Confieso que he leído
Fernando
Toledo: el poeta material
Luis Benítez
(Texto leído por el autor en la presentación en
Hace apenas 600 años, la cultura occidental comenzó a liberarse de
la muchas veces milenaria noción sobrenatural de la realidad y colocó al hombre
en el centro del universo, del mismo modo que, míticamente y bastante tiempo
antes, el joven Zeus arrojó a su padre Cronos de la primacía, para reinar él en
su lugar.
Para la cultura occidental, el universo se transformó en una
suerte de gran mecanismo de relojería, cuyas leyes había que descubrir y
aprovechar.
Luego, hace poco más de 100
años, la cultura descubrió algunas cosas más: que la inmensa, mayor parte del
universo seguía siendo desconocida, que cuando más conocía del universo
simplemente descubría que era menos lo que sabía de él y que el hombre no era
el centro del cosmos, sino apenas una parte más, aunque, hasta donde sabemos,
la única capaz de reflexionar sobre sí misma y sobre cuanto la rodea. O sea: el
hombre es la materia que reflexiona sobre sí misma.
Si buscamos una fuente de conflictos, ninguna nos dará tantos
argumentos, tantas posibilidades como esta condición, que es la de lo humano.
Ello, porque desató inmediatamente un mar de contradicciones, antagonismos,
deseos reñidos con la razón, razones que chocaron y chocan contra la evidencia.
¿Cómo, la materia que reflexiona, puede comprender quién es ella y
qué cosmos habita, cuando comprende que cuanto ve y define está teñido por la
subjetividad, rasgo constitutivo del que no puede escapar, porque éste es,
precisamente, una parte intrínseca de ella? Así lo Real, la esencia misma de la
materia, escapa siempre de los alcances de la materia que piensa, el hombre.
Aquí volvemos a evocar, una y otra vez, las palabras siempre
exactas de Jorge Enrique Ramponi: “El
hombre quiere amar la piedra, su estruendo de piel / áspera: lo rebate su
sangre, / pero algo suyo adora la perfección
inerte”.
Porque
la poesía ha sido siempre, felizmente, no sólo territorio de mistificaciones y
de monederos falsos, de componendas y adulteraciones, como lo han sido y lo son
todas las actividades humanas, es que ha encarado también la resolución
–imposible, seguramente, al menos dentro de las capacidades actuales de la
mente- de este enigma que alguna vez
Edipo escuchó de los labios de una Esfinge.
La
auténtica poesía siempre se ha distinguido más por los alcances de sus fracasos
que por los de sus aciertos y el solo hecho de que se proponga resolver el
enigma de lo material pensando lo
material, como lo hace la genuina poesía contemporánea, da una idea
aproximada de su valor. Valor, también en el sentido de coraje.
Porque
hay que ser muy valeroso, también, para dejar de lado las modas literarias,
refugio seguro de los que no tienen nada que decir pero lo hacen; de aquellos
que creen que la poesía es mera forma y no forma y sentido, tan bien
amalgamados que la una está en el otro “como
la madera en el árbol”, feliz definición de otro gran poeta, el chileno
Vicente Huidobro. Se debe ser muy atrevido para avanzar por lo desconocido
buscándolo en cada verso, como lo hace lo que se dio en llamar una “poesía de
ideas”, como si alguna vez la poesía pudiera escribirse a sí misma sin
tenerlas. Hay que ser muy valiente para
siquiera intentar, simplemente, ser poeta.
Yo
admiro muchas cosas en la poesía de Fernando Toledo y una de ellas es su
valentía.
Porque
arriesga todo sin saber si va a encontrar algo en lo desconocido y como queda
dicho, todo lo es en nosotros y en el universo que habitamos. Porque recogió el
guante de lo material y su poesía atiende a resolver el enigma desde lo
material; podemos decir que Toledo es el poeta de lo material consciente,
aquella avanzada.
Así,
en su último libro, “Mortal en la noche”, el autor describe sus itinerarios con
plena conciencia, cuando dice en uno de sus textos más logrados, “Ateo poeta”:
“Exento de piedad, supersticiones, / Y
fábulas de vacua trascendencia, / Rodeado de mitos bimilenarios / Y una corte
de anchas apologías, / El poeta materialista ensaya / (No sin pasión, con algo
de pudor) / Un modesto lamento de inmanencia”.
Los
versos anteriores son una verdadera ars
poetica, una clave importante para indagar en la multitud de significados
que contiene este breve pero intenso y muy hondo volumen, que requiere de
repetidas lecturas para acceder a los registros que hace el autor. Ello, no por
la oscuridad de su expresión, que no hay tal: Toledo usa muy bien un lenguaje
engañosamente simple para involucrar en un solo verso una vasta polisemia; en
dos versos la combinación de las relaciones establecidas entre ellos; en tres,
un despliegue de sentidos que seguirá multiplicándose hasta el verso final,
cuando como en una cámara de espejos, el poema todo -a su vez- se combine con
las polisemias provenientes de los otros poemas que encontramos en “Mortal en
la noche”, para pintar una atroz y fascinante universo, allí donde la condición
humana, la de materia que se piensa a sí misma, fracasa una y otra vez, tal es
su destino, en fijar sus límites y poder nombrarlos; esa es, precisamente, su
grandeza. Que alguien pueda escribirlo, es una hazaña más de la poesía
contemporánea.
“Mortal
en la noche” es una Capilla Sixtina a la que le falta, felizmente, Dios.
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Poemas de Fernando Toledo
CAZA MAYOR Y MENOR
Como un desconocido estás,
de nuevo,
Saliendo del lugar de la
reunión,
Huyendo de un bullicio que
te infecta,
Que corre por los techos y
paredes
Como si fueras la presa a
atrapar
Por el sonido infalible
del mundo.
Quedan en paz las voces, a
lo lejos.
Pero solo aquí, en un
cuarto vacío,
Persiste igual la tenaz
cacería,
Que toma la forma
reconocible
De algún recuerdo que no
deseabas,
O tan sólo de tu voz
interior
Que es también una peste
Y que ahora te alcanza.
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SCHUMANN AL CAER LA TARDE
Sopor, un hilo de música
Tenue y un cuerpo,
Como un quiste,
En el blanco pozo de la
tarde.
Pero en un instante
Todo va a cambiar:
El sueño, lo mudo,
La prolija putrefacción,
O esto que se escribe,
O por fin la noche.
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DESPUÉS DE DEBUSSY
Se apaga un acorde con
fuerza de conclusión
Para ceder paso a otras
melodías:
La mudez se disfraza en el
temblor de una ventana
Y el áspero fluir del agua
en las cañerías
Es toda una orquesta azul
que, frenética,
Procura llenar los
espacios de la casa,
No ya para disimular la
oquedad de los rincones,
La sombra solitaria que me
acompaña,
Sino para subrayar con
cierta alevosía
El puesto de absurdo
escriba de la nada
Que yo sin quejarme asumo
Mientras afuera el mundo,
sí,
Se regala canciones
felices, rasga
Una vez más las cuerdas
del día,
Olvidando la muerte,
ignorando que la música
Empieza y concluye en el
silencio,
Siguiendo la misma estela
vacía
Que va a emerger después
De este punto final.
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ATEO POETA
Exento de piedad,
supersticiones,
Y fábulas de vacua
trascendencia,
Rodeado de mitos
bimilenarios
Y una corte de anchas
apologías,
El poeta materialista
ensaya
(No sin pasión, con algo
de pudor)
Un modesto lamento de
inmanencia.
Es tarde y el viento trae
desechos
De plegarias como balas
perdidas.
De pie a un costado u otro
de la duda
Mira pasar esa oscura
corriente
De la que (sabe) ya no
beberá
Y enciende una fogata con
los restos
De un texto difícil de
corregir.
«Los teólogos corren peor
suerte»
Dice en un verso para
envanecerse,
Confiando en que su
próxima herejía
Ya nunca deje descansar a
Aquél
Que, aunque haya muerto,
entretiene a los suyos
Con el Supremo Hedor de Su
Cadáver.
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