INTERTEXTUALIDADES
Fernando
Vallejo y Hannah Arendt:
apátridas
judíos, apátridas colombianos (I)
Matías
Rótulo
Uno
de los productos del régimen Nazi fue la generación de un “sujeto apátrida” según
Hannah Arendt que en una entrevista[1] para
televisión dijo que, si bien era alemana, cuando descubrió de adolescente que
era judía dejó de sentirse alemana, entre otras cosas porque descubrió que
tenía rasgos judíos y porque además, “¿Qué pertenencia podía tener yo a un
lugar que nos expulsaba?”
Explica Berstein[2]
sobre lo que opina Arendt:
“ella aborda el tema de la superfluidad en La caída del Estado Nación y el fin de los
Derechos del Hombre. Nos dice que la condición de apátrida es el más
reciente fenómeno de masas en la historia contemporánea, y la existencia de una
nueva y creciente población compuesta de personas apátridas, el grupo más
sintomático de la política contemporánea”.
Muchas décadas después, un autor colombiano, Fernando
Vallejo hace aparecer a Colombia como el mal instalado en un mismo territorio a
partir de su estructura política y social en un marco histórico complejo. Este
contexto expulsó al personaje (alter-ego de Vallejo escritor) que recorre todos
sus libros y que en ellos condena a morir a su personaje, condenando también a
todos los colombianos, tal como expresa en La
Rambla Paralela[3].
Esta problemática, -la de la muerte de una sociedad, una nación, etc.- está presente desde los inicio de la obra
literaria de Vallejo (autor) a la vez que comienza la vida de Fernando Vallejo
(personaje), por ejemplo en Los días
azules de 1985[4],
hasta llegar a la extinción del personaje en La Rambla Paralela. Fernando Vallejo (personaje) es justamente un
muerto que vive y viaja a una feria de literatura en España a representar a
Colombia. La paradoja es que un muerto representa a Colombia, un escritor
muerto, un viejo que ni siquiera sabe que está muerto.
Cito un diálogo de La Rambla Paralela:
“(…) No hay conversación de colombianos que no
desemboque ahí, en el corazón de ese país que arde. —A Colombia lo que le falta
es una ley que prohíba la proliferación de leyes —diagnosticó el viejo—. Y otra
que prohíba la proliferación de gente. Y una vieja verraca como el verraco'e[5]
Guaca que las haga cumplir. ¿Sabe usted quién es o fue el verraco'e Guaca? ¡Qué
va a saber! Ya no queda ni uno en este mundo que lo sepa. Los que sabían se
murieron y la expresión desapareció”. (LRP, 19).
Este es el efecto de
Colombia: la verbalización de los colombianos, aunque se evidencia una primera
muerte: la de la lengua, con la pérdida de un término no por desuso, sino por
la muerte de los hablantes. La muerte no es solamente la de la lengua que va perdiendo
su tradición frente a la penetración cultural, la muerte del hablante, el
desuso, o los cambios lingüísticos[6].
Estamos frente a la muerte deseada también del Estado, según el narrador que
argumenta que la proliferación de leyes, lo reproductivo de las leyes está
asociado a un Estado que es “una puta”. ¿Cómo negar la proliferación de leyes
en una nación, siendo que las leyes son parte de la necesaria organización
Política de un Estado, sea cual sea su sistema de gobierno? En el intento que
propone como solución para mejorar la situación de “ese país que arde” es
despoblarlo de su orden y el motivo de su orden: la ley y la población. La la “proliferación de leyes” tal vez
refiere a las leyes como poco efectivas (desde un punto de vista pragmático) o
como negativas para la sociedad (desde un punto de vista político y teniendo en
cuenta el largo historial de corrupción que bañó de sangre a Colombia). Además la
“reproducción” en el entendido de la especie humana y en relación de la
pobreza, o todo tipo de reproducción es condenada por el personaje, por lo que
la condena recae también en la reproducción legal antes referida.
Pero no solo el
orden jurídico es cuestionado ya que al mismo nivel de organización negada se
ubica a la Iglesia:
“La Iglesia,
güevón, no es una colectividad religiosa sino un ´ente´ económico-político, con
bancos, barcos, aviones y todo tipo de intereses terrenales. Lo único que le
falta hoy al Vaticano es montar una cadena de burdeles con Monaguillos” (LRP
44).
¿Pero esto es
Colombia? Es momento de citar el epígrafe que Hannah Arendt elije para su libro
Eichmann en Jerusalén: “¡Oh,
Alemania! Quien solo oiga los discursos que de ti nos llegan, se reirá. Pero
quien vea lo que haces, echará mano al cuchillo”. La cita pertenece a Bertolt
Brecht.
