El
arte en el podio
Los récords
en Nueva York
y la escalada de ventas en subastas traen al tapete a los grandes
coleccionistas.
En la puja
que ha situado a Francis Bacon como el artista más caro vendido nunca en una
subasta, Larry Gagosian pujó hasta los 101 millones de dólares. Y hubo dos
pujas por encima de los 120 millones. Finalmente, el tríptico se remató en
142,2 millones.
Si a estos
multimillonarios, que parecen tener un bolsillo casi infinito, sumamos el
dinero procedente de rusos, oligarcas de Medio Oriente, turcos, brasileños,
mexicanos, chinos… o sea, el nuevo mundo económico, la tormenta perfecta en el
arte está servida. ¿Qué límite tiene una mujer como Sheikha Al-Mayasa bint
Hamad bin Khalifa Al-Thani quien, con solo 30 años, destina más de 965 millones
de dólares al año a la compra de arte?
Y sobre esa
pulsión de los coleccionistas las salas de subasta relanzan sus balances. Hace
una década, en el mejor de los casos, Christie`s conseguía 85 millones de
dólares en una única jornada de ventas. Estos días logró la cifra más alta de
su historia: 691,5 millones de dólares. Una cantidad que hace exclamar al
coleccionista Paco Cantos: "¡Estamos cerca de que explote la burbuja!
Estos precios no se pueden soportar". Son advertencias que, de tan
repetidas, resultan cansinas. Y que no todos comparten.
Lo cierto
es que nunca antes las casas de subasta habían tenido tanto poder. Bueno, quizá
habría que reescribir la frase: nunca antes el mercado del arte había tenido
tanto poder. "La fuerza es de tal calibre que está haciendo desaparecer,
si alguna vez existió, la clase media del arte", ahonda con tristeza
Marcos Martín Blanco, quien, con más de 400 obras, atesora una de las mejores
colecciones de pintura contemporánea de España. El coleccionista reconoce que
se vende mucho y bien, pero sobre todo las grandes obras, los grandes nombres,
que únicamente son accesibles a bolsillos multimillonarios. La explosión de los
precios es de tal calibre que, en efecto, parece estar dejando al coleccionista
de clase media fuera de juego. "Si un artista de 27 años como el
colombiano Óscar Murillo vendía hace un año sus cuadros por menos de 20.000
dólares y ahora se rematan en 300.000 es que el mercado está
desenfrenado", incide Martín Blanco. Una especulación similar sufren los
trabajos de artistas treintañeros como Wade Guyton, Nate Lowman, Alex Hubbard o
Hurvin Anderson.
Y como una
onda expansiva esto afecta a las galerías. Elba Benítez, una experiente
galerista, cuenta cómo algunos artistas trabajan con listas negras con nombres
de coleccionistas que vendieron sus obras en el segundo mercado a poco de
comprarlas. A esos, no se les vuelve a vender. Hay que protegerse.
Bajo este
paisaje la inversión en pintura o escultura contemporánea parece un buen
negocio. ¿Pero es así siempre? "¿Vale la pena invertir en arte?" Este
el contundente titular con el que tres economistas acaban de zarandear el más
que conservador mundo de las subastas. El trabajo de estos expertos -que
proceden de la universidad de Stanford, la Escuela de Finanzas de Luxemburgo y
la Universidad Erasmus de Rotterdam- plantea una idea desasosegante: los
ingresos procedentes de este tipo de activos se han sobreestimado y los riesgos
se han minusvalorado. Para ello han utilizado una muestra de 20.538 pinturas
que se vendieron repetidamente en subastas entre 1972 y 2010. De su estudio se
deriva que las ganancias medias anuales son del 6,5%, bastante por debajo del
10% que estiman otros índices. En estos días de euforia, una llamada de
atención al alocado planeta del arte contemporáneo.
Extraído de
El País de Madrid
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