A 209 AÑOS DE LA MUERTE DE THÉODORE
GÉRICAULT
El pintor de la injusticia y las desigualdades
Jean Louis André Théodore Géricault nació en 1791 en el pequeño pueblo francés de Rouen en el seno de una familia acomodada, y falleció el 26 de enero de 1824. Representa antes que ningún otro en territorio francés el Romanticismo, corriente pictórica caracterizada por la supremacía de los sentimientos ante la razón, dejando atrás lo clásico e imponiendo la libertad como la mejor técnica para imprimir colores y formas en los lienzos.
De vida intensa y muerte
violenta, Géricault comienza sus estudios artísticos con diecisiete años,
haciendo de su carrera y su vida una línea poco continua, más bien repleta de
altibajos que, por otra parte, no podía tratarse de otra forma si hablamos del
Romanticismo y es que Théodore representa en su misma existencia la esencia del
espíritu romántico. Como decimos, en la adolescencia comienza a pintar guiado
por maestros como Vernet y Guérin. Poco después, en 1816, siguiendo el gusto
aventurero de la época, viaja a Italia donde entra en contacto con la obra de
Miguel Ángel donde se familiariza con su obra que se convierte en inspiración
principal de sus obras presente sobre todo en la fuerza contenida de los gestos
de sus personajes y animales. También de él adquiere las proporciones de los
cuerpos a las que añade gran tensión, dinamismo y fuerza contenida. Parece que
sus caballos van a salir en cualquier momento trotando hacia el espectador.
Sus cuadros, expuestos en
diferentes países, no fueron, en general, bien acogidos por la crítica. Sus
obras muestran la rebeldía tanto en las temáticas tan alejadas del clasicismo
que elige Géricault, como las que
representan una crítica contra la sociedad o el poder, como la de dementes y
enfermos que reflejan los rostros de personas comunes con expresiones más
realistas que idealistas.
Tampoco podemos olvidar en
él la supresión de las normas clásicas ni el uso de las pinceladas gruesas,
pastosas, poco ordenadas, Además sus cuadros muestran la pasión y los
sentimientos propios del Romanticismo. Así lo vemos en la más famosa de sus
obras: La balsa de la
Medusa. Pintada en 1819 fue expuesta en el Salón de París ese
mismo año sin gran éxito por lo que su autor decidió presentarlo en Inglaterra
donde finalmente tuvo mejor acogida que en el país galo.
El cuadro, de gran tamaño,
representa la pasividad del gobierno frente al naufragio de la fragata francesa
del mismo nombre donde viajaban cientos de personas que, una vez el barco se ha
hundido casi en su totalidad, se ven obligados al canibalismo para
sobrevivir pues nadie acude a
rescatarlos. Los rostros de las figuras reflejan un enorme dramatismo reforzado
con la elección tan acertada de colores que hizo el pintor: tonos oscuros y
fríos que utilizó para plasmar lo trágico de la situación. Para la realización
del cuadro, Géricault se documentó sobre las circunstancias concretas del
desastre, entrevistó a supervivientes e incluso visitó hospitales donde pudo
apreciar y copiar los colores de las heridas más profundas así como los rostros
de dolor, de desesperación y agonía, tan excelentemente retratados en su obra.
El estado de la mar no viene sino a reformar lo agónico de su rescate tardío.
Embravecido, amenaza con derribar lo poco que queda de la antigua fragata.
Géricault realizó en 1822
una serie de diez cuadros de dementes de los que, desgraciadamente, solo se
conservan cinco. Para todos ellos fueron utilizados modelos reales sacados
directamente de manicomios, hecho que impactó a la crítica y la sociedad del
momento pues los enfermos mentales eran considerados como no humanos. Así de
esta serie podemos destacar obras como El cleptómano o las dos representaciones
con el título Retrato de mujer loca.
Con estos pequeños
retratos Gericault demuestra que el arte debe representar a personajes reales y
situaciones de la vida cotidiana, utilizando la fuerza de la pincelada incluso
como una crítica a la sociedad tan desigual del siglo XIX.
El tercero de sus pilares
si a temática nos referimos, fueron los caballos. Amante de la hípica, retrató
de forma excepcional la fisionomía equina que la modeló bajo las premisas del
ímpetu, el nervio y la energía pero también bajo la elegancia y la nobleza.
Cualidades todas ellas presentes en los animales que, curiosamente, fueron los
que acabaron con su vida con tan solo treinta y tres años, después de caer de
uno de ellos en el año 1824. Obras destacadas sobre este tema son Húsar a
caballo y Coracero herido ambas de 1814, Carrera de caballos libres (1816) o
Derbi en Empson (1821) fruto este último de uno de sus viajes a Inglaterra
donde asistía a multitud de carreras y encuentros hípicos.
(Autora del
artículo/colaboradora de ARTEESPAÑA:
Ana Molina Reguilón)
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