sábado, 20 de octubre de 2012

Una botella mas con un mensaje, en medio de la tormenta perfecta

 


Ángel Juárez Masares

 

 

Puede admitirse que el hombre no posea soluciones para todos los problemas, pero lo inadmisible es que no las busque, pues éstos serán siempre los actuales, y regirán el destino de cada generación.
 
 
Si decimos que la humanidad asiste hoy a una notoria reducción de la etapa “infantil”, no estamos haciendo ningún descubrimiento. La tecnología al alcance de los niños acota y acelera los tiempos, y el consumismo suele generar adolescentes aburridos cuya única preocupación pasa por tener el último modelo de teléfono móvil. Naturalmente lo antes dicho no es una generalización, y el porcentaje de la relación tecnología-estupidez, no es cuantificable.
Aunque parezca una obviedad aclararlo, es de justicia señalar que muchos utilizan la primera a su favor y no caen en la segunda.
Pero antes de meternos en caminos más intrincados, vayamos al meollo del asunto que queremos abordar, y que –una vez mas- tiene que ver con la violencia y sus derivaciones hacia la delincuencia. No ingresaremos esta vez en asuntos como la baja de la imputabilidad, o los cambios en el sistema de reclusión de menores infractores, pretendemos ir un poco más allá, o –dicho de otro modo- ubicarnos un poco antes que esos temas sean motivo de análisis.
Si bien tienen poca difusión, porque las noticias buenas no suelen ser “noticias”, sabemos que algunos países han reducido notoriamente el porcentaje de delitos protagonizados por menores, y lo han hecho invirtiendo en programas de educación e inserción social destinados a la niñez y la adolescencia. En Colombia –por ejemplo- se logró bajar la actividad delictiva construyendo Centros multidisciplinarios en los barrios más conflictivos, donde se promueve la lectura y las artes, además de instrumentar bolsas de trabajo para los jóvenes. En nuestro país, los intentos en ese sentido suelen estar permeados de cierta timidez, o por lo menos de poca convicción en los resultados. El sistema político prefiere enfrascarse en largas discusiones, mas teñidas de acusaciones mutuas que de aportes efectivos a la solución del problema.
En la mayoría de los casos, la tarea de ofrecer a los jóvenes la posibilidad de acceder al aprendizaje de las artes corre por cuenta de pequeñas organizaciones privadas; grupos de artistas que ni siquiera están organizados institucionalmente, y en otras a la buena voluntad individual de quienes abren sus talleres o lugares de trabajo para incentivar a otros a costa de su tiempo (y sus materiales).
Teniendo en cuenta que la “inseguridad” es tema de la mayoría de los países de América Latina (por no ser demasiado abarcativos), quizá sea hora de pensar en destinar recursos económicos a la educación de niños y jóvenes, pensando en “educación” mas allá del significado de la palabra. Quien tenga la posibilidad de ver que existen otros caminos que conducen a una mejor calidad de vida, que no pasan por “la previa” de los sábados de noche, seguramente que tendrá mas elementos para optar a la hora de hacer uso de su tiempo y su libre albedrío. Tampoco estamos diciendo que vayamos hacia una sociedad pacata, ni a una regresión a épocas pasadas; simplemente se trata de poner delante de la juventud la oportunidad de edificar su propio futuro sobre las bases del conocimiento, lo cual les dará mas oportunidades que sentarse en las esquinas a hacer nada.
La enorme cantidad de artistas con vasta trayectoria que existe en Uruguay en relación a su población, asegura los recursos humanos para instrumentar talleres de motivación en cada barrio de cada ciudad, y –aunque parezca una reflexión vulgar o un tanto doméstica- la capacidad de optimización de los recursos económicos que suele tener cada uno de esos artistas, permitiría hacer posible el funcionamiento de esos centros-talleres, o como quiera llamárseles, sin afectar en lo mas mínimo los demás compromisos sociales del Estado.    
Por otra parte está comprobado que el acto de crear es fundamental a la hora de elevar nuestra auto-estima, y si todo lo antes dicho no fuera mas que un deseo inalcanzable por la imposibilidad de ponerlo en práctica, continuemos construyendo cárceles, aumentado el personal de vigilancia en los mal llamados “hogares” para jóvenes infractores, enrejando nuestras casas, y convirtiéndonos nosotros mismos en los prisioneros de un sistema fracasado.
De todos modos… lo del título…  no tenemos esperanzas que alguien nos escuche, solo hemos arrojado una botella mas en medio de la tormenta perfecta.

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