viernes, 31 de agosto de 2012

Cuentito medieval


De cuando una destas noches, el escriba habló del miedo

 

                                                                                                                              Escriba medieval  
 
 
Amados Cofrades: algunas veces os he fablado acerca de los sentimientos y las emociones que mueven al hombre, haciéndolo desde las propias vivencias mas que de la certeza.
Todos sabemos de los monstruos y los dioses que conviven en el animal humano. Nadie ignora que dentro deste se aloja el impulso que clavará el puñal en el pecho de su congénere, como también el que lo impide. Allí adentro, en alguna parte, también se encuentra el ánimo que nos hará dar la vida por el otro.
Verdad es, además, que algunos desos monstruos son particularmente poderosos y malignos, como el odio y la desconfianza, por ejemplo. El primero aparece sin que nos demos cuenta; es apenas un embrión que tiene la forma del rencor, pero en la medida que lo alimentamos se transforma en odio. Algunos hombres tienen la capacidad de descubrirlo a tiempo, y si eso ocurre podrán expulsarlo antes que crezca, pero si no están avizores el maldito crece y destruye poco a poco y con el tiempo a las buenas intenciones.
La desconfianza es quizá tan peligrosa como el odio, porque trabaja para que el animal humano vaya creando su propia e invisible prisión, donde se meterá para permanecer agazapado y en vigilia. No confiará ni en sus hermanos, a quienes besará y abrazará sin duda, pero de su boca no saldrá palabra cierta. La vida destos seres será muy desgraciada, puesto que una existencia siempre alerta no les dejará gozar la convivencia con los otros. Sus reuniones familiares serán una parodia, y tendrá “amigos” de mentira. La ausencia de confianza abrigará el deseo de engañar, y se pasará la vida haciendo trampas solo por temor a que lo engañen. Sospechará de todos, sin advertir que en realidad desconfía de sí mismo.
¿Por qué acontecen estas cosas? ¿En qué abrevadero sacia su sed el odio? ¿De qué morral se alimenta la desconfianza?
Del miedo, Amados Cofrades. Es el miedo el que nos hace perder el tiempo, que nos consume años, que nos lleva la vida buscando amenazas quizá inexistentes, que nos torna infelices, huraños, solitarios. No nos mata el amor, no nos mata el hambre, no nos mata la muerte, Nos mata el miedo.
El miedo es la madre de todos los monstruos que habitan en el hombre. Él impide que el tahonero hornée el mejor pan de la comarca, pues cuando amasa teme echar a perder la levadura;  que no deja al bodeguero pisar el mejor vino, pues lo saca del tonel antes de tiempo por temor de avinagrarlo. Él no deja que el Señor Feudal gobierne con justicia, porque tiene miedo que sus acólitos le birlen el sillón. El miedo al fracaso es el que detiene la mano del artista antes que ponga en tela la pincelada de su vida.
Un hombre perdió el amor cuando –por temor al rechazo- no le dijo a la doncella que la amaba; otro perdió la fortuna, cuando por miedo quitó su ficha del damero de la vida, y otro duerme con un ojo entreabierto porque a la oscuridad le teme, sin advertir que solo es ausencia de luz.
¿Cómo podría el hombre reconocer su propio miedo? Cuáles descubrió en los demás y ha memorizado? ¿Cuántos pánicos le pertenecen? ¿Cuántos fueron los miedos que otros le endilgaron? ¿Qué miedos le son propios y cuáles malas reproducciones de fantasmas ajenos? ¿Qué monstruos pretende aplacar alimentando el miedo?
Veramente que el humilde no lo sabe. Solo se sienta en su scriptorium y escribe. Muchas veces lo hace como ahora, sin pensar demasiado en las palabras que nacen de su pluma. Lo hace sin certeza sobre la razón que dellas se desprenda. Muy poco…nada…sabe el viejo Escriba de los misterios de la vida, pero como ya no tiene miedos cada tanto escribe acerca dellos. Lo hace como dibujando un pensamiento, o quizá para desalojar de su mente a los invasores que –al nacer- levantaron allí sus tiendas de campaña.
 
 
 
Moraleja:
                Quien encuentre la llave para encarcelar el miedo, descubrirá que lo extraordinario no es lo verdadero; y que lo que encandila, no ilumina.

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