viernes, 6 de diciembre de 2013

INTERTEXTUALIDADES
Fernando Vallejo y Hannah Arendt:
apátridas judíos, apátridas colombianos (I)



Matías Rótulo



Uno de los productos del régimen Nazi fue la generación de un “sujeto apátrida” según Hannah Arendt que en una entrevista[1] para televisión dijo que, si bien era alemana, cuando descubrió de adolescente que era judía dejó de sentirse alemana, entre otras cosas porque descubrió que tenía rasgos judíos y porque además, “¿Qué pertenencia podía tener yo a un lugar que nos expulsaba?”

Explica Berstein[2] sobre lo que opina Arendt:

 “ella aborda el tema de la superfluidad en La caída del Estado Nación y el fin de los Derechos del Hombre. Nos dice que la condición de apátrida es el más reciente fenómeno de masas en la historia contemporánea, y la existencia de una nueva y creciente población compuesta de personas apátridas, el grupo más sintomático de la política contemporánea”.

Muchas décadas después, un autor colombiano, Fernando Vallejo hace aparecer a Colombia como el mal instalado en un mismo territorio a partir de su estructura política y social en un marco histórico complejo. Este contexto expulsó al personaje (alter-ego de Vallejo escritor) que recorre todos sus libros y que en ellos condena a morir a su personaje, condenando también a todos los colombianos, tal como expresa en La Rambla Paralela[3]. Esta problemática, -la de la muerte de una sociedad, una nación, etc.-  está presente desde los inicio de la obra literaria de Vallejo (autor) a la vez que comienza la vida de Fernando Vallejo (personaje), por ejemplo en Los días azules de 1985[4], hasta llegar a la extinción del personaje en La Rambla Paralela. Fernando Vallejo (personaje) es justamente un muerto que vive y viaja a una feria de literatura en España a representar a Colombia. La paradoja es que un muerto representa a Colombia, un escritor muerto, un viejo que ni siquiera sabe que está muerto.
Cito un diálogo de La Rambla Paralela:

“(…) No hay conversación de colombianos que no desemboque ahí, en el corazón de ese país que arde. —A Colombia lo que le falta es una ley que prohíba la proliferación de leyes —diagnosticó el viejo—. Y otra que prohíba la proliferación de gente. Y una vieja verraca como el verraco'e[5] Guaca que las haga cumplir. ¿Sabe usted quién es o fue el verraco'e Guaca? ¡Qué va a saber! Ya no queda ni uno en este mundo que lo sepa. Los que sabían se murieron y la expresión desapareció”. (LRP, 19).

Este es el efecto de Colombia: la verbalización de los colombianos, aunque se evidencia una primera muerte: la de la lengua, con la pérdida de un término no por desuso, sino por la muerte de los hablantes. La muerte no es solamente la de la lengua que va perdiendo su tradición frente a la penetración cultural, la muerte del hablante, el desuso, o los cambios lingüísticos[6].
Estamos frente a la muerte deseada también del Estado, según el narrador que argumenta que la proliferación de leyes, lo reproductivo de las leyes está asociado a un Estado que es “una puta”. ¿Cómo negar la proliferación de leyes en una nación, siendo que las leyes son parte de la necesaria organización Política de un Estado, sea cual sea su sistema de gobierno? En el intento que propone como solución para mejorar la situación de “ese país que arde” es despoblarlo de su orden y el motivo de su orden: la ley y la población. La la “proliferación de leyes” tal vez refiere a las leyes como poco efectivas (desde un punto de vista pragmático) o como negativas para la sociedad (desde un punto de vista político y teniendo en cuenta el largo historial de corrupción que bañó de sangre a Colombia). Además la “reproducción” en el entendido de la especie humana y en relación de la pobreza, o todo tipo de reproducción es condenada por el personaje, por lo que la condena recae también en la reproducción legal antes referida.
Pero no solo el orden jurídico es cuestionado ya que al mismo nivel de organización negada se ubica a la Iglesia:

“La Iglesia, güevón, no es una colectividad religiosa sino un ´ente´ económico-político, con bancos, barcos, aviones y todo tipo de intereses terrenales. Lo único que le falta hoy al Vaticano es montar una cadena de burdeles con Monaguillos” (LRP 44).