Sabemos lo que piensa el
personaje creado por Vallejo, pero ¿Por qué lo piensa? Arendt
plantea que el pensamiento mismo surge de la actualidad de los incidentes, y
los incidentes de la experiencia vivida (cit. Berstein). La Rambla Paralela posiciona a un personaje en dos situaciones de
enfrentamiento a su realidad: en primer lugar en enfrentamiento a su pasado, en
la búsqueda misma de su pasado, su casa de la infancia. Se podría hacer así un
rastreo desde el mismo inicio de la obra
que pone en cuestión una nueva dicotomía: lo bueno del pasado contra lo maligno
del presente, aquello que el personaje rescató cuando apareció en el primer
libro de Vallejo, a este último donde está muerto (aunque vivo). Ahí entra
Colombia como el lugar donde todo se destruye
o se construye para destruir, un país que determina su segundo
enfrentamiento, el literal, desde la muerte a la “vida”:
“—¿Estoy llamando al setenta y cinco ciento veintitrés?
—Sí pero no.
—¡Cómo! No le entiendo. ¿Ésa no es la finca Santa Anita?
—Aquí era pero ya no es: la tumbaron.
—¡Cómo la van a haber tumbado!
—¿Y por qué no? Todo lo tumban, todo pasa, todo se acaba. Y no sólo
tumbaron la casa, sabe? ¡Hasta la barranca donde se alzaba! La volaron con dinamita
y únicamente dejaron el hueco. Un hueco vacío lleno de aire.
—Señor, por favor, no se burle que le estoy hablando de larga distancia.
—Ya sé, me di cuenta por el tónico. Lo oigo como desde muy lejos.
— ¿Pero sí estoy hablando a la finca Santa Anita, la que está entre
Envigado y Sabanera, saliendo de Medellín, Colombia?
—A la misma. Al aire que quedó.
—Y que es de Raquel Pizano.
—Era: de misiá Raquelita. ¡Cuánto hace que se murió!
—¡Cómo se va a haber muerto, si es mi abuela!
—Ah, ¿y porque es su abuela usté cree que no se va a morir? Todos nos tenemos
que morir, hombre, no sea bobito. Es más: ahí donde está usté, en esa cama,
también ya está muerto. Vaya mírese en el espejo y verá. ¡Levántese!” (LRP, 4).
El perso
naje está muerto (literal y
simbólicamente muerto), no existe más allá de sí mismo, aunque cabe
preguntarnos, no desde un cuestionamiento a la verosimilitud sino desde un
análisis crítico: ¿quién está más muerto? ¿La voz del otro lado del teléfono en
Colombia, país representado por un muerto (El Viejo, Fernando Vallejo, el
persona) en la feria literaria o “El Viejo” que en realidad está muerto? Para
el viejo, lo no existente podría ser lo muerto que revive en la nostalgia del
pasado que se presenta como una idealización de un presente que no existe. De
hecho, la representación de Colombia es la de un “hueco”, un vacío se hace a la
vez que se considera el hueco de la mujer, su vagina, como algo procreador,
reproductor y fundamentalmente asqueroso. Ambos son –expresa el personaje-
huecos como reproductores del mal: Colombia y la vagina de la mujer como
metáforas ya no de un alumbramiento sino de la oscuridad, una tumba construida
en los cimientos de una nación en la cual proliferan otras tumbas, tumbas en
las cuales parecen los hombres programados para ocupar, al igual que están
programados para procrear nuevos ocupantes[7]:
“El hombre no es más que una
máquina programada para eyacular, y lo demás son cuentos. Que eyacularan, pues,
si querían, y si querían en el interior de una vagina; pero eso sí, que la
dueña de la vagina se lavara, no fuera a ser tan de malas que la preñaran y
nueve meses después le saliera, por el mismo hueco ciego por donde entró la
babaza blanca, el hijo negro del Chamuco, de Nuestro Señor Satanás que en los
infiernos reina, con cola y cuernos y una gran vara” (LRP, 41).
Colombia es simbolizada por la mujer pecadora, el hombre es el
reproductor al cual se le perdona la culpa al ser solamente “una máquina
programada para eyacular” por una manifestación divina (que más abajo veremos
que se intenta anular): la reproducción del macho sin más, sumido en su sí,
esperando la muerte, aceptándola y cavando su propia tumba.
Colombia es el país presentado por oposición a otros países o ciudades
en La Rambla Paralela, porque de
hecho, lo paralelo siempre está presente en la narración:
“Por fortuna en Barcelona
no había niños. Ni perros abandonados, ni putas embarazadas. Putas sí, y
muchas, pero no embarazadas. Una ciudad civilizada, en fin, donde él podía
vivir” (LRP, 24).
Vale la pena citar este
extenso pasaje que define la raíz de este pensamiento:
“—El hombre no es más que una máquina programada para eyacular, y lo
demás son cuentos. Que eyacularan, pues, si querían, y si querían en el
interior de una vagina; pero eso sí, que la dueña de la vagina se lavara, no
fuera a ser tan de malas que la preñaran y nueve meses después le saliera, por
el mismo hueco ciego por donde entró la babaza blanca, el hijo negro del
Chamuco, de Nuestro Señor Satanás que en los infiernos reina, con cola y
cuernos y una gran vara. (…) Los terneros correteaban por los pasillos como
endemoniados, y a sus ´putas´ madres o ´putas ´vacas les leía en sus ´putas´
testas las intenciones de parir más. Lo que se necesitaba no era un Herodes.
