la espiritual de los fieles; los militares,
que hipotecaban la suya a cambio de matar a otros, y los comerciantes, en cuyas
arcas entraban maravedíes pero ningún sentimiento. Los nacidos propietarios,
que vivían de heredar; y los artistas, que eran los únicos que daban algo a
cambio de su trabajo.
Tras esta somera evaluación realizada entre mordisco y
mordisco, pensé que aún quedaba una multitud de oficios menores que no tendrá
relación con ninguna destas cosas, pero que existirán sin duda. En los pueblos
grandes esta ralea será crecida en número, pues necesitan del ruido y el
movimiento para vivir –como el pobre del Evangelio- de las migajas que caen de
la mesa de los ricos. Sus ocupaciones son tan pequeñas que mas que oficios
deberían ser llamados pretextos de existencia. Pero los que los profesan –no
obstante- son como las ruedas del carruaje; rotas o separadas del conjunto, paralizan
el movimiento.
Estos seres marchan siempre a la cola de las necesidades
del pueblo, y suelen desempeñar tareas diferentes según el año, la estación, o
la hora del día. En verano “cuidan” los carruajes de las gentes que buscan el
frescor a orillas del Lago; venden pequeños recipientes de agua refrescada en
los aljibes, o manzanas ensartadas en un palo.
Aún subsisten en la aldea los zapateros de viejo. Facen
éstos su nido en los portales, y jamás responden las preguntas, porque tiene la
boca llena de clavos.
También están los siervos de Palacio que barren las
calles. Arrastran sus escobas por los huecos del camino; van con la testa
inclinada y el sombrero sobre los ojos. Pero no os engañéis, ellos todo lo ven,
y todo lo escuchan. Son las orejas del Amo y la lengua de palacio. Nada ocurre
en la aldea sin que ellos lo sepan, son como arañas tejiendo una gran red sobre
el vecindario.
Y así fui desde mi casa de piedras a las piedras del Lago
Negro, cuyas aguas escurridas y evaporadas
no habían sido repuestas por la naturaleza dejando el lecho al
descubierto.
Torné luego a mi morada andando calle arriba mientras
procuraba poner a la escritura como oficio. Mala cosa es tentar a hacerlo,
pensé mientras hurgaba en mi saco buscando algún maravedí que proveyera de otro
pan a mi alacena. Maravedí tan huidizo como ausente, pero cuya misma ausencia
me trajo la respuesta; “ningún oficio reconozco que dé menos de vivir que
escribir para el público, pues ni aún exprimiendo el seso para extraerle el
verso mas excelso, podría Escriba alguno construir rima que llene su estómago a
la noche”.
Moraleja:
No habrá
moneda alguna que pague la virtud de la escritura; pero tesoro mayor habrás
logrado, toda vez que alguien llegue al final de la lectura.
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