Edith Aron: la maga de Julio Cortázar
Por
primera vez, a los 80 años, habla la mujer que inspiró el personaje más famoso
de la más famosa novela, Rayuela, del escritor argentino. Desde su casa en
Londres, cuenta su historia íntima y abre para la Revista cartas que nunca
fueron vistas por ojos extraños
¿Encontraría
a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de
Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que
flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se
inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces
detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.
Ya no
es la rue de Seine ni el Pont des Arts, sino un pequeño departamento en el
elegantísimo barrio londinense de St. John's Wood, a pocos metros de la Abbey
Road que hicieron famosa los Beatles y cerca del magnífico Zoológico de la
ciudad. Pero la Maga sigue siendo la misma. Sí, porque la musa de Cortázar, la
misteriosa protagonista femenina que deambula por Rayuela, el personaje más
famoso de su libro más famoso y con el cual le rompió el corazón a sus lectores
existió y existe. Y es Edith Aron, una encantadora señora de 80 años que vive
en el más completo anonimato, escribiendo en las madrugadas silenciosas, entre
las cartas y recuerdos del hombre que la inmortalizó para la literatura.
"Una
sola vez, cuando en el almacén cercano a mi casa una chica mexicana me dijo que
era una gran admiradora de Cortázar y que la Maga era su ideal, como era tan
simpática pensé en decirle quién era yo. Pero no lo hice. No es un tema del que
me guste hablar, no lo necesito y, además, a los ingleses nunca les interesó.
Pero ahora. bueno, digamos que soy una señora mayor. Quizá no esté para el
próximo aniversario de Cortázar", aclara suspirando.
BUSCADA
Cortázar
dejó grabada la imagen de la Maga a los veintipico de años, con medias negras y
zapatos colorados, fumando Gitanes y con el pelo despeinado. En 1963, en pleno
furor de Rayuela, "todas las muchachas de la Facultad querían ser la Maga
-recuerda Julio Ortega, editor de la edición crítica francesa de Rayuela y
profesor de literatura de la Universidad de Brown-; y todos los hombres querían
buscar su Maga, la fantasía masculina de la mujer enigmática que se relaciona
con las fuerzas más intuitivas con una sabiduría inocente".
Hoy,
los amigos de Aron siguen fascinados por ella y la describen como una extraña
belleza, alta e imponente, de nariz aguileña, ojos brillantes que miran muy
fijo y el pelo corto color azabache.
"Nadie
me da mi edad, ¿sabe?", aclara con evidente coquetería y un dejo de acento
alemán en su castellano bien porteño, y en el cual se le escapa cada tanto un
macanudo.
"¿Qué
me vio Cortázar? No sé, ¡yo era simplemente una chica buena y agradable!",
aclara risueña.
Edith
Aron nació en el Sarre, una región en el límite entre Francia y Alemania,
"que de no haber sido lamentablemente anexada por los alemanes hoy sería
un pequeño país independiente como Luxemburgo", explica.
De
familia judía, poco antes de la Segunda Guerra Mundial emigró con sus padres a
la Argentina, donde ya tenían parientes.
"Fui
al Colegio Pestalozzi, a cuyos profesores les voy a estar por siempre
agradecida. Me permitieron mantener una identidad alemana como la de ellos,
profundamente distanciada de la política e ideología nazi."
En un
barco de vuelta a Europa, en 1950 y con 23 años, conoció a Cortázar.
"Yo
estaba en tercera clase, no pasaba nada demasiado interesante y, de pronto, vi
a un muchacho tocar tangos en el piano. Una chica italiana con la que compartía
la cabina me dijo que me miraba y que como era tan lindo, por qué no iba a
invitarlo a nuestra mesa. Pero estábamos sentadas con gente muy rara, el mozo
era muy viejo y no me animé."
Al
poco tiempo, ya en París, entrando en una librería, Edith vio una cara
conocida.
"Cortázar
me reconoció también, e intercambiamos unas palabras. Nos volvimos a cruzar en
el cine, viendo Juana de Arco. Luego, en los Jardines de Luxemburgo. El estaba
muy influido por los surrealistas, que creían que las coincidencias eran algo
importante, así que me invitó a tomar algo, me leyó un poemita y hablamos de
amigos comunes en Buenos Aires."
"Y
era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su
delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como
yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la
gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para
escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico."
(Rayuela,
de Julio Cortázar, 1963)
Claro
que no todo fueron encuentros casuales. "Cortázar trabajaba en una
exportadora de libros en la esquina de mi casa en París, y venía a verme para
almorzar. Era muy entretenido. Por ejemplo, me decía que le hiciera una
ensalada azul. Yo no tenía idea de qué era eso. Entonces él tomaba cualquier
ensalada y la llenaba de estampillas azules. Hacía todo el tiempo ese tipo de
juegos, en los que yo nunca me sentí a la par. ¡Me acomplejaba porque él sabía
tanto y yo sabía tan poco! No me decidí a irme a vivir con él justamente porque
quería estudiar. Además, sabía que él admiraba mucho a Aurora Bernárdez, que
estaba en Buenos Aires", confiesa con un susurro.
"Con
mucha discreción", aclara, sus recuerdos ya fueron publicados en 1999 en
un libro que escribió en alemán, Las casas falsas, y publicado por una
editorial de Heidelberg.
-¿Usted
estaba enamorada?
-No
lo sabía. Cierta noche Cortázar me dijo que Aurora vendría a pasar fin de año a
París, y me preguntó qué era más importante para mí, Navidad o Año Nuevo. No sé
por qué le dije que Año Nuevo, que Navidad la iba a pasar con mi papá. Cuando
nos volvimos a ver, él había pasado Navidad con Aurora y se había decidido por
ella. Fue sólo al perderlo que me di cuenta de que lo quería.
