A 116 AÑOS DEL NACIMIENTO DE WILIAM
FAUKNER
William Faulkner nació en New Albany, EE
UU, el 25 de setiembre de 1897 y murió en Misisipi el 6 de julio de 1962.
Pertenecía a una familia tradicional y sudista, marcada por los recuerdos de la
guerra de Secesión, sobre todo por la figura de su bisabuelo, el coronel
William Clark Faulkner, personaje romántico y autor de una novela de éxito
efímero. En Oxford, la escasa atención que prestaba Faulkner a sus estudios y
al puesto que l
e consiguió su familia en Correos anduvo paralela a su avidez
lectora, bajo la guía de un amigo de la familia, el abogado Phil Stone.
A pesar de que su vida transcurrió en su
mayor parte en el Sur, que le serviría de inspiración literaria casi
inagotable, viajó bastante: conocía perfectamente ciudades como Los Ángeles,
Nueva Orleans, Nueva York o Toronto y vivió casi cinco años en París, donde
cabe destacar que no frecuentó los círculos literarios de la llamada Generación
Perdida.
Perseguía muy conscientemente el éxito
literario, que no alcanzó, sin embargo, hasta la publicación de El
ruido y la furia (1929), novela de marcado tono experimental, en que
la anécdota es narrada por cuatro voces distintas, entre ellas la de un
retrasado mental, siguiendo la técnica del «torrente de conciencia», es decir,
la presentación directa de los pensamientos que aparecen en la mente antes de
su estructuración racional.
El experimentalismo de Faulkner siguió
apareciendo en sus siguientes novelas: en ¡Absalón, Absalón!(1936),
la estructura temporal del relato se convierte en laberíntica, al seguir el
hilo de la conversación o del recuerdo, en lugar de la linealidad de la
narración tradicional, mientras que Las palmeras salvajes (1939)
es una novela única formada por dos novelas, con los capítulos intercalados, de
modo que se establece entre ellas un juego de ecos e ironías nunca cerrado por
sus lectores ni por los críticos.
El mito presenta al autor como un
escritor compulsivo, que trabajaba de noche y en largas sesiones, mito que
cultivó él mismo y que encuentra su mejor reflejo en su personalísimo estilo,
construido a partir de frases extensas y atropelladas, de gran barroquismo y
potencia expresiva, que fue criticado en ocasiones por su carácter excesivo,
pero a cuya fascinación es difícil sustraerse y que se impuso finalmente a los
críticos.
A pesar de haber conseguido el
reconocimiento en vida, e incluso relativamente joven, Faulkner vivió muchos
años sumido en un alcoholismo destructivo. La publicación, en 1950, de
sus Narraciones completas, unida al Premio Nobel que recibió ese
mismo año, le dio el espaldarazo definitivo que necesitaba para ser aceptado,
en su propio país, como el gran escritor que era.
Su existencia cambió a partir de este
momento: recibió numerosos honores, escribió guiones de cine para productoras
cinematográficas de Hollywood (trabajo que aceptaba principalmente por motivos
económicos, dado su elevado ritmo de gasto) y se convirtió, en suma, en un
hombre público, e incluso fue nombrado embajador itinerante por el presidente
Eisenhower. Los últimos años de su vida, que transcurrieron entre conferencias,
colaboraciones con el director de cine Howard Hawks, viajes, relaciones
sentimentales efímeras y curas de desintoxicación, dan la impresión de una
angustia creciente y nunca resuelta.
«No se escapa al Sur, uno no se cura de
su pasado», dice uno de los personajes de El ruido y la furia, y,
en efecto, el escenario de la mayoría de sus novelas, es el imaginario condado
sureño de Yoknapatawpha, cuyas connotaciones y poder simbólico le confieren un
aura casi bíblica. En este sentido, la obra de Faulkner debe ser contemplada
como un todo, en la medida en que toda ella se halla marcada por esta voluntad
de recrear la vida del sur de Estados Unidos, por más que tal localismo no
impide que sus personajes y sus obsesiones, tan circunscritos a un tiempo y un
lugar concretos, adquieran una proyección universal.
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