REFLEXIONES
SOBRE LA NOVELA
Ángel
Juárez Masares
“En la
novela el diálogo es esencial, como en la pintura la luz. La novela es la
categoría del diálogo”. Ortega y Gasset.
Quienes
alguna vez nos atrevimos a salir del relato breve para ingresar en el mundo de
la novela nos encontramos con un universo complejo, no solo por su extensión,
sino por el manejo de los personajes que pretendemos “mover” en ese ámbito.
Otra de las preocupaciones –si no la principal- es mantener la atención del
lector, y sobre todo lograr “engancharlo” desde las primeras páginas p
ara que
no abandone la lectura.
Naturalmente
toda obra está teñida –inevitablemente- de la personalidad del autor, pues
desde el momento en que la ficción no está demasiado reñida con la realidad
nada limita su imaginación. El autor dotará a los protagonistas de una edad
cronológica, de un carácter, combinará obstáculos y levantará barreras para sus
aspiraciones, pero también allanará caminos para que los mismos transiten por
ellos al servicio de la historia que les ha sido creada. Si el novelista
entiende que la obra necesita heroísmos, traiciones, o abnegaciones, para
mantener la acción, los inventará al instante, de la misma manera que hará
desaparecer personajes si la historia
que pretende contar así lo amerita.
Tarea
compleja –y opinable- sería buscar el origen del género en la historia, pero
puestos en esa coyuntura quizá podríamos encontrar un punto de inflexión en los
antiguos escritos de la época alejandrina. Estudiosos del tema –como M.
Villemain- aseguran que “la novela que se apodera del alma y la sigue con todas
sus consecuencias no existía en la antigüedad”.
En ese
contexto también vemos que la afición a lo novelesco no era compatible con las ocupaciones del
Foro ni con la vida campestre, razón por la cual los romanos no conocieron mas
que las historias graciosas del Asno de Oro de Apuleyo, que en definitiva no es
mas que una traducción latina de una fábula griega.
En la Edad
Media, época de guerras y conquistas, la “novela” adquiere una forma mas
popular aunque sin perder su carácter épico, pero en cierto modo se humaniza y
dulcifica a influjo de la inspiración cristiana; recordemos en ese sentido La
Canción de Rolando, la gesta de los Cuatro hijos Aymón, o el ciclo de la Tabla
Redonda.
En el siglo
XIV las obras imaginativas revisten cierta forma alegórica y satírica, como en
el Decamerón.
El siglo
XVII podría calificarse como una suerte de “bisagra” para el género que hoy nos
convoca, pues Cervantes acomete la tarea de otorgar un cariz cómico a las
excentricidades y ridiculeces de la Caballería.
La “novela
de costumbres” aparece en el siglo XVIII, reemplazando el concepto de
“idealización” por un acercamiento mas íntimo al carácter de los personajes, al
tiempo que la verdad sustituye a las quimeras, y por otra parte la prosa
sustituye a la poesía. En este período la novela no tarda en “desnaturalizarse”
y se propone sobre todo divertir, aunque también entra en un campo donde
denuncia la impiedad. Quizá el ejemplo mas claro de este período lo constituye
Nueva Eloísa, donde J.J. Rousseau imprime con su estilo un carácter mas real a
las situaciones ficticias con respecto a lo que se venía escribiendo.
La
literatura romántica llega a ser en el siglo XIX una pasión popular generando
obras tan efímeras como prematuras. Sin embargo –paralelamente- nacen otras
importantes llamadas a sobrevivir en el tiempo. Allí está entonces Víctor Hugo,
Balzac, Alfredo de Vigny, Alejandro Dumas, Teófilo Gautier, Sand, Merimée…
Hoy día,
mucha gente suele buscar en el arte asuntos que deberían ser objeto de una
consulta médica. Buena parte del público procura distraerse refugiándose en un
supuesto ideal, o buscando un estado anímico que le permita evadirse del mundo
real, y la novela actual no escapa a esos imperativos. Adquiere un valor
científico y se interna en laberintos tecnológicos donde el hueso arrojado al
espacio por el mono de 2001Odisea del Espacio ya no se transforma en nave
espacial. La novela actual necesita de una refinada aplicación psicológica que
debe ser compatible además con las seducciones del estilo y las profundidades
del ingenio. Hoy, muchos autores se dedican a escribir con un afán de
popularidad que suele ir en detrimento de la calidad, mas allá que el éxito en
las ventas de los llamados “Best Sellers” instale un elemento de duda sobre lo
antes dicho.
Finalmente
nos parece oportuno volver sobre Ortega y Gasset para recordar su concepto
sobre lo que significa una gran novela. Dice en ese sentido: “observemos el
momento en que damos fin a la lectura de una gran novela. Nos parece que
emergemos de otra existencia, que nos hemos evadido del mundo comunicante al
nuestro auténtico. Hace un instante nos hallábamos en Parma, con el Conde Mosca
y la Sanseverina; vivíamos con ellos, preocupados por sus vicisitudes, inmersos
en sus problemas, en su espacio, en su tiempo.
Ahora,
súbitamente, nos hallamos en nuestro aposento, en nuestra ciudad, en nuestra
fecha; comienzan a despertar en nosotros las preocupaciones habituales. Hay un
intervalo de indecisión, de titubeo. Acaso el brusco aletazo de un recuerdo nos
sumerge nuevamente en el universo de la novela, y con algún esfuerzo tratamos
de volver a nuestra propia existencia.
Yo llamo
novela a la creación literaria que produce este efecto, y la novela que sepa
conseguirlo será una novela mala.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario