La persistencia de la memoria
Se remataron los objetos del
periodista Ramón Mérica, fallecido en 2010; a través de sus pertenencias se
puede hacer un rastreo de su vida, de sus gustos, sus pasiones y su finitud,
como la de todos
Existen varias formas de medir la
pers
istencia de una persona. Una de ellas es en el recuerdo de quienes lo
sobreviven, sea este bueno o malo. Otra es a través de los objetos que
acompañaron a esa persona en vida.
Si tomamos este segundo grupo de
persistencias, lo que influye es el contexto. Una cosa es visitar la casa del
fallecido y ver los objetos en su hábitat. Otra situación se da si estos
objetos están presentados en la solemnidad de un museo o, más modernamente, en
una “fundación”.
Definitivamente cambia su afectividad
si uno ve estos objetos en un remate. Y todavía si este es judicial.
Eso sucedió el jueves pasado en una
casa de remates de la calle Brecha, donde fueron a parar las últimas
pertenencias del periodista y escritor uruguayo Ramón Mérica, un referente de
la historia del periodismo escrito en este país.
Mérica murió en noviembre de 2010.
Está enterrado en el panteón de su familia, en la ciudad de Salto. Problemas sucesorios hacen que el
remate de sus bienes suceda a más de dos años de su fallecimiento.
El remate de los objetos de alguien
permite entablar un diálogo extraño entre lo material y lo espiritual. Hace
preguntarse: ¿estaba Mérica ahí?
De alguna forma sí: estaban los
muebles donde acopió sus cosas, los platos donde comió, la cama donde durmió (y
según el rematador pernoctó Borges, aunque alguno de los presentes negó por lo
bajo tal afirmación).
Mérica tenía un pequeño penthouse en
un edificio de la calle Yí (que muchos años después se bautizó como Carlos
Quijano) y Soriano, una suerte de refugio abigarrado y barroco de cosas y cosos
que fue coleccionando a lo largo de su vida.
Quienes visitaron alguna vez esa
morada la recuerdan como un sitio de una fineza extrema, a pesar de lo
superpuesto, con una decoración ultra cuidada y una iluminación que incluía
desde arañas holandesas con frutas de cristal colgando, hasta varas de hierro
para jardín que Mérica clavaba dentro de macetas y les colocaba en la punta una
vela, para dar un aire particular a una cena con amigos.
Los rematadores muestran una revista
de arquitectura que tiene fotos de la casa de Mérica “funcionando”: plantas de
interior como si fuera un pequeño palais de glas, una buhardilla parisina trasladada a una esquina del centro
montevideano.
Un puñado de coleccionistas de
antigüedades, algunos familiares, amigos y curiosos se amucharon en la salita
de la calle Brecha de la casa de subastas Pérez Castellanos, donde un retrato
fotográfico de Mérica y varios óleos con
su cara presenciaron el remate de los 217 lotes. Allí, en esa particular calle
oblicua por donde penetraron en
Montevideo los ingleses en 1807.
Había de todo. Cada lote dejaba a la
luz alguna de las facetas de su ex dueño. El lote número 1 eran cuatro macetas
de plástico marrón. El lote 2 eran ocho salseras de cerámica blanca fina. Se
vendieron por $ 50 cada una. El lote 7 era una tarrina inglesa Henry Watson’s.
El lote 27 era una garrafa de supergás de 13 kilos.
Expuestas junto al atril del
rematador estaban algunas de las máquinas de escribir con que tipeó Mérica a lo
largo de su vida: unas Olivetti Letteras que aporreó para sus crónicas, sus
perfiles, sus retratos y sus entrevistas.
Para el periodista y profesor de
periodismo Leonardo Haberkorn, Mérica integra el podio, junto a César Di Candia
y María Ester Gilio, de los mejores entrevistadores de la historia del Uruguay.
“Trabajo en clase con las entrevistas a Monzón y a Morena”, dijo Haberkorn a El
Observador.
La materialidad traía por instantes
de nuevo al hombre. Las copas donde bebió, las tazas donde tomó té, los espejos
que reflejaron su imagen mil veces.
A través de la cantidad de platos se
puede decir que amaba invitar gente a cenar, puesto que vivía solo. Se remató
un juego de 16. Es sorprendente la cantidad de vajilla para el postre:
pomeleras, compoteras, moldes, bandejas, fuentes, copas y pocillos, entre otros
abalorios. Y luego un largo cambalache: barquitos dentro de botellas, grabados
de Carlos González, óleos de diferente tipo y color, bandejas de plata opaca, un
ventilador, una panera de ratán, una guillotina para cortar el pan que iba a
esa panera. Objetos de otra época, de otro mundo.Hoy, rarezas. Instantáneas de
un Uruguay que naufragó hace tiempo.
Aparece un radiograbador con un
cassette dentro. “Es un tango y se escucha bien”, dijo el rematador, que se ve
que había apretado la tecla del ‘play’. Vaya a saber hace cuánto está ese
cassette allí puesto. El único que quizás tuviera la respuesta era el propio
Mérica, que miraba con una media sonrisa con un vaso en la mano desde una foto
pegada a un biombo que detrás, escondía al público las zapatillas que le regaló
Sara Nieto al retirarse.
¿Qué hubiera pensado el ex dueño en
este momento? “Se hubiera lamentado por el dolor de ya no ser”, dijo a El
Observador Beatriz Defeo Mérica, sobrina de Ramón y secretaria de su tío
durante muchos años, presente en el remate. “Era muy apegado a sus objetos”,
remató la sobrina.Todo se fue delante de sus ojos en la foto blanco y negro.
Los muebles, claro: un roperode arce con herrajes, mesas, sillas elegantísimas.
Vendidas por precios ridículos sellados con el golpe de una birome, puesto que
el rematador ni siquiera usó martillo.
Y también los libros, distribuidos en
cinco bibliotecas de roble. A vuelo de pájaro: obras completas del poeta alemán
Heinrich Heine, Reportaje a la realidad, de Barrett, El robo del cero Wharton,
de Carlos Rehermann, Storie della religioni, edición en italiano de Moore.
El autor de este artículo no pudo con
la tentación (¿un poco de fan?, ¿un poco de morbo?) de adquirir alguno de esos libros. Se compró el lote 83,
compuesto de unos cincuenta libros, de diferente calibre: desde volúmenes de
cine alemán y ruso a una enciclopedia en francés y la historia de la danza en
el Uruguay, entre otros. Así que sí: todos nos quedamos con un poco de Mérica.
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