viernes, 5 de octubre de 2012

Cuando un libro es algo mas que un documento
 
 
 
     Ángel Juárez Masares
 
Si tenemos en cuenta que la palabra documento significa; “cualquier cosa que sirve de prueba/ título o prueba escrita: un documento histórico”, quizá podría asegurarse que un libro siempre es un documento, pues a través de él se trasmitirán peripecias con el fin de avalar las mismas y evitar que se pierdan con el paso de los años.
La muestra pictórica de Damián Ibarguren Gauthier en el Edificio Anexo del Palacio Legislativo titulada “Cuando lleguemos está Mamá” –que visitáramos recientemente- es en realidad la continuación de la historia de la fragmentación de una familia uruguaya que comienza –como práctica sistemática- con el golpe de Estado cívico-militar de 1973.
A partir de la detención y encarcelamiento de Juan Carlos Ibarguren Alzáibar en junio de 1972, y el pase a la clandestinidad de su esposa, Nora Gauthier, comienza una historia como la de tantas familias uruguayas desmembradas por la dictadura.
A cuarenta años de aquellos episodios, Daymán Cabrera Sureda se dedica a recopilar todo el material posible en el libro “Padre & Hijos”, publicado en setiembre de 2012 con la supervisión de la familia Ibarguren-Gauthier.
Sin embargo en este caso el enfoque no pasa por la publicación de cartas o reflexiones sacadas clandestinamente de las prisiones de la dictadura, como sucedió en otros casos. El libro que hoy nos convoca es diferente porque habla de una estrategia poco usual de un preso para comunicarse con sus hijos. Las viñetas elaboradas por Ibarguren contienen un mensaje profundo, y denotan la estrategia empleada, quizá para evitar la “censura” militar, haciendo que llegaran a los destinatarios –precisamente- en base a la “inocencia” de los dibujos y los propios textos. Seguro que “la guardia” habría de esperar consignas “subversivas”, sin tener en cuenta lo “peligroso” de los mensajes del corazón.

Los originales que se tuvieron en cuenta para realizar este libro están contenidos en un bibliorato familiar, y fueron elaborados con lápices de color, acuarela, o crayones. La serie de casi un centenar de viñetas fue creada por Ibarguren entre los años 1973 y 1975, como forma de mantener el vínculo con sus –entonces pequeños- hijos Damián y Sylvia. La disposición de las obras no sigue un criterio cronológico, sino que se ubican según la necesidad de destacar los dibujos que, por razones técnicas, necesitaban un mayor formato.
 
Acerca del “Prólogo hereje”
Escribe Daymán Cabrera Sureda: “Juan Carlos Ibarguren sobrevivió a los rigores del Penal de Libertad desde 1972 a 1979, y antes había soportado el cuartel de los años setenta en el Río Negro natal, cuando los Tupamaros eran detenidos a lo largo y ancho del país.
Sobrevivir en las mazmorras del régimen, con dos hijos pequeños a cargo de abuelos y tías, sumado a que la esposa de Juan Carlos, Nora Gauthier, había pasado a la clandestinidad, planteaba la necesidad de una disciplina dura, porque no se podía ser autocomplaciente con el riesgo de las flaquezas propias, ni blando a la hora de cumplir con las exigencias del micro mundo carcelario: disciplina gimnástica, propósitos de lectura y estudio, contracción al trabajo manual e intelectual, y así contribuir al fortalecimiento de la unidad familiar a un lado y otro del alambrado.

No obstante, debía el temperamento del prisionero mantener la dulzura, clara conciencia de que no hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte cuando se trata de resistir en un combate desigual que solicitaba todas las fibras del cuerpo y la mente despiertas”.
Mas adelante, Sureda señala que “con hijos pequeños como Damián y Sylvia, que contaban en esos momentos escasos meses y años, el autor de estos dibujos-mensajes-cartas, creaba un medio de comunicación propio, abierto, y de llegada rápida en la trasferencia del afecto, en un claro ejemplo de la síntesis de medios y propósitos al servicio de un impacto contundente”.
Oportuno es recordar que en el caso de Juan Carlos Ibarguren existía la doble responsabilidad de cubrir la ausencia de la madre, por un lado, y de aproximar a dos familias distintas y desavenidas, al extremo que sus dibujos cumplían con la obligación de reunir a la familia Gauthier con la Ibarguren, y hacer posible una mayor cercanía con Sylvia. El destino inmediato de los mismos eran las paredes de los cuartos respectivos donde permanecían “chinchados” por mucho tiempo, como denota el óxido de las perforaciones del papel.
“La parcial inspiración en el universo de Disney o en la Mafalda de Quino –continúa diciendo Daymán Cabrera Sureda- parecían el recurso indiscutible para mantener el diálogo con los hijos de esa edad, sirviéndose de toda esa fauna estereotipada para expresar y exhibir siempre la mejor disposición de ánimo y entereza de espíritu. Pero no alcanzaba con conocer e imitar la tradición mencionada. Hacía falta adaptarla a las necesidades del mensaje, de los niños, y muy especialmente, despejar cualquier sombra del propio corazón que vivía permanentemente en vilo a la espera de la arbitrariedad, que como rayo caía sobre el preso en el momento menos pensado; sanción sin recreo, sin visita, o al calabozo directamente, además de otros castigos como la intervención de la escasa correspondencia que se podía recibir, retardo en la entrega o –lisa y llanamente- supresión de la misma.
El prisionero político era objeto fácil de la ira militar, y así como estos dibujos han sobrevivido durante cuarenta años, hubieron otros que no llegaron a trasponer el alambrado, víctima de la furia pública y teatral de algún Oficial desafiado por la lectura de un poema de amor que un preso enviaba a su mujer”.
 
La memoria es el ágora y el foro
“En tiempos del final del liderato autista –continúa reflexionando Cabrera Sureda en su “prologo hereje”-  cuando la memoria se ha convertido en una broma de mal gusto en manos de burócratas y gobernantes, tiempos de memoria institucionalizada, sin vencedores ni vencidos, o de vencedores vencidos por dos veces, sin derecho a la victoria; y el medio oficio periodístico entre la verdad y la mentira, el cotelismo rampante (dícese del periodismo pasatista recurrido en las mañanas de algunas radios de Montevideo para promover la conciliación ideológica y nacional (en cuyo transcurso reina el odio cortés entre participantes), que no da tregua y contribuye con su prédica implacable a la desorganización del recuerdo, la publicación de un libro como éste era una obligación moral insoslayable.
Resulta que la memoria no surge de un acto ingenuo ni de una expresión abultada como el Museo de la Memoria de la calle Instrucciones de Montevideo. La memoria, vocablo tan manido, mas que una prenda es la culminación de un proceso intelectual a la búsqueda de claves para la comprensión de lo sucedido. La justicia en tanto memoria codificada, no aparece como posible sin el conocimiento de la creación y suerte de aquellos prisioneros que, como en el romance, despertados por “una avecilla en el albor”, se disponían cada día a llevar a cabo la hazaña de vivir para contar el cuento.
Aquellos protagonistas de quienes se habla genéricamente como héroes grises cual el uniforme carcelario, son este hombre de carne y hueso, Ibarguren de apellido, y de nombre Juan Carlos, pintor y músico, cineasta amateur, amasijo de nervios dispuestos a la creación, en todo instante y a toda hora”.
 

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