viernes, 10 de agosto de 2012

Campo abierto







Aldo Roque Difilippo




El campo como pretexto y el cuento como  herramienta son los recursos utilizados por  Horacio Chifflet para meternos en sus historias, que en gran medida también son las nuestras. “Campo Abierto”  es un conjunto de  7 cuentos recientemente editado por  Chifflet que, con un estilo aparentemente sencillo, y por momentos parco, rodeado de agobiantes silencios, nos introduce en ese ambiente rural donde el tiempo y el espacio cobran otra dimensión para los personajes que lo habitan. Podría decirse que estos relatos   que componen “Campo abierto” están signados por la por la desolación, donde los individuos se mimetizan con el ambiente y más que personas que lo transitan son parte indisoluble de él.
Individuos recorren esos “caminos  perdidos, donde la soledad se aburre, caminos lejanos, por donde el viento no se anima a pasar”, pintados  por Chiffet, donde el entorno no oficia de escenografía, sino que es parte de la historia y termina contagiando a los personajes.  No atardecía, sino que “un sol caído en desgracia, le daba paso al silencio”, o “una cañada tristona, apenas un tajo en la tierra, huérfanas de anguilas y berro”.
En el prólogo Chifflet justifica “la mejor expresión de comunicación del medio rural es el cuento”; y en gran medida se excusa  como lo haría un paisano al decir que su obra “pretende contar acontecimientos de nuestra campaña, muy lejos de la ciudad, donde los caminos se borran y pasan a ser nada más que un sendero por donde pasa el viento arrancándole lamentos a la soledad”. Agregando “no pretende llegar a la intelectualidad, se apoya en la sencillez y solidaridad”.
Pero en gran medida como un paisano pícaro, miente, y disfraza a su relato con una aparente sencillez casi ramplona para meternos en historias hondas, profundas. Como afirmaba Elías Regules: “Cosas chicas para el mundo pero grandes para mi”. Como la historia de “El carrero Isabelino” enfrentado al drama cuasi vital de no saber descifrar los caracteres de un cartel indicador, porque “seguía sin saber leer ni escribir, apenas algunas letras deshilvanadas, apenas si se animaba a firmar con un garabato ilegible, desprendido de un puño tembloroso y con un lápiz tomado como si fuera una picana”.
Pero aunque esos relatos parecieran estar signados por un destino casi inevitable Chifflet  termina actuando como la maestra  finalmente le enseñó a leer a Isabelino: “¡Este hombre está abriendo una senda… y hay que dejarlo pasar!... el tiempo dirá sobre los resultados”.
Relatos de tierra adentro que  en la sociedad actual parecerían fuera de tiempo y espacio, pero que lejos de lo que podría suponerse no están teñidos de este telurismo banal donde el gaucho es un personaje falso y con un discurso recurrente.
Basta solamente leer y detenerse en el drama de “Tres hermanos”, niños “con las rodillas sucias por fuera y las cabecitas limpias por dentro” que a lomo de sus petizos  van rumbo a la escuela de campaña.
En definitiva, relatos de campo, pero no camperos, porque el drama del hombre es universal, independientemente de donde transite, signados  en gran medida por  su tiempo existencial. Porque “el tiempo, que cuando lo dejan pasar con prudencia, todo lo sabe, el que todo lo cura o lo arregla, el que pone las cosas en su lugar, el que da las razones a quien corresponda, el que perdona.  Parece que siempre tiene razón”.

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