viernes, 27 de julio de 2012

HABLANDO DE BUEYES PERDIDOS

 ¿Dónde está el cartel de “pare”?

                                                                                

Ángel Juárez Masares

La semana pasada escribí en mi muro de Facebook: “Ayer murió un periodista. Cuentan sus amigos que hace dos semanas fue a la oficina de la Agencia Internacional donde trabajaba, y ya estaba dispuesta su partida. El hombre hacía 57 años que trabajaba allí. Ese episodio me llevó a pensar una vez mas en el peligro que significa enamorarse demasiado de lo que uno hace. Cierto es que cada quien actúa de acuerdo a sus convicciones, y esta reflexión para nada cuestiona decisiones personales, no confundir, pero quizá sería bueno tener siempre presente que cuando se trabaja en relación de dependencia, nunca se sabe el día en que te despiden “por una reestructura”, y mas aún si pasaste los 40. Un cambio en la gerencia, un nuevo socio, un amigo del director, un “acomodado”, el malhumor de un jefe; cualquier cosa puede dejar en la calle a un trabajador por mas eficiente que sea. Para que eso no te afecte, creo que uno debería ser como el iceberg, apenas entibiado por arriba, y frío y duro por abajo”.
Confieso que tal reflexión fue espontánea. No conocía al hombre que hizo de su profesión un culto, y también debo confesar que luego de dar “enter” sentí temor que lo escrito fuera mal interpretado; que se tomara como un cuestionamiento a una decisión personal de alguien que –con todo derecho- hizo uso de su libre albedrío.
 Sin embargo, la andanada de comentarios que siguió dejó en claro que no estaba equivocado. En mis años en prensa vi a un hombre perder su casa y su familia por mimetizarse con un medio “progresista” olvidando que tenía una vida propia para vivir; y a otro morir a causa del stress, y las noches sin dormir a café y cigarros.
Claro que no estoy diciendo que no se ponga al alma en lo que se hace. Es normal que en este país se trabaje a puro amor propio, mas allá del salario que se cobra cada mes, el asunto es saber dónde está el cartel de “Pare”.
¿Cuantas veces trabajamos exigiéndonos en extremo para Empresas cuyas dirigencias jamás reconocieron ese esfuerzo?
¿Que es tonto pensar que lo hagan? Es posible. Tampoco nadie espera que lo aplaudan, pero descubrir que se ha dado “margaritas a los cerdos” provoca un sentimiento de injusticia del que no es fácil desprenderse, y eso ocurre con demasiada frecuencia.
“El periodismo es un apostolado”, venimos escuchando desde siempre, y quizá lo sea, pero esa profesión tiene oculto además un gran engaño, el fantasma de la “fama”. Muchas veces he hablado del tema, es verdad, y bueno es dejar de lado por un momento la situación puntual que dio motivo a este divague de lunes por la mañana.
¿Por qué esta aclaración?
Porque nada tienen que ver con “la fama” aquellos periodistas que antaño escribían en las viejas “Remington”. Esos eran tipos que tenían muy claro que la literatura es el arte de la palabra; que el lenguaje es la herramienta que pone en orden las ideas, y que la fidelidad de lo escrito es la base de todo. Y si los mas jóvenes creen que estoy exagerando, averigüen quienes escribieron en “Marcha”, en “El Día”, “La Mañana”, o “El País” de antaño, solo por mencionar algunos.
¿Que actualmente existen buenos periodistas?
Por supuesto que sí. El asunto es que están “entreverados” con la “mano de obra barata” a la que las Empresas apelaron como forma de bajar costos, aún en detrimento –por demás notorio- de la calidad del producto. Basta para comprobarlo ver algunos “noteros” televisivos, o escuchar algún informativo en radios que supieron tener voces espectaculares.
Hoy, cuando el tiempo ha cobrado otra dimensión, y todos corren como si algún ente les hubiera incorporado un “acelerador de hadrones”; los diarios de papel van camino a pasar a la historia, las radios pierden audiencia con la misma velocidad a causa de internet, y la mayoría se desliza por una pendiente hacia la debacle económica, quizá sea hora de detenerse a pensar en estos asuntos.
Cada día el hombre pierde su calidad de tal y –con la misma velocidad- adquiere una condición de pieza descartable. Tal vez por eso sea bueno detenerse y repensar el rol de cada uno para que “la máquina” no nos triture. Cada uno deberá descubrir o encontrar los caminos para salvarse. Caminos que deberán conducir a realizaciones personales que no pasen por la tarea que desempeñen laboralmente. Que prioricen la familia, en el entendido que por ahí es mejor no comprarle el último modelo de celular al hijo adolescente, y cambiárselo por un par de horas de charla íntima cada día. Por ahí eso es la mejor estrategia para alejarlo de las drogas…no lo se. Por ahí debería dejar de escribir antes de ponerme mas cursi y entrar en moralinas de esas que los amigos “del face” suelen “colgar” todos los días y que nadie cumple. Por ahí –como suelo decir- todo lo anterior es una gigantesca inocentada de viejo llena de lugares comunes, pero si alguien tiene una idea mejor, que la exponga, la publicaremos.

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