El 2 de julio pasado se cumplieron 14 años de la muerte de Obdulio Varela, la figura singular de la gesta de Maracaná. Una fecha que este año pasó inadvertida, fundamentalmente por la destacada actuación de la selección uruguaya en el Mundial de Sudáfrica, por eso nos pareció oportuno recordar su figura a través de esta crónica escrita para el diario La República y publicada a pocos días de su fallecimiento.
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Cómo murió Obdulio
Ángel Juárez Masares
El “Negro Jefe” se fue hace pocos días. Su viejo y cansado corazón se detuvo, un poco por gastado y otro poco porque él quiso. Los últimos días de este hombre, humilde por naturaleza y grande quizá sin pretenderlo, fueron vividos para adentro, casi sin hablar, con la mirada tendida a los recuerdos, rescatado sólo por los niños con quienes compartía caramelos y las palabras que muchas veces escatimaba a los adultos…
Beatriz Ortiz es una vecina de la calle 20 de Febrero que hace más de 25 años comparte el barrio. Las vivencias, y el calor de la amistad de la familia Varela.
Ella dijo a “La República” de su amistad con “Doña Cata” (la esposa de Obdulio Varela).
“Cuando ella enfermó yo la cuidé, y cuando falleció su hija me pidió si me animaba a ayudarle en la casa. En ese entonces Don Jacinto no estaba tan mal. Tenía sus problemas, pero bajaba a comer…veía televisión”.
La vecina mira sus manos apoyadas en el regazo, hace una pausa y continúa: “Lo embromaba un poco el asma…pero andaba. Recuerdo que la pobre Cata sufrió mucho con el problema de asma de Obdulio. Fue bastante duro, porque el se atacaba y había que llamar “la coronaria” a cualquier hora…la falta de Doña Cata fue para don Jacinto el comienzo del final”.
El carácter de la compañera de Obdulio, su solidaridad, la fuerza que desprendía y la energía que aportaba, fueron destacadas por Beatriz Ortiz al agregar que “después que perdió a su señora, Obdulio se cerró totalmente. Si uno le hablaba él contestaba, pero si no se pasaba calladito y como queriendo saber de ella. Creo que en los primeros tiempos él no aceptó que Cata había fallecido. Después de dos meses recién empezó a caer en la cuenta que ella no estaría más. Entonces no quiso salir de su dormitorio. Nos costaba mucho hacer que bajara al comedor. De todos modos el médico decía que no lo obligáramos a hacer cosas que no quisiera. Por ahí él veía a una persona que conocía de muchos años y no caía en la cuenta de quien era hasta que le hablaban un poco”.
Por la vuelta
Al preguntar a la señora Ortiz sobre las visitas que recibía Obdulio, nos dijo que “quien venía muy seguido era un señor llamado Radamés. Le puedo decir que lo visitaba una vez por semana. Sin duda se querían mucho. También venía el señor Da Silveira. Venía más gente, pero en la tardecita yo venía un poco a mi casa a atender mis hijos y mis nietos. Por lo general llegaba gente en la tardecita porque él se levantaba cerca del mediodía…después…comenzó a encerrarse y mucha gente dejó de venir…no se qué les daría”.
Viviendo para adentro
Obdulio Jacinto Varela, ese potente ejemplar de ser humano que actuó en Maracaná igual que en el potrero, con la misma simpleza, con la misma naturalidad con que se puso la multitud bajo el brazo nervudo y transpirado, decidió bajar la cortina al mundo los últimos días de su vida, y ofrecer las postreras luces de su razón a los niños, los únicos a quienes dirigía la palabra y tendía su temblorosa mano para compartir golosinas.
“Tenía locura con los chiquilines” –dice Beatriz Ortiz- “se reía y disfrutaba con las cosas que hacían los gurises. Era el único momento que uno lo veía contento, porque después siempre estaba como viviendo para adentro. No le interesaba la “gente grande”. Cuando Jacinto perdió a Cata empezó a “dejarse ir”, es cierto que estaba embromado del corazón, pero creo que no le interesó mucho vivir después de eso”.
(Publicado originalmente en el diario “La República”, Montevideo, el 8 de setiembre de 1996)
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