La cruel
complicidad entre el espejo y los juegos olímpicos
Ángel Juárez Masares
Uno se levanta de mañana y se para
frente al espejo. Saca la lengua mientras empuña el cepillo de dientes; se pasa
la mano por la cabeza para asegurarse que tiene igual cantidad de pelo que
ayer, y “mete” la panza. Como es condición humana que uno ve lo quiere ver, así
como escucha lo que quiere oír, no percibe esas arrugas nuevas ni la inflación
de las bolsas de los ojos (que hace rato superó los dos dígitos). Y si encima
nuestra misericordiosa esposa nos dice que “maduros somos mas lindos”, salimos
del baño cuasi convencidos que los años no han pasado para nosotros.
Entonces encaramos el día como si en
realidad tuviéramos unos cuantos años menos de los que dice el almanaque.
Hacemos las tareas de cada uno sin pensar en el cuerpo, y por ahí –si se
atraviesa la oportunidad- hasta nos permitimos lanzar una mirada hacia unos
vaqueros apretados.
Pero las horas transcurren y el cuerpo
empieza a pasarnos factura, y eso ocurre mucho antes de llegar la noche. Ya al
mediodía cuando nos sentamos a la mesa aparece el primer “síntoma”…a
ver…”antes” nos ponían delante una cazuela de mondongo con chorizo colorado, o
una milanesa con un par de huevos fritos encima, y la devorábamos de un saque,
cuando no la “asentáramos” con un helado de sambayón. Ahora la milanesa es al
horno (porque nada de fritura, ¿vio?), del helado olvídate, pero jamás de las
treinta gotas de Hepamida después de comer.
La tarde de sobrelleva, y en todo caso
uno hace un alto como a las cinco para un tecito (a la uruguaya) pero con
galletas de salvado. Nada de pan y manteca.
Pero llega la noche y uno se sienta
frente al televisor. Pone algún informativo, pasa a otro Canal para ver lo
mismo, y a otro, y a otro, hasta que termina viendo a César Millán (el
“encantador” de perros), eligiendo entre la jauría, una mascota para una señora
ricachona. Luego pone un rato “Catástrofes Aéreas” para alimentar el morbo, y
pasa por Films & Arts para ver “Historias del Jazz”. Sin embargo estos días
inevitablemente uno se detiene en uno de esos canales deportivos que pasan los
Juegos Olímpicos, y ahí se pudre todo. Desde la pantalla (y lo que es aún peor,
en alta definición), un alemán está suspendido de un par de argollas colgantes
como si su mole de músculos pesara 5 kilos. El tipo (ese tipo) se levanta y
queda horizontal. No se mueve, no tiembla, la impavidez lo invade. Uno se lo
banca, pero cuando termina soltándose y cayendo perfectamente sobre la lona,
aparece otro que se sube al “potro”. Ese otro tipo vuela, gira, se detiene, se
alza apoyado en una mano desmintiendo el equilibrio....los brazos perfectos,
las piernas perfectas, el torso perfecto… Hermes de Praxíteles redivivo… el
David es un esperpento a su lado…
Y uno no se da cuenta pero ha comenzado
a hundirse en el sillón… el gato está mas arriba que uno enroscado en un
almohadón, y uno lo envidia porque el gato duerme sin importarle siquiera las
promos de esa comida “para gatos de interiores”.
Entonces uno toma el control remoto y
cambia de Canal, pero se encuentra con un chino levanta-pesas que tiene el
cuello del mismo ancho que la cabeza, y por piernas dos columnas de granito.
Entonces a uno le cae el almanaque
encima, se calienta con los malditos Juegos Olímpicos, tira el gato del sillón
(que vuela de cabeza sin entender nada) y apaga el televisor.
Mañana temprano uno se parará con el
cepillo de dientes frente al “otro televisor”, el que está en el baño…porque
nadie puede escapar a la complicidad de estos dos monstruos que uno cobija y
alimenta.
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