¿Pero esto es Colombia? Es momento de citar el epígrafe que Hannah Arendt elije para su libro Eichmann en Jerusalén: “¡Oh, Alemania! Quien solo oiga los discursos que de ti nos llegan, se reirá. Pero quien vea lo que haces, echará mano al cuchillo”. La cita pertenece a Bertolt Brecht.
Sabemos lo que piensa el personaje creado por Vallejo, pero ¿Por qué lo piensa? Arendt plantea que el pensamiento mismo surge de la actualidad de los incidentes, y los incidentes de la experiencia vivida (cit. Berstein). La Rambla Paralela posiciona a un personaje en dos situaciones de enfrentamiento a su realidad: en primer lugar en enfrentamiento a su pasado, en la búsqueda misma de su pasado, su casa de la infancia. Se podría hacer así un rastreo  desde el mismo inicio de la obra que pone en cuestión una nueva dicotomía: lo bueno del pasado contra lo maligno del presente, aquello que el personaje rescató cuando apareció en el primer libro de Vallejo, a este último donde está muerto (aunque vivo). Ahí entra Colombia como el lugar donde todo se destruye  o se construye para destruir, un país que determina su segundo enfrentamiento, el literal, desde la muerte a la “vida”:

“—¿Estoy llamando al setenta y cinco ciento veintitrés?
—Sí pero no.
—¡Cómo! No le entiendo. ¿Ésa no es la finca Santa Anita?
—Aquí era pero ya no es: la tumbaron.
—¡Cómo la van a haber tumbado!
—¿Y por qué no? Todo lo tumban, todo pasa, todo se acaba. Y no sólo tumbaron la casa, sabe? ¡Hasta la barranca donde se alzaba! La volaron con dinamita y únicamente dejaron el hueco. Un hueco vacío lleno de aire.
—Señor, por favor, no se burle que le estoy hablando de larga distancia.
—Ya sé, me di cuenta por el tónico. Lo oigo como desde muy lejos.
— ¿Pero sí estoy hablando a la finca Santa Anita, la que está entre Envigado y Sabanera, saliendo de Medellín, Colombia?
—A la misma. Al aire que quedó.
—Y que es de Raquel Pizano.
—Era: de misiá Raquelita. ¡Cuánto hace que se murió!
—¡Cómo se va a haber muerto, si es mi abuela!
—Ah, ¿y porque es su abuela usté cree que no se va a morir? Todos nos tenemos que morir, hombre, no sea bobito. Es más: ahí donde está usté, en esa cama, también ya está muerto. Vaya mírese en el espejo y verá. ¡Levántese!” (LRP, 4).
   
El perso
naje está muerto (literal y simbólicamente muerto), no existe más allá de sí mismo, aunque cabe preguntarnos, no desde un cuestionamiento a la verosimilitud sino desde un análisis crítico: ¿quién está más muerto? ¿La voz del otro lado del teléfono en Colombia, país representado por un muerto (El Viejo, Fernando Vallejo, el persona) en la feria literaria o “El Viejo” que en realidad está muerto? Para el viejo, lo no existente podría ser lo muerto que revive en la nostalgia del pasado que se presenta como una idealización de un presente que no existe. De hecho, la representación de Colombia es la de un “hueco”, un vacío se hace a la vez que se considera el hueco de la mujer, su vagina, como algo procreador, reproductor y fundamentalmente asqueroso. Ambos son –expresa el personaje- huecos como reproductores del mal: Colombia y la vagina de la mujer como metáforas ya no de un alumbramiento sino de la oscuridad, una tumba construida en los cimientos de una nación en la cual proliferan otras tumbas, tumbas en las cuales parecen los hombres programados para ocupar, al igual que están programados para procrear nuevos ocupantes[7]:

El hombre no es más que una máquina programada para eyacular, y lo demás son cuentos. Que eyacularan, pues, si querían, y si querían en el interior de una vagina; pero eso sí, que la dueña de la vagina se lavara, no fuera a ser tan de malas que la preñaran y nueve meses después le saliera, por el mismo hueco ciego por donde entró la babaza blanca, el hijo negro del Chamuco, de Nuestro Señor Satanás que en los infiernos reina, con cola y cuernos y una gran vara” (LRP, 41).

Colombia es simbolizada por la mujer pecadora, el hombre es el reproductor al cual se le perdona la culpa al ser solamente “una máquina programada para eyacular” por una manifestación divina (que más abajo veremos que se intenta anular): la reproducción del macho sin más, sumido en su sí, esperando la muerte, aceptándola y cavando su propia tumba.

Colombia es el país presentado por oposición a otros países o ciudades en La Rambla Paralela, porque de hecho, lo paralelo siempre está presente en la narración:

“Por fortuna en Barcelona no había niños. Ni perros abandonados, ni putas embarazadas. Putas sí, y muchas, pero no embarazadas. Una ciudad civilizada, en fin, donde él podía vivir” (LRP, 24).

Vale la pena citar este extenso pasaje que define la raíz de este pensamiento:

“—El hombre no es más que una máquina programada para eyacular, y lo demás son cuentos. Que eyacularan, pues, si querían, y si querían en el interior de una vagina; pero eso sí, que la dueña de la vagina se lavara, no fuera a ser tan de malas que la preñaran y nueve meses después le saliera, por el mismo hueco ciego por donde entró la babaza blanca, el hijo negro del Chamuco, de Nuestro Señor Satanás que en los infiernos reina, con cola y cuernos y una gran vara. (…) Los terneros correteaban por los pasillos como endemoniados, y a sus ´putas´ madres o ´putas ´vacas les leía en sus ´putas´ testas las intenciones de parir más. Lo que se necesitaba no era un Herodes. Eran Atila y Gengis Khan. Que volvieran y arrasaran ´hasta con el nido de la perra´ como decía la abuela”. (LRP, 41)

El personaje condena a los futuros nacidos a un mundo dividido entre el bien y el mal donde ser hijo de prostituta es una condena, al igual que ser hijo de Co
lombia, o hijo del mundo. Se pone en juego la idea de “herencia”. Lo mismo es aquello que los Nazi buscaban de los judíos: sus genes para condenarlo. El narrador anuncia categóricamente la perdición, ya no de un “enemigo” sino de un contexto. Nacer en Colombia no sería ningún beneficio: de la misma forma en sus anteriores obras, se manifiesta el recuerdo latente de los personajes por una infancia, por ejemplo en La Virgen de los sicarios.
Nacer –en el concepto vallejiano-, es salir de un huevo y meterse en otro hueco. Los huecos (la vagina, lo que queda de su casa, lo que queda de los incendios, las tumbas), supongo, podrían ser símbolos de aquello que queda del pasado, pero lo mismo que persiste en un análisis del presente donde todo es inflamable:

“Qué más da, ¡se me olvidó! Todo pasa, todo se olvida: teatros, barrios, hoteles, ciudades, perros, gatos, gente... Del incendio del teatro no quedaron sino ruinas y cenizas; y cuando descombraron las ruinas y el viento se llevó las cenizas quedó el hueco”. (LRP, 5)

El hueco es visto como lo negativo del producto de lo malo, lo que produce la maldad nunca identificada. El personaje habla de Colombia pero nunca explica qué es Colombia, como si bastara con mencionarla para crearnos un universo de sentido autónomo. Lo mismo intuimos de los hombres cuando nos nombran a algunos personajes: Hitler, o los campos de concentración y los huecos abiertos en ellos.  
El personaje idealiza al conflictivo (tanto o más que Colombia) México y también a Barcelona, lo cual si bien rompe con la verosimilitud, le imprime un alto grado de crítica a Colombia, frente a lo que el lector conoce de la realidad mexicana.

El personaje es apátrida en tanto exiliado. Pero además de estar apartado de su lugar, de su casa,  de su mundo, aplica una constante destrucción simbólica de esa patria. La destrucción simbólica de la patria, el desconocimiento de esta y la no pertenencia identifican a los personajes vallejianos en su conjunto bibliográfico. Son colombianos que por lo general no respetan las leyes, critican a su propio país y hasta se burlan de él. “Se llama Medalla” dice Alexis en la película La Virgen de los Sicarios[8] y Fernando contesta después de sorprenderse por cómo las cosas han cambiado: “Medellín, ya era un nombre antiguo” y luego dice Fernando “es un hueco horrible”.
Explica Berstein sobre Arendt que:

 “ella aborda el tema de la superfluidad en La caída del Estado Nación y el fin de los Derechos del Hombre. Nos dice que la condición de apátrida es el más reciente fenómeno de masas en la historia contemporánea, y la existencia de una nueva y creciente población compuesta de personas apátridas, el grupo más sintomático de la política contemporánea”.

