viernes, 20 de septiembre de 2013

A 57 AÑOS DE LA MUERTE DE “WIMPI”




Arthur García Núñez nació en Salto el 12 de agosto de 1906. Muy joven viajó con su madre a radicarse en Buenos Aires. Estudió en el Colegio Mariano Moreno para ingresar mas tarde en la Facultad de Medicina. No obstante pronto abandonó la Carrera para marcharse a la aventura, eligiendo para ello a El Chaco, pero luego de correr un sinnúmero de aventuras regresó a Montevideo.  Allí trabajó en los diarios El Plata y El Imparcial, y en la revista humorística Peloduro, pero la mayor difusión se la dio la radio, donde decía sus incisivos textos. Comenzó en Radio Carve en 1936, cuando adoptó el seudónimo  de “Wimpi” con el que se hizo famoso. Realizó libretos radiales para actores. Fue el descubridor de Juan Carlos Mareco, "Pinocho", quien siempre lo reconoció, agradecido, como su mentor artístico.
Radicado en Buenos Aires desde 1940 colaboró con Noticias Gráficas, el diario Clarín y Radio El Mundo. Publicó dos libros de cuentos humorísticos y luego de su muerte se publicaron otros libros de cuentos y recopilaciones de textos radiales, también se editaron discos con sus cuentos para niños en su propia voz.
Wimpi produjo una verdadera revolución en la prensa porteña -por 1946- generando un fenómeno cercano al deslumbramiento. La adhesión del público a sus escritos fue inmediata y resonante. “El gusano loco” y “Los cuentos del viejo Varela” fueron los únicos libros que la timidez de Wimpi se atrevió a publicar  después de tremendas dudas. Muchos otros corrieron el destino de la hoguera a la que los arrojó el autor, incapaz de sobreponerse a su extremo sentido de la autocrítica. “La taza de tilo”, “Ventana a la calle”, “Cartas de animales”, “Viaje alrededor de un sofá”, “Vea amigo”, “La risa”, “El fogón del viejo Varela”, “Los cuentos de Claudio Machín”, y “La calle del gato que pesca”, acaso pudieron correr el mismo destino, pero el inesperado fallecimiento de Wimpo acaecido el 9 de setiembre de 1956 en Buenos Aires los salvó de tan quemante suerte.
Editorial Freeland editaría ese material en el año 1976, para que hoy  podamos disfrutar de esa prosa lozana y exultante de ingenio y humor nacida del talento de Wimpi.

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EL HOMBRE, LA MOSCA Y EL SOBRETODO

El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo cazan.
Pero en otras cosas, no se parece.
Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada, porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A eso se le llama termogénesis.
El hombre se guarda a sí mismo. Produce su propia temperatura.
La ropa de abrigo sólo le sirve para retener el calor que él se elaboró. El abrigo no es una calefacción, es una tapa. No da el calor que el hombre necesita, se limita a no dejar escapar el que el hombre mismo se hace.
El hombre, pues, trabaja ocho horas a fin de ganar el pan -y los bifes, las papas, los choclos, el estofado- que han de servirle para mantener esa temperatura. Durante el día escribe a máquina, lleva libros, hace mandados, habla por teléfono, cruza calles, lo pisan, va a los bancos, corre taxímetros, empuja; todo para que no le falte su sopa de arroz, sus milanesas, su tortilla, su queso y dulce, imprescindibles para que el medio interior no se congele.
Y, luego, debe sacar de eso —del dinero destinado a la adquisición de combustibles— para comprar un sobretodo que no lo calienta, sino que lo deja enfriar.
Y cuando, después de tantas andanzas y sacrificios, se pone el sobretodo, ¡ tiene, por medio de la termogénesis, que calentarlo él!

Por eso es que hay tan poca gente que conserva su sangre fría.

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