EL DÍA QUE 58 AÑOS DESPUÉS, VOLVÍ A LA ESCUELA
“En ese salón, la Maestra Rosita
Gastelumendi tomó la tiza un día e hizo un dibujo en el pizarrón que
-afortunadamente- jamás olvidé. Era un dibujo fantástico, de líneas perfectas solo
comparables a una clave de sol... Con los años descubrí que no hay artista
capaz de hacer uno similar...ese dibujo era el Alfa y Omega...el principio y el
fin...el todo y la nada... Eran las cinco vocales...”
Ángel Juárez Masares
Tal lo
que escribí hace unos días en las redes sociales luego de visitar la Escuela donde ingresé hace
58 años munido de un cuaderno “doble raya” y un lápiz “Faber” meticulosamente
afilado por mi viejo la noche anterior. Allá en el fondo de la cartera (regalo
de “la tía Alba”) navegaba solitaria una goma de borrar “Dos Banderas”
completando el equipo que me permitiría entrar en el mundo del saber.
Naturalmente
la antigua Escuela Rural No 39
ha tenido los cambios que el imperativo del tiempo
impone. Sin embargo aún conserva intacta la estructura edilicia principal, y el
“alero” que protege el corredor en L que va desde el salón del frente a la
antigua cocina. Podría escribir muchas páginas sobre los recuerdos que en esas
circunstancias se agolpan pugnando por ser protagonistas, pero estimo que
hacerlo sería improcedente y haría esta reflexión demasiado personal. No
obstante no puedo dejar d
Acompañado
por algunas Maestras recorrí el inmenso patio en medio de los niños que
continuaron en sus juegos, indiferentes al paso del viejo que caminaba entre
ellos. Allí sobrevivía uno de los seis paraísos donde antaño jugábamos en los
recreos a “las esquinitas”, o leíamos sentados en rueda en pequeños bancos de
madera sin pintar. El tala cuyas raíces fungían como asientos ya no existe, y
el alambrado donde del otro lado pastaban las vacas de la chacra vecina está
hoy cubierto de un alto seto vegetal.
Sin
embargo lo que resultó mas conmovedor fue sentarme en el mismo salón donde ingresé
hace 58 años. Ningún esfuerzo debí hacer para “ver” en una de las paredes
laterales el gran planisferio de hule donde estudiábamos geografía, y allá en
un rincón está el piano, que quizá hasta sea el mismo donde la Maestra Aída
interpretaba el Himno Nacional, la
Marcha Mi Bandera, o Gatos, Minués, y Cielitos según fuera la
ocasión.
“Quizá
todos deberíamos volver a nuestras escuelas”, dijeron algunos amigos a través
de las redes sociales entre otros comentarios, y eso me lleva a regresar al
encabezado de esta nota que –por otra parte-
confieso haber escrito mas desde el
corazón que desde el cerebro y que es muy probable se halle muy cercano a esas
frases cursis que tanto rechazo. Sin embargo no quise cambiar ni un punto para
que no perdiera la calidad de pensamiento espontáneo que fue su esencia, y
porque además, quizá no esté equivocado al atribuirle a las vocales el carácter
de puerta de entrada al conocimiento. De lo que sí no tengo dudas, es que jamás
artista alguno logrará “dibujar” aquellas letras perfectas que creó
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