sábado, 16 de junio de 2012

Editorial

Pequeño divague de cosas obvias







Aldo Roque Difilippo





EL BICHO HUMANO


El bicho humano se esfuerza  -y a veces lo consigue- en convertirse  en el líder de la manada. Ejerce su cuota parte de poder sobre el más débil, marca su territorio con un par de ladridos o una actitud desafiante y toma lo que ganó por derecho de la fuerza. Así desde el tiempo del pitecantropus hasta la sofisticación de este tercer milenio plagado de relaciones interpersonales, computadora o SMS mediante, el bicho humano actúa de la misma manera. La madre presionando a su cría “civilizándolo” a fuerza de premios y castigos: si hacés tal cosa obtenés tal otra, si no lo hacés estarás más lejos de la salida sabatina, de acceder a la nueva remera de moda, o al dinero suficiente para recargar el celular. El hijo presionando a la madre, “civilizándola” a su modo, simulando una posición de doblegado para obtener lo que quiere: si  paso de año me comprás tal cosa, me pagás el viaje a la playa, o me está permitido quedarme  hasta tarde en la compu, o dormir en la casa de un amigo.
La mujer muchas veces con sutilezas y otras directamente, presiona a su marido para obtener lo que quiere, quien a su vez se  siente el macho de la manada, altivo, desafiante, sin saber o no queriendo reconocer, que esa sumisión de la hembra ante la fuerza del macho es solamente un camuflaje para dominarlo, y ese mismo macho dominante es dominado, doblegarlo y hasta sometido por otro macho alfa que a veces ni siquiera es macho ni tiene rostro porque las órdenes le llegan del otro de lado de la pantalla de la computadora, y él corre literalmente a cumplirla.
Es decir el macho “civilizador” es “civilizado” por otro con esa doble condición, seguramente sin conocer o sin que exista uno enteramente civilizador y dominante.
En este invento  de los humanos que en apariencia no tiene autor, los pitecantropus del tercer milenio nos esforzamos por procurar la mejor piel, la nueva lanza u otra choza, muchas veces sin precisarla, sin reparar que ya tenemos varias y que no usamos ninguna, pero no importa, corremos igual, dejamos energías, músculo y sudor en conseguir lo que ya tenemos y no precisamos.
El bicho humano parece no poder resistirse a esto. A ese doble papel dominador -dominado, de sometido que desde una aparente posición inferior consigue pequeñas victorias y ejerce su cuota parte de poder.
Enfrentarnos a un mostrador de una oficina pública es someternos a ese perverso mecanismo donde el sometido que nos atiende simula una superioridad que él y nosotros sabemos que no tiene, pero que aceptamos, que a veces logramos doblegar con una sonrisa, un “buen día” (estrategias de experientes doblegados que saben que simular inferioridad a veces abre algunas puertas), y que en otras oportunidades vencemos exhibiendo una lanza o una maza más fuerte: si Usted no me soluciona esto llamo a Señor Fulano, y él tomará las medidas que corresponda con Ud. o sus superiores.
Y ese Señor o Doctor Fulano a su vez tiene sus machos alfa que lo someten y lo convierten en  súbdito.
Aunque nos cueste reconocerlo seguimos viviendo en manadas regidas por el más fuerte, por machos alfa que deciden dónde debemos ir, qué o cuándo comer,  o que piel precisamos para abrigarnos.
Seguimos siendo los mismos pitecantropus del comienzo, aunque a veces el macho alfa no tenga rostro.

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