La pérdida de patria en La Rambla Paralela genera un personaje que además de perder su patria, es rechazado por apátrida, o por pertenencia a su patria, reviviéndose entonces la intención clasificatoria del régimen Nazi, aunque más no sea por el pasaporte que identifica a ese lugar fácilmente reconocido: Colombia, América del Sur, o cualquier otro lugar considerados “peligrosos”. Lo que ha logrado Colombia en el personaje, y también los países que visita se acerca a la dominación total del hombre que indica Arendt que consiste en el  proyecto de “asesinar a la persona jurídica en el hombre” (cit. Berstein) y que “empezó mucho antes de que los nazis establecieran los campos de la muerte”. Arendt –explica Berstein- se está refiriendo a las restricciones legales que privaron a los judíos (y a otros grupos como los homosexuales y los gitanos) de sus derechos jurídicos:

“El objetivo de un sistema arbitrario es destrozar los derechos civiles de toda la población, que en última instancia se sitúa tan fuera de la ley en su propio país como los apátridas o quienes carecen de casa. La destrucción de los derechos del hombre, el asesinato de la persona jurídica en él, es un prerrequisito para dominarlo completamente”.

Ejemplificando con La Rambla Paralela, leemos al respecto:

 “En el Paseo de Gracia está el consulado francés: allá fue el viejo a pedir visa para poder regresar a México por Francia, no le volvieran a hacer los de Inmigración la de la venida, impedirle pasar de una sala a otra en el aeropuerto.
— ¿Cuánto piensa quedarse en Francia? —le preguntó el vicecónsul que lo atendió.
—Lo que tarde en cambiar de avión —le contestó el viejo—. Pero le solicito visa por dos días por si Air France se retrasa y no llego a París a tiempo de hacer la conexión.
—Air France no se retrasa —replicó el comemierda con arrogancia y le estampó el sello: por un día.
— ¿Y si pierdo el avión a México qué hago? ¿Me esfumo en el aire, o qué?
—Es cosa suya. ¡El siguiente!” (LRP, 54)


El colombiano es expulsado de su país, pero también del mundo, o poco tolerado al cargar la herencia de lo que es su país:

“En París, en el Charles de Gaulle, por confusiones ya no de los verbos sino de las que arman los funcionarios de inmigración, al viejo iluso y tonto acabado de desembarcar de México no lo dejaron pasar de una sala a otra del aeropuerto a tomar el avión a Barcelona.
— ¿Por qué? —preguntó. —Por colombiano —le contestaron—. O sea por ladrón, atracador, secuestrador, narcotraficante y asesino”. (LRP, 5)

Es decir: por tener una patria o por haberla perdido al nacer en ella. Esa es la herencia del siglo XX.
 NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA




[1] Entrevista de Günter Gaus, a Hannah Arendt en 1964, disponible en http://www.youtube.com/watch?v=DEvmtzg8JE0. Internet. Visto el 10 de setiembre de 2013.
[2]Bernstein, Richard “¿Son todavía relevantes las reflexiones de Arendt sobre el mal?”. Visto en http://textos.pucp.edu.pe/pdf/1650.pdf el 25 de octubre de 2013. Internet.
[3] Vallejo, Fernando. La Rambla Paralela. Alfaguara: Buenos Aires, 2002. Impreso.
[4] Vallejo, Fernando. Los días azules. Santillana: México DF, 1985. Impreso.
[5]Cerdo macho (según la RAE), o caracterizado como cerdo “semental” en Colombia pero más que nada “grande” o “excelente”.
[6] Vale recordar que el autor es un destacado lingüista y en sus obras se refleja la preocupación por el uso de la lengua.
[7] Cito a Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén (Pp. 13) “El contraste entre el heroísmo de Israel y la abyecta obediencia con que los judíos iban a la muerte —llegaban puntualmente a los puntos de embarque, por su propio pie, iban a los lugares en que debían ser ejecutados, cavaban sus propias tumbas, se desnudaban y dejaban ordenadamente apiladas sus ropas, y se tendían en el suelo uno al lado del otro para ser fusilados”.
[8] Schroeder, Babert. La virgen de los Sicarios. RBC, y otros, Bogotá París, 200. Filme. 

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