De cuando la soledad del
hombre es producto de su propia cobardía, y de como el frío del invierno no
debe confundirse con el hielo del alma
Escriba
Medieval
Amados
Cofrades: tras varias lunas sin dirigirme a vuesas mercedes, esta mañana he
despertado el poco intelecto que aún poseo para tender un invisible puente
hacia vosotros.
Debo
confesaros que el frío se ha instalado en la comarca y tal suceso afecta no
solo mis huesos machados sino también mi pensamiento. Por tanto hoy no habré de
fablaros de asuntos importantes, por lo menos de aquellos que los hombres
llaman dese modo.
Hoy fablaré
del frío, pero también de su aliada, la soledad, porque aunque a vosotros os
cueste creerlo suelen ir juntos de parranda. Pero no fablaré del frío que se
cuela por debajo de la puerta. Fablaré del otro, del peor, del que se cuela por
debajo del alma de los hombres cuando ésta se cae hasta los pies y se enreda en
las sandalias. De ese frío que luego trepa por los huesos hasta alojársele en
el corazón, que hiela la memoria y la razón, y trasmuta los nobles pareceres en
horda de satánicos pesares.
Pero no os
confundáis, pacientes contertulios, que tal industria no es privativa de los
pobres, sino que afecta con mas enjundia
a los hombres poderosos. Si, muchas veces los seres cuyas arcas rebozan de riquezas son quienes mas
frío padecen, pues nada existe mas frío que el metal con que se acuñan las
monedas ni cosa hay mas helada que el filo de una espada.
Solo puede
superar tal circunstancia el frío que la indiferencia causa. No lo dudéis,
nobles que tenéis la bondad de leer los divagues del humilde…no lo dudéis.
Imaginaos por un momento el anochecer del poderoso; esa hora en que la cohorte
de alcahuetes se retira del castillo y queda solo. Solo con su soledad y con el
frío. Frío que se instalará en sus aposentos, trepará por las paredes, se
colgará de las cortinas, e impúdico, se meterá en su propia cama.
Pese a
estas escripturas que fago con mano trémula, debo deciros también que la
soledad no es mala cosa si el hombre la adopta como opción y aprende a convivir
con ella. Tal Señora puede ser un cancerbero que os impida compartir el mundo
que hay puertas afuera, o un perro fiel que –echado a vuestros pies- os
acompañe e inspire en esas noches huérfanas
de sueño. Quiero deciros –nobles y comprensivos contertulios- que muchas veces
ocurre que ella nos ayuda a crear, pero sobre todo a reencontrarnos con
nosotros mismos; a hurgar en los aposentos interiores del alma, y hacer una
limpieza en los arcones del corazón botando a la basura los pensamientos
negativos. Recordad que las mayores creaciones que el hombre legó a la
humanidad fueron producto de esa búsqueda de asuntos interiores que luego se
tradujeron –tanto en obras de arte memorables- como en íntimos estados de paz
del alma.
Lo que no debéis
permitir es que la soledad sea producto de vuestra propia cobardía. Es posible
ver a gentes que han sufrido decepciones cerrando la puerta a la esperanza.
Como os dije antes, atando a la puerta de su casa un cancerbero que no deja
entrar las oportunidades que suelen salir de ronda el día menos pensado.
Así ocurre
cuando el hombre un día comió un troz
o de pan ácido y luego no prueba mas el
pan por miedo a que también esté ácido. O cuando llama a su puerta quien puede
ser su amigo y no le abre porque un lejano día otro amigo fizo traición de su
confianza. O cuando se niega al amor porque muy antes en su vida amó a quien no
lo merecía, o simplemente partió buscando recorrer otros caminos.
Por eso os
digo, no confundáis el frío del invierno con el hielo del alma, ni la soledad
con la cobardía. Todo camino posee espinas a su vera, y muchas matas espinosas
poseen cualidades curativas. De cada uno depende decidir “herirnos”, o
quedarnos a vivir envueltos en el manto de la cobardía.
Moraleja:
A veces no está mal abrir la puerta y arrojar
la llave al precipicio, escuchar como como golpea allá en el fondo, puede ser
de nuevas experiencias el inicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario