A 26 AÑOS DE LA MUERTE DEL POETA GERARDO
DIEGO
Gerardo
Diego nació en Santander en 1896 y murió
en Madrid el 8 de julio de 1987. Poeta considerado una de las figuras más
representativas de la Generación del 27, a la que agrupó por primera vez en una
célebre antología y que encabezó el redescubrimiento de Góngora.
Profesor
de literatura y de música, inició su andadura poética con El romancero de la
novia (1920), que denotaba cierta influencia de Juan Ramón Jiménez y su aprecio
por las formas tradicionales. Después de una breve estancia en París, donde hizo
amistad con Vicente Huidobro y conoció la pintura cubista, reveló su
permeabilidad a las corrientes vanguardistas, como el creacionismo, en versos
de gran musicalidad.
Frutos
inmediatos de esta experiencia fueron Imagen (1922) y Manual de espuma (1924),
libro este último en el que fusiona al modo cubista dos o tres temas en el
mismo poema, el cual a su vez actúa como agente creador de las imágenes. Desde
entonces alternó ambas vertientes hasta el punto de hacer de esta alternancia
una de las características de su creación lírica.
De
aquí que no pueda analizarse su obra por etapas cronológicas sino a través del
reconocimiento de esas dos vías paralelas representadas, según su propia
enunciación, por la "poesía relativa", sostenida por la realidad
perceptible, y la "poesía absoluta", sustentada en la misma palabra
poética y muy secundariamente en la realidad evidente.
En
este sentido, la primera se apoyó en las formas tradicionales, y la segunda, en
las vanguardistas. Críticos como Manuel Cossío, Eugenio de Nora o Dámaso Alonso
consideraron a su vez que la conjugación de ambas tendencias lo movió a
revitalizar formas estróficas tradicionales con contenidos vanguardistas y a
mostrar una gran diversidad de emociones como fundamento de un riguroso sistema
poético. A ello contribuyó asimismo el dominio del lenguaje, una intuitiva
aplicación de los recursos técnicos y expresivos, y un consciente desapego por
el tono trascendentalista.
Los
libros que marcan el inicio de este proceso creador son Fábula de Equis y Zeda
y Poemas adrede (1932), en los que la décima, la sextina real y otras formas
métricas comunes a la poesía barroca confieren una cierta estabilidad a los
contenidos vanguardistas, al mismo tiempo que un léxico claro y preciso surgido
de la realidad evidente y una sintaxis musical le sirvieron para soportar la
pluralidad significativa de las imágenes. El precio de esta preceptiva fue la
pérdida de intensidad emotiva, cosa que compensó con la fuerza esencial de su
palabra poética.
De su
vasta obra cabe destacar Versos humanos (1925), Ángeles de Compostela (1940),
Alondra de verdad (1941), La luna en el desierto (1949), Biografía incompleta
(1953), Poesía amorosa (1965), Vuelta del peregrino (1967), La fundación del
querer (1970) y Versos divinos (1971). En 1947 ingresó en la Real Academia
Española. Entre otros galardones, recibió el Premio Nacional de Literatura
(1925), compartido con Rafael Alberti, y en 1980 el Cervantes, que compartió
con Jorge Luis Borges.
Ahogo
Déjame
hacer un árbol con tus trenzas.
Mañana
me hallarán ahorcado
en el
nudo celeste de tus venas.
Se va
a casar la novia
del
marinerito.
Haré
una gran pajarita
con
sus cartas cruzadas.
Y
luego romperé
la
luna de una pedrada.
Neurastenia,
dice el doctor.
Gulliver
ha
hundido todos sus navíos.
Codicilo:
dejo a mi novia
un
puñal y una carcajada.
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