Acerca de la
música
* El arte de saber escuchar
La música en lengua
universal. No necesita traducción; habla directamente al corazón y a la mente
traspasando barreras de raza e idioma. Nadie podría explicarla tan bien como
ella se explica por sí misma.

A veces el embrujo de una
fogosa danza o la complicada arquitectura de una sinfonía nos hacen olvidar que
el autor fue un ser humano. Empero, la música no fue escrita por fantasmas de
peluquín ni por estatuas de bronce, sino por hombres; casados o solteros, ricos
o pobres, abrumados por pesadumbres o colmados de honores que –como el resto de
los mortales- hicieron la jornada de la vida matizada de alegrías y
sufrimientos. La música se escribió por muchas y diversas razones; para
mantener a la familia, para satisfacer una ambición o cosechar aplausos, para
celebrar un suceso feliz o para mitigar un duelo. Algunas obras se compusieron
para gloria de dios, otras para gloria de los hombres; pero casi todas
simplemente porque el don misterioso del genio musical no puede acallarse, así
como no puede ordenarse a la alondra que deje de cantar.
Saber algo de quienes
compusieron puede enriquecer el deleite de escuchar sus obras. Sus vidas nos
ofrecen en mayor o menor grado, pistas y
claves para entender su música, de la misma manera como su música suele
proyectar luz sobre sus vidas.
En ese sentido puede ser
de gran importancia desde el punto de vista musical y humano, saber que
Beethoven se hubiera vuelto sordo, que Handel supiera congraciarse con las
testas coronadas, que Chopin fuera un ardiente polaco, que la amistad mas
íntima y el mayor apoyo que tuvo Tchaikovsky provinieran de una mujer con la
que nunca habló. De menor importancia, aunque no por esto falto de interés, es
el hecho que Bach tuviera veinte hijos; que Cósima, hija natural de Listz se
casara con Wagner; que Schumann se inutilizara un dedo de la mano; que Brahams
coleccionara soldaditos de plomo , que Mozart compusiera a menudo mientras
jugaba al billar, que Dvórak hallara inspiración en un pueblecito de Iowa
llamado Spillville.
Hay por lo menos dos
maneras de oír música. La una, como el bañista en el mar acariciado por el sol;
flotando perezosamente sobre la superficie, estimulado a veces por el reventar
de las olas en las rompientes de la costa. La otra consiste en escuchar la música
en sí; seguir una melodía mientras ésta se encuentra con otras melodías para
unirse a ellas, separarse, y volverse a juntar; desenredar las muchas hebras
con que se ha tejido una sinfonía. Quizá esta sea la manera mas difícil de
escuchar, pero al fin al cabo la mas provechosa.
En realidad, la tarea no
es tan ardua como parece. La buena música no es tan profunda, ni complicada, ni
está fuera del alcance de quien tenga algún sentido artístico, un poco de
paciencia, y gusto para descubrir nuevas cosas. Para escuchar con inteligencia
no es menester un penoso trabajo ni una angustiosa concentración; basta
adquirir el hábito de someter sin esfuerzo la mente y el oído a una atención
flexible. Nadie sabe cuántas ventanas tienen la mente y el alma hasta que empieza
a abrirlas. Para quienes no lo hayan hecho aún, la música puede ser la llave de
oro.
Fuente: fragmento de la presentación del Álbum
Discográfico: “Los Grandes Maestros y su Música”, por Robert Littell, redactor
del Reader´s Digest.
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