Los días en que empezaba todo
Hundida durante tantos
años en un pantano de censuras, listas negras, hogueras y prohibiciones, la
imagen de Cortázar reconocido y abrazado por una muchedumbre en diciembre de
1983, resume de algún modo el triunfo de la libertad y de la memoria sobre la
torpeza de una dictadura ignorante.
Ocurrió el 4 de
diciembre de 1983. Oscurecía cuando Julio Cortázar salió de un cine sobre la
avenida Corrientes, donde había ido a ver No habrá más penas ni olvido, basada
en la novela de su amigo Osvaldo Soriano. Llevaba menos de una semana en Buenos
Aires, casi de incógnito, después de una década de ausencia forzosa. Al salir
del cine, la avenida estaba bloqueada por una manifestación a favor de los
derechos humanos. Entonces sucedió lo que sigue, según el testimonio del
periodista Carlos Gabetta en el libro Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires
por Cortázar de Diego Tomasi, que acaba de editar Seix Barral: “Había cantos,
gritos, tambores, y en medio de esos sonidos se filtraba una especie de
relámpago. Era el flash de la cámara de un fotógrafo que había reconocido la
figura del barbudo escritor de casi dos metros. Entonces los flashes se
multiplicaron, y la marcha se detuvo. Dice Gabetta: ‘Muchos empezaron a
acercarse para saludarlo a Julio. Gritaban ¡Está Cortázar!, y se le tiraban
encima. Empezaron a abrazarlo, a besarlo. ¡Julio, volviste!, le decían.
Cantaban ¡Bienvenido, carajo! Entraban a las librerías a buscar libros de él, y
se los traían para que él los firmara. Hasta hubo una persona que le trajo uno
de Carlos Fuentes, porque no quedaban más de él. Yo lloraba, apoyado contra la
pared del cine’”.
Si me piden una escena
que transmita el clima de efervescencia que se vivía hace exactamente tres
décadas a partir de la recuperación de la democracia, me quedo con ésta. Hay
muchísimas otras, por supuesto. Pero en el plano de la cultura, hundida durante
tantos años en un pantano de censuras, listas negras, hogueras y prohibiciones,
la imagen de Cortázar reconocido y abrazado por una muchedumbre, resume de
algún modo el triunfo de la libertad y de la memoria sobre la torpeza de una
dictadura ignorante (cómo olvidar aquella anécdota que cuenta que un
funcionario de la Aduana confiscó un ejemplar titulado Manual de cubismo, por
considerarlo una guía doctrinaria de la Cuba de Fidel Castro. La historia,
aunque no sea cierta, se antoja absolutamente verosímil).
Hubo muchos días así,
en los que empezaba a recuperarse todo. Días valientes que ya asomaban desde
las páginas de la revista Humor o en los escenarios de Teatro Abierto; y
después, días para empalagarse haciendo colas interminables para ver, escuchar
o leer a muchos de los que los militares habían callado o habían expulsado;
días más tristes, como aquel en que la intolerancia de algunos retrógrados fue
a tirar piedras en la puerta del Teatro San Martín donde Darío Fo (que años más
tarde recibiría el Premio Nobel de Literatura) representaba Misterio Bufo. Días
en los que se cruzaban debates sobre los que se quedaron y los que se habían
ido. Días para reacomodar los sentidos a ese relámpago de voces e ideas sin
mordazas, después de tanto oscurantismo.
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