sábado, 8 de diciembre de 2012


Cuentito medieval

 
La historia de Crates e Hiparquia; de como el amor existe y comprobarse puede, y de lo prescindible y vano de los aditamentos con que los hombres pretenden adornarlo

 

 

 

 

Escriba Medieval

 

Crates nació en Tebas, fue discípulo de Diógenes y conoció a Alejandro. Su padre, Ascondas, era rico y le dejó doscientos talentos, pero un día conoció la historia de Telefo, rey de Misia, que vestía harapos y portaba una cesta de mendigo. Entonces Crates anunció que repartiría los doscientos talentos de su herencia y que desde ese momento las vestimentas de Telefo le serían suficientes. Los tebanos se pusieron a reír, pero él les arrojó su dinero, tomó un manto de tela y una alforja y se fue.

Al llegar a Atenas puso en práctica todo lo que aconsejaba Diógenes, y vagabundeó por las calles en medio de los excrementos. Vivió desnudo en medio de la basura y recogió cortezas de pan, aceitunas podridas y espinas de pescado seco para llenar su alforja. Aseguraba que ella era una ciudad donde no se encontraban parásitos ni cortesanas y que producía para su rey suficiente tomillo, ajo, higos, y pan. Así, Crates cargaba su patria en sus espaldas y se alimentaba de ella.
Crates fue amable con los hombres. Nada lo inquietaba. Las llagas le eran familiares, y lamentaba no tener el cuerpo flexible para poder lamérseles como los perros. Si la mugre le molestaba, conformábase con frotarse contra las murallas (como había observado lo hacían los asnos).
La vida no fue generosa con él. A fuerza de exponer sus ojos al polvo acre de la Ática tuvo legañas, y una enfermedad desconocida lo cubrió de tumores.
Cuentan que un día el gran Alejandro fue a verlo, pero Crates no le dio importancia y no le dispensó mas atención que a cualquier ciudadano de los tantos que se acercaban, pues en realidad él no tenía opinión de la grandeza, y los reyes le importaban tan poco como los dioses.
Dicen también que Crates tuvo un discípulo llamado Metrocles, que era un joven rico de Maronea, pero conocerlo también llevó a que conociera a su hermana Hiparquia. Bella y noble, Hiparquia no tuvo mejor idea que enamorarse de Crates. Esta cosa parece imposible, pero está comprobado que lo amó, y tanto que fue tras él. Nada la desalentó, ni la suciedad del cínico, ni su pobreza absoluta, ni el horror de su vida pública. El le previno que vivía como los perros, en las calles, y que buscaba huesos en la basura. Le advirtió que nada de su vida en común sería ocultado, y que la poseería en público cuando el deseo le asaltara, como los perros hacen con las perras. Hiparquia ya sabía todo eso. Sus padres trataron de retenerla, pero ella los amenazó con matarse y ellos tuvieron piedad. Entonces abandonó el pueblo de Maronea con los cabellos colgantes y cubierta apenas con una leve tela, para unirse a Crates y compartir su vida. Algunos antiguos documentos aseguran que tuvieron un hijo, pero nada hay de certeza al respecto.
Aseguran también que Hiparquia fue buena con los pobres y compasiva con los enfermos, a quienes acariciaba, y lamía sin repugnancia las heridas de quienes las sufrían.
Si hacía frío, Crates e Hiparquia se acostaban apretados contra los pobres y trataban de darles calor con sus cuerpos.
Nada se sabe sobre la muerte de Hiparquia, pero sí que Crates murió viejo, y que había terminado por permanecer siempre en el mismo lugar, echado bajo el alero de un almacén del Pireo donde los marineros guardaban los bultos del puerto; que dejó de nadar errabundo en busca de algo para roer y que –como ni siquiera quiso estirar un brazo para recibir un hueso- un día lo encontraron muerto y desecado como un pescado en sal.
 

 

 

 

Moraleja:

                 Cuando una historia antigua alguna reflexión rondando deja, si hay que se hace innecesario, es escribir una tonta moraleja.

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