De como la
sabiduría de gentes de otras tierras, no cabe en la cabeza de los habitantes de
la pequeña y lejana comarca
Escriba medieval
Amados Cofrades: el invierno ha llegado
inclemente este año del Señor de 1512, asunto que no es extraño pues si no
fuera inclemente no sería invierno, o por lo menos no un invierno que se precie
de tal condición.
Esa circunstancia estacional ha determinado que no salga demasiado
de mi scriptorium; limite mis contactos con el exterior a meras observaciones
del jardín a través de las ventanas, y que ocupe el día entero y parte de la
noche en hurgar entre las pilas de viejos pergaminos que cubren las paredes de
la morada del humilde.
Fuese así que encontré algunas historias interesantes que hablan
sobre prácticas místicas de algunos hombres del Tibet. Una de las mas curiosas
es la “tulpa”, que sería una suerte de construcción mental, un ente místico
creado por un acto de la imaginación y
de la voluntad,
que adquiere consistencia física. Os digo, pacientes contertulios, algo así
como un fantasma
formado por un monje o iniciado después
de una larga meditación.
Agregan los documentos que no es una simple visión, sino un fenómeno
dotado de consistencia física, que es capaz incluso de emitir olores y sonidos,
entre otras cosas.
Entonces- confesaros debo- que el duende maldito que habita en mi
interior (¡y también en vosotros!) pensó: que afortunados somos questos hombres
estén en el camino de la bondad, pues si estuvieran en la senda del mal, qué
cosas podrían hacer. Y como la imaginación es potestad de los Escribas, y más
aún –si como éste- tienen como mil años, se me ocurrió qué bueno sería poder
laborar “otro yo”.
¡Oh! ¡dicha inefable de los
dioses!...entrar la taberna de la aldea a beber algún potaje fuerte mientras mi
“original” se queda pintando o escribiendo al calor de la lumbre, y después lo
haga desaparecer sin mas industria que un chasquido de los dedos.
¿Y si tal potestad fuera condición del Señor Feudal?
¡Ah!...ya veo su “copia” sentada en el banco de los acusados de la Junta de Notables, mientras
el original pasea por los campos entonando una cancioncilla al trote de su
pequeña jaca.
Y qué oportunidad además para esos Caballeros que suelen visitar
furtivamente a bellas damas cuando sus maridos están de cacería. ¡Uh!...
dejarían la “copia” tirada en el camastro al lado de su mujer, y se irían por
la ventana en busca de calores prohibidos.
“Desdoblarse” podría ser una grata oportunidad para que algunos
burro-parlantes que suelen graznar en la plaza pública por las tardes, mandaran
su “otro yo” al monasterio. Allí los frailes enseñaríanles –no solo a escribir-
sino a fablar como las gentes educadas lo cultivan.
Estaba pensando en las doncellas que sus padres mandan a aprender a
tocar el laúd, podrían aprovechar sus copias e irse al bosque a retozar con sus
amantes, pero eso no sería posible porque para elaborar un otro yo, es evidente
que se requieren muchos años de práctica.
Sin embargo –y tras una lectura minuciosa de tales pergaminos,
acreciéntase la duda en cuanto a la capacidad de los habitantes destas regiones
para lograr hazaña de tal porte. Una de las condiciones primordiales para
elaborar una imagen de sí mismos, es ser poseedor de un alma pura y sabio
pensamiento, asuntos de difícil hallazgo en estas gentes cuasi elementales, y
cuyos apremios son los que competen a la satisfacción del cuerpo.
Estos hombres censuran a sus pares las cosas que ellos mismos hacen,
pero carecen de tino para verlas en su propio espejo; no comen para dar a sus
cuerpos la energía vital, sino que se mandan un chancho entero y luego duermen
como el chancho que engulleron.
Cuando en alguna ocasión se les ocurre decir lo que realmente
piensan, se erigen en jueces de los actos del prójimo, pero cuando es el otro
quien lo dice, considera esos dichos como una falacia.
No. Seguro que ninguno de los habitantes de la pequeña y lejana
comarca podrá nunca elevarse sobre las miserias humanas.
No ocuparé mas tiempo, ni os haré perder el vuestro; amados
Cofrades. Guardaré los pergaminos en su lugar, y escribiré sobre los actos
simples de la vida, que para complejidades basta con las que ya tenemos siendo
uno.
Moraleja:
No esperéis de los hombres
pequeñitos, otra cosa que no sea reproducirse.
Solo para los hombres grandes –os lo afirmo- se reserva la tarea de
proyectarse.
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