¿Dónde está el cartel de “pare”?
Ángel Juárez
Masares
La semana pasada escribí en mi muro de
Facebook: “Ayer murió un periodista. Cuentan sus amigos que hace dos semanas
fue a la oficina de la
Agencia Internacional donde trabajaba, y ya estaba dispuesta
su partida. El hombre hacía 57 años que trabajaba allí. Ese episodio me llevó a
pensar una vez mas en el peligro que significa enamorarse demasiado de lo que
uno hace. Cierto es que cada quien actúa de acuerdo a sus convicciones, y esta
reflexión para nada cuestiona decisiones personales, no confundir, pero quizá
sería bueno tener siempre presente que cuando se trabaja en relación de
dependencia, nunca se sabe el día en que te despiden “por una reestructura”, y
mas aún si pasaste los 40. Un cambio en la gerencia, un nuevo socio, un amigo
del director, un “acomodado”, el malhumor de un jefe; cualquier cosa puede dejar
en la calle a un trabajador por mas eficiente que sea. Para que eso no te
afecte, creo que uno debería ser como el iceberg, apenas entibiado por arriba,
y frío y duro por abajo”.
Confieso que tal reflexión fue
espontánea. No conocía al hombre que hizo de su profesión un culto, y también
debo confesar que luego de dar “enter” sentí temor que lo escrito fuera mal
interpretado; que se tomara como un cuestionamiento a una decisión personal de
alguien que –con todo derecho- hizo uso de su libre albedrío.
Sin embargo, la andanada de comentarios que
siguió dejó en claro que no estaba equivocado. En mis años en prensa vi a un
hombre perder su casa y su familia por mimetizarse con un medio “progresista”
olvidando que tenía una vida propia para vivir; y a otro morir a causa del
stress, y las noches sin dormir a café y cigarros.
Claro que no estoy diciendo que no se
ponga al alma en lo que se hace. Es normal que en este país se trabaje a puro
amor propio, mas allá del salario que se cobra cada mes, el asunto es saber dónde
está el cartel de “Pare”.
¿Cuantas veces trabajamos exigiéndonos
en extremo para Empresas cuyas dirigencias jamás reconocieron ese esfuerzo?
¿Que es tonto pensar que lo hagan? Es
posible. Tampoco nadie espera que lo aplaudan, pero descubrir que se ha dado
“margaritas a los cerdos” provoca un sentimiento de injusticia del que no es
fácil desprenderse, y eso ocurre con demasiada frecuencia.
“El periodismo es un apostolado”,
venimos escuchando desde siempre, y quizá lo sea, pero esa profesión tiene oculto
además un gran engaño, el fantasma de la “fama”. Muchas veces he hablado del
tema, es verdad, y bueno es dejar de lado por un momento la situación puntual
que dio motivo a este divague de lunes por la mañana.
¿Por qué esta aclaración?
Porque nada tienen que ver con “la fama”
aquellos periodistas que antaño escribían en las viejas “Remington”. Esos eran
tipos que tenían muy claro que la literatura es el arte de la palabra; que el
lenguaje es la herramienta que pone en orden las ideas, y que la fidelidad de
lo escrito es la base de todo. Y si los mas jóvenes creen que estoy exagerando,
averigüen quienes escribieron en “Marcha”, en “El Día”, “La Mañana ”, o “El País” de
antaño, solo por mencionar algunos.
¿Que actualmente existen buenos
periodistas?
Por supuesto que sí. El asunto es que
están “entreverados” con la “mano de obra barata” a la que las Empresas
apelaron como forma de bajar costos, aún en detrimento –por demás notorio- de
la calidad del producto. Basta para comprobarlo ver algunos “noteros” televisivos,
o escuchar algún informativo en radios que supieron tener voces espectaculares.
Hoy, cuando el tiempo ha cobrado otra
dimensión, y todos corren como si algún ente les hubiera incorporado un
“acelerador de hadrones”; los diarios de papel van camino a pasar a la
historia, las radios pierden audiencia con la misma velocidad a causa de
internet, y la mayoría se desliza por una pendiente hacia la debacle económica,
quizá sea hora de detenerse a pensar en estos asuntos.
Cada día el hombre pierde su calidad de
tal y –con la misma velocidad- adquiere una condición de pieza descartable. Tal
vez por eso sea bueno detenerse y repensar el rol de cada uno para que “la
máquina” no nos triture. Cada uno deberá descubrir o encontrar los caminos para
salvarse. Caminos que deberán conducir a realizaciones personales que no pasen
por la tarea que desempeñen laboralmente. Que prioricen la familia, en el
entendido que por ahí es mejor no comprarle el último modelo de celular al hijo
adolescente, y cambiárselo por un par de horas de charla íntima cada día. Por
ahí eso es la mejor estrategia para alejarlo de las drogas…no lo se. Por ahí
debería dejar de escribir antes de ponerme mas cursi y entrar en moralinas de
esas que los amigos “del face” suelen “colgar” todos los días y que nadie
cumple. Por ahí –como suelo decir- todo lo anterior es una gigantesca
inocentada de viejo llena de lugares comunes, pero si alguien tiene una idea
mejor, que la exponga, la publicaremos.
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