A sangre y fuego
Por Luis Casal Beck
Hace 177 años surgían las divisas “blanca” y “colorada”
convertidas muchas décadas después en los partidos fundacionales del país.
Un 19 de setiembre de 1836 se libró la primera batalla en
las puntas del arroyo Carpintería (Durazno). El Ejército gubernamental del
presidente Manuel Oribe (que usaba una divisa blanca con la inscripción:
“Defensor de las leyes”, venció a los rebeldes del caudillo rural Fructuoso
Rivera (divisa colorada), con un saldo de 200 bajas y 150 prisioneros. Esta es
la génesis de los actuales partidos Colorado y Nacional.
Dice Eduardo Acevedo Díaz en “Lanza y sable” que cuando
corrió la noticia del alzamiento de Rivera contra Oribe, muchos paisanos creían
que “el gobierno se había sublevado contra don Frutos”. El carisma de Rivera
deslumbraba. “Id y preguntad desde Canelones hasta Tacuarembó, quién es el
mejor jinete de la República
(…), el mejor baqueano (…) el de más sangre fría en la pelea; quién el mejor
amigo de los paisanos, quién el más generosos de todos (y) os responderán
todos, el general Rivera”, señalaba en 1847, Manuel Herrera y Obes.
En 1830, Rivera –un gran jefe militar, que fue
lugarteniente de José Artigas, pero después sirvió a las órdenes del imperio
portugués y de Brasil; y recién en 1825 (episodio del Monzón), se integró a la
revolución de los 33 Orientales, conducida por Juan Antonio Lavalleja y Manuel
Oribe-, ocupó la primera presidencia del país (1830-1834). Durante ese período,
enfrentó varios alzamientos armados del lavallejismo, detrás de los cuales
“estaban implicados (Juan Manuel de) Rosas y los riograndenses” (ver: “Rivera:
un oriental liso y llano”, 1976, Marta Canessa de Sanguinetti).
En los años de gobierno de Rivera, Oribe (militar de carrera,
artiguista; que después de la invasión portuguesa vivió en Buenos Aires, se
identificó con el federalismo, formó parte de la sociedad secreta “Los
Caballeros Orientales”; y en 1825 fue el segundo jefe de la cruzada libertadora
de los 33 Orientales), ocupó sucesivamente los cargos de jefe del Estado Mayor
del Ejército y ministro de Guerra y Marina. El Parlamento lo designó segundo
presidente de la República.
Don Frutos, dejó el gobierno el 24 de octubre de 1834.
Cinco días más tarde, fue creado el cargo de comandante general de la Campaña , y designado a su
frente el mismo general Rivera. Este nuevo rol, le asignaba una gran influencia
político-militar, y establecía en la práctica una dualidad de poderes entre
Montevideo, -asiento del gobierno-, y la campaña.
El 1 de marzo de 1835, Oribe se hizo cargo de la
presidencia. Entre otras medidas, dispuso: suprimir el Comando General de la Campaña , subordinar la
naciente Guardia Nacional al ministerio de Guerra y Marina, y decretar una
generosa amnistía para los revolucionarios lavallejistas.
Todo esto desacomodó a Rivera. El Parlamento inició por su
parte una investigación sobre su gestión como gobernante (sus opositores
enunciaron 174 irregularidades). Esta suma de hechos, provocó, a partir del 18
de julio, la violenta reacción de Rivera y de sus hombres desperdigados por
todo el interior.
Fue entonces que Oribe dispuso (10/VIII) el uso
obligatorio de la divisa blanca con la leyenda: “Defensor de las Leyes”. La
réplica de los rebeldes, fue identificarse con otra divisa: inicialmente
celeste y después, colorada (ver recuadros). En sus “Anales”, Eduardo Acevedo
estima que el gobierno disponía de un Ejército de línea de 4.500 hombres, y los
rebeldes eran unos 1.400. La caballería seguía usando lanzas, sables, boleadoras.
Las armas de fuego eran los fusiles de chispa y los pistolones. Las armas de
repetición (como las famosas carabinas Remington), llegarían al país, muchas
décadas después.
El primer combate se produjo en los campos de Carpintería
el 19 de setiembre de 1836. El Ejército, comandado por Ignacio Oribe, hermano
del presidente, enfrentó a los revolucionarios riveristas, que tenían el apoyo
del unitario Juan Lavalle. Aquel bautismo de fuego fue adverso para los
seguidores de Rivera (200 bajas, 150 prisioneros), que se retiraron derrotados,
refugiándose en Brasil, donde contaban con el apoyo de los separatistas
riograndenses.
En octubre de 1837, Rivera inició un nuevo levantamiento
armado, se sucedieron varias batallas hasta que Oribe renunció (23/X/1838), y
se embarcó con destino a Buenos Aires, donde Rosas lo recibió como el legítimo
gobernante oriental. Rivera, instauró una dictadura de algunos meses y fue
electo tercer presidente (1/III/1839), declarándole la guerra a Rosas.
Los bandos se definieron, se internacionalizó el conflicto
(“blancos” y “federales” versus “colorados” y “unitarios”), discurrió la Guerra Grande
(1843-1851), y se sucedieron distintas etapas (la política de fusión, el
militarismo, etc ).
“Blancos y colorados sin llegar a constituir aún partidos
orgánicos, definen sus tendencias a raíz de la guerra civil de 1836” , señala Juan E. Pivel
Devoto en su “Historia de los partidos en el Uruguay”, de 1941 “(sustentando)
unos el principio de autoridad identificado con la nación; y otros, el de la
revolución personificada en la figura del caudillo”.
Por su parte Oscar H. Bruschera (“Divisas y partidos”,
1968), sostuvo que “hay algunos caracteres de las personalidades de sus
fundadores, que se trasmiten (…). Lavalleja y Oribe (cultivan) su solidaridad
con el entorno platense, su sentido nacional y americano, su adhesión a ciertas
formas autoritarias en el ejercicio del poder, de añeja estirpe española”,
subrayando “el linaje copetudo”, de Oribe.
En cuanto a Rivera (cuyo estilo se “trasvasa al partido
que él fundó”, dice), remarca sus condiciones de “flexible, liberal,
humanitario, de buen humor, gastador hasta el despilfarro, tolerante e
indiferente a las críticas”, destacando su “proclividad brasileña”.
Carlos Real de Azúa afirmaba en “La historia política”
(1968), que entre 1886 y 1903 se produce “el paso del militarismo al civilismo,
y el tránsito de los viejos partidos oligárquicos de cuadros a nuevas
estructuras apoyadas en activas bases populares”. El siglo XX está dominado por
las figuras de José Batlle y Ordóñez, presidente desde 1903 y articulador de un
poderoso Partido Colorado (”la historia de las asambleas, es la historia de la
libertad”); y de Luis Alberto de Herrera, -el ex guerrillero saravista en 1897
y en 1904-, que presidió al Partido Nacional, desde 1920; y sentó las bases de
una colectividad política organizada, con importante capacidad de movilización
cotidiana y creciente peso electoral.
“Art. 1. Todos los jefes, oficiales y tropa del Ejército
de línea, las Guardias Nacionales de caballería, las partidas afectas a la Policía y todos los
empleados públicos en los departamentos de campaña, usarán en el sombrero una
cinta blanca con el lema “Defensor de las Leyes”.
Art 2. El Estado Mayor General, La Guardia Nacional
de Infantería de la capital, los empleados de la misma, las compañías de
matrícula y de infantería de extramuros usarán también el mismo lema, que
llevarán en una cinta visible en los ojales del vestido y en el sombrero.
Art 3. Todos los ciudadanos no enrolados usarán del mismo
distintivo en los ojales del vestido como una señal de su adhesión a las leyes
e instituciones de la
República.
Art 4. Del cumplimiento de este decreto quedan encargados
los ministros del despacho en sus departamentos respectivos.
Manuel Oribe, Pedro Lenguas, Francisco LLambí, Juan M.
Pérez
10 de agosto de 1836” .
“El partido contrario, adoptó por consiguiente otra divisa
para distinguirse de sus enemigos, singularmente en las funciones de guerra. Su
primer color fue el celeste, tomado de la escarapela nacional, pero este color
debilísimo en los tejidos que podían hacerse las divisas, no resistía a la
acción atmosférica; de ahí vino la necesidad de cambiarlo y se cambió
naturalmente por el colorado, de mayor firmeza y que es el más común en las
telas que se emplean en la campaña para forrar los ponchos, para hacer los
chiripás, etc. De ahí, pues, se llamó
colorado al partido que combatía a
Oribe”.
Fructuoso Rivera |
“Apuntes históricos sobre las agresiones del dictador
argentino Juan Manuel de Rosas contra la independencia de la República Oriental
del Uruguay” (1849), de Andrés Lamas.
PREDOMINIO DE LOS
BANDOS
“Nuestros partidos fueron al comienzo poco más que esos
séquitos urbano-rurales congregados en torno a (Fructuoso) Rivera por una
parte, y a (Juan Antonio) Lavalleja y (Manuel) Oribe por la otra,
extremadamente inestables al principio, y luego algo mas firmes”.
(Enciclopedia Uruguaya Nº 1, La Historia política. Carlos
Real de Azúa, 1968)
“(entre 1830-1870) los partidos fueron, sobre todo,
divisas. Queremos aludir con este giro, a su “inorganicidad”, a su falta de
cuadros estables, a su dirigencia oscilante y difusa, a su carencia de una
estructura de sostén, y por supuesto, también a los tenues, debilísimos
ingredientes racionales que pueden aislarse en sus respectivos perfiles(…)
La historia siguió su curso y otros hechos se agregaron
con su carga emotiva, sus definiciones en conductas y en pensamiento, y así los
carismas personales, por un proceso de transferencia se alojaron en las
divisas. Es la Defensa
y el Sitio de Montevideo; lucha de la “civilización” contra la “barbarie” para
unos; “defensa de la independencia americana”, para otros; es el culto de los
“mártires de la libertad de la patria” (…)
Las muertes, los heroísmos, las altiveces y las ruindades;
el culto de las hazañas; los recuerdos de los sacrificios, los mitos, todo
adensó una tradición de amor y de odio, que se simboliza en los cintillos”.
(Enciclopedia Uruguaya Nº 17, “Divisas y partidos”. Oscar
H. Bruschera, 1968).
PARTIDOS DE
PRINCIPIOS
** “Nos llamamos liberales sin tener inconveniente en
declarar que somos los antiguos colorados. (Diario “El Siglo”, junio 15 de
1872)
** “El Club Nacional admite como un principio fundamental
de libertad y de justicia, la coexistencia de los partidos que, buscando su
influencia y preponderancia por los medios legales, aspiran a dirigir los
destinos de la República.
(Programa del Club Nacional, 1872)
** “Consecuente con su política de coexistencia y
coparticipación de los partidos en la cosa pública, el PE se ha preocupado
seriamente de la reforma electoral, que, realizada con espíritu liberal y
practicada con lealtad, abrirá a los partidos el campo vasto del sufragio
libre, cerrado para siempre el campo estrecho de las contiendas armadas”.
(Mensaje del Poder Ejecutivo a la Asamblea General , febrero 15 de 1892)
(“Historia de los partidos políticos en el Uruguay”, Juan
E. Pivel Devoto, 1941; premio Pablo Blanco Acevedo, de la Universidad de la República ).
Extraído de: http://www.republica.com.uy
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