Cuando un libro es algo mas que un
documento
Ángel Juárez Masares
Si tenemos en cuenta que la palabra
documento significa; “cualquier cosa que sirve de prueba/ título o prueba
escrita: un documento histórico”, quizá podría asegurarse que un libro siempre
es un documento, pues a través de él se trasmitirán peripecias con el fin de
avalar las mismas y evitar que se pierdan con el paso de los años.

A partir de la detención y
encarcelamiento de Juan Carlos Ibarguren Alzáibar en junio de 1972, y el pase a
la clandestinidad de su esposa, Nora Gauthier, comienza una historia como la de
tantas familias uruguayas desmembradas por la dictadura.
A cuarenta años de aquellos episodios,
Daymán Cabrera Sureda se dedica a recopilar todo el material posible en el
libro “Padre & Hijos”, publicado en setiembre de 2012 con la supervisión de
la familia Ibarguren-Gauthier.


Acerca del “Prólogo hereje”
Escribe Daymán Cabrera Sureda: “Juan
Carlos Ibarguren sobrevivió a los rigores del Penal de Libertad desde 1972 a 1979, y antes había
soportado el cuartel de los años setenta en el Río Negro natal, cuando los
Tupamaros eran detenidos a lo largo y ancho del país.
Sobrevivir en las mazmorras del régimen,
con dos hijos pequeños a cargo de abuelos y tías, sumado a que la esposa de
Juan Carlos, Nora Gauthier, había pasado a la clandestinidad, planteaba la
necesidad de una disciplina dura, porque no se podía ser autocomplaciente con
el riesgo de las flaquezas propias, ni blando a la hora de cumplir con las
exigencias del micro mundo carcelario: disciplina gimnástica, propósitos de
lectura y estudio, contracción al trabajo manual e intelectual, y así
contribuir al fortalecimiento de la unidad familiar a un lado y otro del
alambrado.
No obstante, debía el temperamento del
prisionero mantener la dulzura, clara conciencia de que no hay tiempo que no se
acabe ni tiento que no se corte cuando se trata de resistir en un combate
desigual que solicitaba todas las fibras del cuerpo y la mente despiertas”.
Mas adelante, Sureda señala que “con
hijos pequeños como Damián y Sylvia, que contaban en esos momentos escasos
meses y años, el autor de estos dibujos-mensajes-cartas, creaba un medio de
comunicación propio, abierto, y de llegada rápida en la trasferencia del
afecto, en un claro ejemplo de la síntesis de medios y propósitos al servicio
de un impacto contundente”.

“La parcial inspiración en el universo
de Disney o en la Mafalda
de Quino –continúa diciendo Daymán Cabrera Sureda- parecían el recurso
indiscutible para mantener el diálogo con los hijos de esa edad, sirviéndose de
toda esa fauna estereotipada para expresar y exhibir siempre la mejor
disposición de ánimo y entereza de espíritu. Pero no alcanzaba con conocer e
imitar la tradición mencionada. Hacía falta adaptarla a las necesidades del
mensaje, de los niños, y muy especialmente, despejar cualquier sombra del
propio corazón que vivía permanentemente en vilo a la espera de la
arbitrariedad, que como rayo caía sobre el preso en el momento menos pensado;
sanción sin recreo, sin visita, o al calabozo directamente, además de otros
castigos como la intervención de la escasa correspondencia que se podía
recibir, retardo en la entrega o –lisa y llanamente- supresión de la misma.
El prisionero político era objeto fácil
de la ira militar, y así como estos dibujos han sobrevivido durante cuarenta
años, hubieron otros que no llegaron a trasponer el alambrado, víctima de la
furia pública y teatral de algún Oficial desafiado por la lectura de un poema
de amor que un preso enviaba a su mujer”.
La memoria es el ágora y el foro
“En tiempos del final del liderato
autista –continúa reflexionando Cabrera Sureda en su “prologo hereje”- cuando la memoria se ha convertido en una
broma de mal gusto en manos de burócratas y gobernantes, tiempos de memoria
institucionalizada, sin vencedores ni vencidos, o de vencedores vencidos por
dos veces, sin derecho a la victoria; y el medio oficio periodístico entre la
verdad y la mentira, el cotelismo rampante (dícese del periodismo pasatista
recurrido en las mañanas de algunas radios de Montevideo para promover la
conciliación ideológica y nacional (en cuyo transcurso reina el odio cortés
entre participantes), que no da tregua y contribuye con su prédica implacable a
la desorganización del recuerdo, la publicación de un libro como éste era una
obligación moral insoslayable.
Resulta que la memoria no surge de un
acto ingenuo ni de una expresión abultada como el Museo de la Memoria de la calle
Instrucciones de Montevideo. La memoria, vocablo tan manido, mas que una prenda
es la culminación de un proceso intelectual a la búsqueda de claves para la
comprensión de lo sucedido. La justicia en tanto memoria codificada, no aparece
como posible sin el conocimiento de la creación y suerte de aquellos
prisioneros que, como en el romance, despertados por “una avecilla en el
albor”, se disponían cada día a llevar a cabo la hazaña de vivir para contar el
cuento.
Aquellos protagonistas de quienes se
habla genéricamente como héroes grises cual el uniforme carcelario, son este
hombre de carne y hueso, Ibarguren de apellido, y de nombre Juan Carlos, pintor
y músico, cineasta amateur, amasijo de nervios dispuestos a la creación, en
todo instante y a toda hora”.
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