-Pero
usted ya estaba para siempre asociada a él por Rayuela. ¿Se siente identificada
cuando lee el personaje de la Maga?
-El
me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es
verdad, cosas espontáneas como las de la novela. También hay algunos episodios,
como ese en el que encontramos un paraguas viejo en las calles de París y le
damos una ceremonia de entierro, que ocurrieron más o menos como los cuenta.
Pero la Maga es un personaje literario.
-¿Cortázar
era tan buen mozo como se ve en las fotos?
-Bueno,
de chico tuvo un problema en las glándulas que hacía que pasara el tiempo y se viera
siempre igual, sus enemigos le decían Dorian Grey, como el personaje de Oscar
Wilde, porque su aspecto nunca cambiaba. Tarde en la vida se hizo operar y sólo
entonces, por ejemplo, le creció la barba. Me parece que le costó tanto tenerla
que nunca más se la sacó. Por otra parte, no podía tener hijos. Tuvo otro tipo
de hijos, los libros, pero no de los de carne y hueso, que son los que
humanizan. Y él era demasiado intelectual. Incluso usaba anteojos de joven sin
necesidad, hasta que Aurora lo convenció de que se los sacara.
-¿Sintió
celos por Aurora?
-Nunca
sentí celos por Aurora. Más adelante, ellos insistieron en que, de tanto en
tanto, fuese a comer a su casa. Yo era la chica que había aprendido junto a él.
Después de todo, eso era lo que más le gustaba hacer, por algo en la Argentina
había sido maestro de escuela. Pero la primera vez reconozco que me levanté de
la mesa, me encerré en el baño y lloré. Yo había estado sufriendo sin darme
cuenta. Y sé que él estaba un poco preocupado. Con el éxito que le trajo
Rayuela, sabía que un poco me usó. Y ganó.
"No
necesito decirte quién es Edith, vos lo habrás adivinado hace mucho, ¿verdad?
Entonces, ¿vos te imaginás Rayuela traducida por ella? (...) En Rayuela, te
acordás, la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurriría a
cada línea..."
(Carta
de Julio Cortázar a Paco Porrúa, extracto, 1964)
LA
DECEPCIÓN
Edith
Aron asegura que a pesar de no haber sido la elegida, siempre le guardó un
enorme cariño a Cortázar. Hasta que cierto día le sacaron las traducciones que
ella estaba haciendo de sus libros al alemán y, peor aún, se enteró de este
fragmento de la carta del escritor a su legendario editor, Paco Porrúa.
"Me
hizo muy mal profesionalmente. ¡Yo trabajé en el Instituto Goethe de Londres,
en el Imperial College! Creo que Cortázar me confundió con el personaje. La
realidad es que para entonces mi madre -a quien yo no veía desde hacía diez
años- estaba gravemente enferma en Buenos Aires. Tuve que ir a cuidarla y me
demoré en entregar las traducciones. Eran textos muy buenos, los hice ver por expertos.
Cortázar estuvo muy mal en hacérmelos sacar. Luego se arrepintió, pero yo ya
tenía una rabia infinita."
-¿Nunca
más volvió a verlo?
-El
decía que por el azar nos volveríamos a encontrar. Nos cruzamos en una Feria
del Libro de Francfort. Y luego, un día en el metro londinense me lo encontré
en el mismo vagón. Ya estaba con otra mujer, muy joven, llena de anillos de
plata en los dedos, pero igual se sentó a mi lado y me preguntó de dónde venía.
"De mi trabajo", le dije orgullosa. El me respondió: "¿No crees
que este encuentro tiene algún sentido?" Y pidió que nos viésemos al día
siguiente. Pero me había lastimado mucho, y yo ya no creía en la casualidad.
Así que al llegar a la estación Picadilly le dije: "Me voy", y me
bajé. Nunca imaginé que las próximas noticias que tendría de él serían las de
su muerte, en 1984.
-¿Por
qué no creía más en la casualidad?
-Una
vez un rabino me dijo que ser judío es como una vacuna: funciona como defensa
ante un momento crítico. Yo siempre fui muy liberal, nada religiosa, pero me
parece que eso es verdad. Fíjese: yo acababa de leer a George Steiner respecto
de una teoría del judaísmo que no acepta la coincidencia, y eso me sirvió para
justificar no volver a verlo. Además, aparte de Cortázar yo tuve una vida muy
linda. Soy la viuda de un artista inglés que trabajó un tiempito como corrector
en el Buenos Aires Herald. Y tengo una hija, Joanna, que es cantante. Llegó a
tener pasaporte argentino, que guardo con cariño. Como ella tenía dieciocho
meses, le tomaron la foto y le hicieron estampar su dedito, aclarando, debajo:
No firma aún. Es el último recuerdo que tengo del país, al que me encantaría
volver, pero ya no puedo viajar mucho.
-Una
última pregunta que me desvela. El personaje de la Maga andaba despeinado,
cocinaba mal y fumaba Gitanes. ¿Y usted?
-No
sé, creo que en una carta le escribí a Cortázar que estaba despeinada. Nunca
fui una gran cocinera. Crecí en la Argentina, así que me sigo basando en el
bife con ensalada. Y los Gitanes, bien fuertes, sí, me encantaban. Pero ahora,
¡sólo me dejan fumar Philip Morris Ultra Light!
Extraído
de: http://www.lanacion.com.ar
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