viernes, 27 de julio de 2012

De como la sabiduría de gentes de otras tierras, no cabe en la cabeza de los habitantes de la pequeña y lejana comarca




Escriba medieval 

Amados Cofrades: el invierno ha llegado inclemente este año del Señor de 1512, asunto que no es extraño pues si no fuera inclemente no sería invierno, o por lo menos no un invierno que se precie de tal condición.
Esa circunstancia estacional ha determinado que no salga demasiado de mi scriptorium; limite mis contactos con el exterior a meras observaciones del jardín a través de las ventanas, y que ocupe el día entero y parte de la noche en hurgar entre las pilas de viejos pergaminos que cubren las paredes de la morada del humilde.
Fuese así que encontré algunas historias interesantes que hablan sobre prácticas místicas de algunos hombres del Tibet. Una de las mas curiosas es la “tulpa”, que sería una suerte de construcción mental, un ente místico creado por un acto de la imaginación y de la voluntad, que adquiere consistencia física. Os digo, pacientes contertulios, algo así como un fantasma  formado por un monje o iniciado después de una larga meditación.
Agregan los documentos que no es una simple visión, sino un fenómeno dotado de consistencia física, que es capaz incluso de emitir olores y sonidos, entre otras cosas.
Entonces- confesaros debo- que el duende maldito que habita en mi interior (¡y también en vosotros!) pensó: que afortunados somos questos hombres estén en el camino de la bondad, pues si estuvieran en la senda del mal, qué cosas podrían hacer. Y como la imaginación es potestad de los Escribas, y más aún –si como éste- tienen como mil años, se me ocurrió qué bueno sería poder laborar “otro yo”.
 ¡Oh! ¡dicha inefable de los dioses!...entrar la taberna de la aldea a beber algún potaje fuerte mientras mi “original” se queda pintando o escribiendo al calor de la lumbre, y después lo haga desaparecer sin mas industria que un chasquido de los dedos.
¿Y si tal potestad fuera condición del Señor Feudal?
¡Ah!...ya veo su “copia” sentada en el banco de los acusados de la Junta de Notables, mientras el original pasea por los campos entonando una cancioncilla al trote de su pequeña jaca.
Y qué oportunidad además para esos Caballeros que suelen visitar furtivamente a bellas damas cuando sus maridos están de cacería. ¡Uh!... dejarían la “copia” tirada en el camastro al lado de su mujer, y se irían por la ventana en busca de calores prohibidos.
“Desdoblarse” podría ser una grata oportunidad para que algunos burro-parlantes que suelen graznar en la plaza pública por las tardes, mandaran su “otro yo” al monasterio. Allí los frailes enseñaríanles –no solo a escribir- sino a fablar como las gentes educadas lo cultivan.
Estaba pensando en las doncellas que sus padres mandan a aprender a tocar el laúd, podrían aprovechar sus copias e irse al bosque a retozar con sus amantes, pero eso no sería posible porque para elaborar un otro yo, es evidente que se requieren muchos años de práctica.
Sin embargo –y tras una lectura minuciosa de tales pergaminos, acreciéntase la duda en cuanto a la capacidad de los habitantes destas regiones para lograr hazaña de tal porte. Una de las condiciones primordiales para elaborar una imagen de sí mismos, es ser poseedor de un alma pura y sabio pensamiento, asuntos de difícil hallazgo en estas gentes cuasi elementales, y cuyos apremios son los que competen a la satisfacción del cuerpo.
Estos hombres censuran a sus pares las cosas que ellos mismos hacen, pero carecen de tino para verlas en su propio espejo; no comen para dar a sus cuerpos la energía vital, sino que se mandan un chancho entero y luego duermen como el chancho que engulleron.
Cuando en alguna ocasión se les ocurre decir lo que realmente piensan, se erigen en jueces de los actos del prójimo, pero cuando es el otro quien lo dice, considera esos dichos como una falacia.
No. Seguro que ninguno de los habitantes de la pequeña y lejana comarca podrá nunca elevarse sobre las miserias humanas.
No ocuparé mas tiempo, ni os haré perder el vuestro; amados Cofrades. Guardaré los pergaminos en su lugar, y escribiré sobre los actos simples de la vida, que para complejidades basta con las que ya tenemos siendo uno.



Moraleja:

                No esperéis de los hombres pequeñitos, otra cosa que no sea reproducirse.  Solo para los hombres grandes –os lo afirmo- se reserva la tarea de proyectarse.

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