Los médicos de las artes
Sin maestros en el país y con escasos medios, los
restauradores buscan preservar el legado cultural cuando está amenazado por el
tiempo y por la destrucción.
Vladimir toma la paleta,
sus pinceles y se sienta frente al cuadro, poniendo un toque de amarillo por
allí y otro de rojo por allá. Sin embargo, en ese momento, no se siente un
artista: "De 8 a
14 horas soy un técnico", asegura.
Sin el arte, su trabajo no
tendría razón de ser, pero sin su trabajo, el arte desaparecería con el tiempo.
Vladimir Muhvich es un restaurador, un oficio que comparte con un puñado de
uruguayos. Llegó a su puesto en el Taller de Restauración del Patrimonio
Artístico de la Nación
por una beca, luego de cursar estudios vinculados con el arte y se fue
especializando en el exterior, porque en el país no existe capacitación
específica para restauradores.
En estos días está
trabajando en un enorme óleo con motivos bíblicos junto a su compañera en el
taller, Adriana Penadés. En el pasado reciente, la tarea de los restauradores
abarcó desde el retiro de los murales de Torres García y sus discípulos del
sanatorio Saint Bois hasta la reconstrucción de una estatua atacada por
vándalos en la rambla de Mercedes. En el mundo, el oficio saltó al primer plano
cuando una señora, solícita e inexperta, arruinó el Ecce Homo de Elías García
Martínez, un mural de la iglesia española de Borja, cerca de Zaragoza (ver
aparte).
Mezcla de ciencia y arte,
la restauración tiene incluso sus principios y sus debates: la intervención,
como la llaman los involucrados, debe pasar inadvertida al ojo del profano pero
no del experto; no puede agregar nada a la obra de arte y debe ser reversible,
porque en el futuro pueden aparecer nuevas técnicas o materiales que permitan mejorar
el trabajo.
"Desde el punto de
vista técnico, la intervención debe estar `separada` del original porque tiene
que ser reversible. Por eso generalmente se barniza la pieza y luego se hace la
reintegración cromática. Se hace con pigmentos, no óleos, disueltos en barnices
que son reversibles", comenta Muhvich antes de aclarar que los materiales
que él usa los trajo de España "porque acá no hay".
La reintegración cromática
también sigue un criterio, a partir de diferentes técnicas: con el
"puntillismo" se aplica el color en puntos; por el
"regatino" se utilizan rayas. El "ilusionismo" es más
discutido, porque la intervención no se nota. Y si a la obra le falta un
pedazo, no se puede inventar una escena: se aplica un tono que resulte
funcional a la imagen.
La restauración también
admite polémicas. En general, si bien se limpian los cuadros afectados por el
paso del tiempo, sobre todo por el óxido del barniz, se prefiere dejar una
pátina que señale el paso del tiempo. Sin embargo, cuando se restauraron los
frescos de la Capilla
Sixtina , en un proceso que culminó en 1999, la obra de Miguel
Ángel y otros artistas apareció con colores estridentes, tal cual eran -se
supone- cuando fueron pintados. Los especialistas se dividieron en torno a esa
solución y a los métodos empleados.
Volver al original, en
algún caso, tampoco tiene sentido. Cuando se restauró hace diez años la Virgen de Montserrat,
patrona de Cataluña, cuya talla del siglo XII muestra la cara negra, se
comprobó que su color original era blanco y se fue tiñendo con el humo de las
velas del santuario. El abad de Montserrat se apuró a explicar que el color de
la estatua, con su propia tradición, no sería modificado.
Muhvich y Penadés trabajan
sobre una enorme pintura, Soy el apóstol del Señor, del belga Aime Stevens,
pintada en 1900. Forma parte de una serie de unas 30 obras del Museo Nacional
de Artes Visuales que estuvieron enrolladas durante años, lo cual afectó su
conservación. El cuadro está colocado en forma horizontal, mientras trabajan en
sectores periféricos. Cuando pasen a intervenir en el centro de la escena,
deberán colocar andamios a cierta altura y trabajar acostados sobre ellos,
porque mide 235
centímetros por 324. La obra, que presenta varias
craqueaduras o faltantes, se encuentra en etapa de consolidación. Con una
plancha especial y calor pasan un papel siliconado donde se aplicó un adhesivo
que permite pegar la capa pictórica al soporte.
La restauración supone,
casi, un procedimiento médico para las obras de arte: se realiza un diagnóstico,
se elabora un tratamiento y finalmente "se opera". Todo el proceso se
registra en fotografías, lo que permite elaborar una historia clínica del
cuadro o escultura a restaurar.
