A 57 AÑOS DE LA MUERTE DE “WIMPI”
Arthur García Núñez nació en Salto el 12 de agosto de 1906.
Muy joven viajó con su madre a radicarse en Buenos Aires. Estudió en el Colegio
Mariano Moreno para ingresar mas tarde en la Facultad de Medicina. No
obstante pronto abandonó la
Carrera para marcharse a la aventura, eligiendo para ello a
El Chaco, pero luego de correr un sinnúmero de aventuras regresó a
Montevideo. Allí trabajó en los diarios
El Plata y El Imparcial, y en la revista humorística Peloduro, pero la mayor
difusión se la dio la radio, donde decía sus incisivos textos. Comenzó en Radio
Carve en 1936, cuando adoptó el seudónimo
de “Wimpi” con el que se hizo famoso. Realizó libretos radiales para
actores. Fue el descubridor de Juan Carlos Mareco, "Pinocho", quien
siempre lo reconoció, agradecido, como su mentor artístico.
Radicado en Buenos Aires desde 1940 colaboró con Noticias
Gráficas, el diario Clarín y Radio El Mundo. Publicó dos libros de cuentos
humorísticos y luego de su muerte se publicaron otros libros de cuentos y
recopilaciones de textos radiales, también se editaron discos con sus cuentos
para niños en su propia voz.
Wimpi produjo una verdadera revolución en la prensa porteña
-por 1946- generando un fenómeno cercano al deslumbramiento. La adhesión del
público a sus escritos fue inmediata y resonante. “El gusano loco” y “Los
cuentos del viejo Varela” fueron los únicos libros que la timidez de Wimpi se
atrevió a publicar después de tremendas
dudas. Muchos otros corrieron el destino de la hoguera a la que los arrojó el
autor, incapaz de sobreponerse a su extremo sentido de la autocrítica. “La taza
de tilo”, “Ventana a la calle”, “Cartas de animales”, “Viaje alrededor de un
sofá”, “Vea amigo”, “La risa”, “El fogón del viejo Varela”, “Los cuentos de
Claudio Machín”, y “La calle del gato que pesca”, acaso pudieron correr el
mismo destino, pero el inesperado fallecimiento de Wimpo acaecido el 9 de
setiembre de 1956 en Buenos Aires los salvó de tan quemante suerte.
Editorial Freeland editaría ese material en el año 1976,
para que hoy podamos disfrutar de esa
prosa lozana y exultante de ingenio y humor nacida del talento de Wimpi.
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EL HOMBRE, LA MOSCA Y EL SOBRETODO
El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces
molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo
cazan.
Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada,
porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la
temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A
eso se le llama termogénesis.
El hombre se guarda a sí mismo. Produce su propia
temperatura.
La ropa de abrigo sólo le sirve para retener el calor que él
se elaboró. El abrigo no es una calefacción, es una tapa. No da el calor que el
hombre necesita, se limita a no dejar escapar el que el hombre mismo se hace.
El hombre, pues, trabaja ocho horas a fin de ganar el pan -y
los bifes, las papas, los choclos, el estofado- que han de servirle para
mantener esa temperatura. Durante el día escribe a máquina, lleva libros, hace
mandados, habla por teléfono, cruza calles, lo pisan, va a los bancos, corre
taxímetros, empuja; todo para que no le falte su sopa de arroz, sus milanesas,
su tortilla, su queso y dulce, imprescindibles para que el medio interior no se
congele.
Y, luego, debe sacar de eso —del dinero destinado a la
adquisición de combustibles— para comprar un sobretodo que no lo calienta, sino
que lo deja enfriar.
Y cuando, después de tantas andanzas y sacrificios, se pone
el sobretodo, ¡ tiene, por medio de la termogénesis, que calentarlo él!
Por eso es que hay tan poca gente que conserva su sangre
fría.
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