CAPACITACIÓN En el taller de la Comisión de Patrimonio
trabajan actualmente cuatro personas: la directora Cecilia Vázquez, quien
también restaura; Alberto Benítez y los ya mencionados Muhvich y Penadés. En el
pasado fueron 15 o más. "No hay conciencia de la importancia de la tarea,
porque no es visible, hasta que ocurre un accidente. No hay formación, no hay
capacitación para restauradores, de forma reglada, con horas de teoría y
práctica", comenta Adriana.
Ella es idónea en
escultura, egresada de la
Escuela Figari. Un año más tarde le ofrecieron ingresar al
taller como becaria. Lo mismo le pasó a Vladimir, formado en dibujo
publicitario y con actividad en el taller de Clever Lara. Becas nacionales e
internacionales les permitieron completar su capacitación.
Por años jefe del taller
hasta su retiro, Ruben Milton Barra aprendió en un centro particular. Se
perfeccionó con becas estatales en México e Italia. "En Europa hay grandes
academias pero acá no hay formación ni mucha demanda. No es necesario ser un
gran dibujante pero si se domina la técnica, mejor", asegura. Su hija
Claudia continuó en la profesión, con el añadido de que sus estudios en química
le permiten dominar los materiales que se utilizan.
Para Muhvich, en cambio,
"hay campo para trabajar". Y como ejemplo señala que cada intendencia
tiene sus museos, además de las salas de exhibición estatales y privadas, sin
contar las obras que existen en ministerios, oficinas públicas y colecciones de
particulares. "La creación del sistema nacional de Museos en la Dirección de Cultura del
Ministerio de Educación permitió que comenzara a trabajarse con una visión más
completa del patrimonio cultural", dice.
La formación en
restauración, según los técnicos, requiere un esfuerzo interdisciplinario: hay
que conocer sobre bellas artes (cómo se construye un cuadro, por ejemplo),
química (procesamiento y utilización de materiales), ciencia (cómo se conservan
los materiales, cómo se eliminan los hongos que puedan aparecer) e incluso
sobre historia del arte.
Uno de los trabajos más
difíciles fue el retiro de los murales del Saint Bois. Hacia 1940, el director
del instituto pidió a Joaquín Torres García la realización de murales para
alegrar a los pacientes tuberculosos. El maestro y sus discípulos pintaron 35
murales que cumplieron la función solicitada pero luego comenzaron a
deteriorarse. A partir de los `70 se resolvió retirarlos. Los de Torres García,
sin embargo, se perdieron en el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de
Janeiro en 1978. Paulatinamente fueron sacando el resto, obras de Fonseca,
Alpuy, Augusto y Horacio Torres, en un proyecto financiado por Antel. Los
restauradores fueron al Saint Bois, colocaron protección para los murales y
luego procedieron a separarlos de las paredes, cortando algunos milímetros de
material y colocando la obra de arte en soportes en acero o hierro. Hoy están a
la vista en la torre de Antel.
PASO A PASO, PINCEL A PINCEL
La parva, una obra del
artista Hilario Ferrer que pertenece a la Intendencia de Cerro
Largo, sufrió diversos daños a través del tiempo. En el Taller de Restauración,
que depende de la Comisión
del Patrimonio, el técnico Alberto Benítez (foto superior) trabajó
cuidadosamente para restituir la figura del peón que mueve la paja sobre la
parva. Todo el proceso fue registrado fotográficamente y archivado en la
computadora. El resultado pasa inadvertido al espectador común, pero el experto
puede comprobar cómo actuó el restaurador.
ECCE HOMO: MAMARRACHO E
ÍCONO POP
Cecilia Giménez, una
señora de 82 años tan voluntariosa como negada para las artes, quiso restaurar
una imagen de Cristo pintada hace cien años por Elías García Martínez en la
iglesia de Borja, cerca de Zaragoza, en España. El fresco original, llamado
Ecce Homo ("He aquí al hombre"), considerado una obra de escaso valor
artístico, virtualmente desapareció bajo el dibujo poco agraciado que doña
Cecilia hizo del rostro de Jesús. La ¿restauración? provocó inicialmente
burlas. El corresponsal de la BBC
la comparó con "un mono peludo". Sin embargo, se convirtió en un
éxito inesperado y algunos hasta la calificaron de "ícono pop". Dos meses
después de su difusión, en Google se pueden encontrar 13 millones de entradas
relativas al asunto. Y unas 12 mil personas visitan mensualmente la iglesia y
pagan un euro para ver al nuevo Ecce Homo. Se venden además remeras alusivas y
hasta un vino. La "autora" no pretende lucrar con su obra aunque ya
designó abogados para seguir el caso. Pero no está claro quién es titular de
los derechos de autor: ¿el pintor original o la señora Giménez?
Extraído de: http://www.elpais.com.uy
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