Eran Atila y Gengis Khan. Que volvieran y arrasaran ´hasta con el nido de la
perra´ como decía la abuela”. (LRP, 41)
El personaje condena a los
futuros nacidos a un mundo dividido entre el bien y el mal donde ser hijo de
prostituta es una condena, al igual que ser hijo de Co
lombia, o hijo del mundo.
Se pone en juego la idea de “herencia”. Lo mismo es aquello que los Nazi buscaban
de los judíos: sus genes para condenarlo. El narrador anuncia categóricamente la
perdición, ya no de un “enemigo” sino de un contexto. Nacer en Colombia no
sería ningún beneficio: de la misma forma en sus
anteriores obras, se manifiesta el recuerdo latente de los personajes por una
infancia, por ejemplo en La Virgen de los
sicarios.
Nacer
–en el concepto vallejiano-, es salir de un huevo y meterse en otro hueco. Los huecos (la vagina, lo
que queda de su casa, lo que queda de los incendios, las tumbas), supongo,
podrían ser símbolos de aquello que queda del pasado, pero lo mismo que
persiste en un análisis del presente donde todo es inflamable:
“Qué más da, ¡se me olvidó!
Todo pasa, todo se olvida: teatros, barrios, hoteles, ciudades, perros, gatos,
gente... Del incendio del teatro no quedaron sino ruinas y cenizas; y cuando
descombraron las ruinas y el viento se llevó las cenizas quedó el hueco”. (LRP,
5)
El
hueco es visto como lo negativo del producto de lo malo, lo que produce la
maldad nunca identificada. El personaje habla de Colombia pero nunca explica
qué es Colombia, como si bastara con mencionarla para crearnos un universo de
sentido autónomo. Lo mismo intuimos de los hombres cuando nos nombran a algunos
personajes: Hitler, o los campos de concentración y los huecos abiertos en
ellos.
El
personaje idealiza al conflictivo (tanto o más que Colombia) México y también a
Barcelona, lo cual si bien rompe con la verosimilitud, le imprime un alto grado
de crítica a Colombia, frente a lo que el lector conoce de la realidad mexicana.
El personaje es apátrida en tanto exiliado. Pero además de estar
apartado de su lugar, de su casa, de su
mundo, aplica una constante destrucción simbólica de esa patria. La
destrucción simbólica de la patria, el desconocimiento de esta y la no
pertenencia identifican a los personajes vallejianos en su conjunto
bibliográfico. Son colombianos que por lo general no respetan las leyes,
critican a su propio país y hasta se burlan de él. “Se llama Medalla” dice
Alexis en la película La Virgen de los
Sicarios[8]
y Fernando contesta después de sorprenderse por cómo las cosas han cambiado:
“Medellín, ya era un nombre antiguo” y luego dice Fernando “es un hueco
horrible”.
Explica Berstein sobre Arendt que:
“ella aborda el tema de la superfluidad en La caída del Estado Nación y el fin de los
Derechos del Hombre. Nos dice que la condición de apátrida es el más
reciente fenómeno de masas en la historia contemporánea, y la existencia de una
nueva y creciente población compuesta de personas apátridas, el grupo más sintomático
de la política contemporánea”.
La pérdida de patria en La Rambla Paralela genera un personaje
que además de perder su patria, es rechazado por apátrida, o por pertenencia a
su patria, reviviéndose entonces la intención clasificatoria del régimen Nazi,
aunque más no sea por el pasaporte que identifica a ese lugar fácilmente reconocido:
Colombia, América del Sur, o cualquier otro lugar considerados “peligrosos”. Lo
que ha logrado Colombia en el personaje, y también los países que visita se
acerca a la dominación total del hombre que indica Arendt que consiste en
el proyecto de “asesinar a la persona
jurídica en el hombre” (cit. Berstein) y que “empezó mucho antes de que los
nazis establecieran los campos de la muerte”. Arendt –explica Berstein- se está
refiriendo a las restricciones legales que privaron a los judíos (y a otros grupos
como los homosexuales y los gitanos) de sus derechos jurídicos:
“El objetivo de un sistema arbitrario es
destrozar los derechos civiles de toda la población, que en última instancia se
sitúa tan fuera de la ley en su propio país como los apátridas o quienes
carecen de casa. La destrucción de los derechos del hombre, el asesinato de la
persona jurídica en él, es un prerrequisito para dominarlo completamente”.
Ejemplificando con La Rambla Paralela, leemos al respecto:
“En el Paseo de Gracia está el consulado francés:
allá fue el viejo a pedir visa para poder regresar a México por Francia, no le
volvieran a hacer los de Inmigración la de la venida, impedirle pasar de una
sala a otra en el aeropuerto.
— ¿Cuánto piensa
quedarse en Francia? —le preguntó el vicecónsul que lo atendió.
—Lo que tarde en
cambiar de avión —le contestó el viejo—. Pero le solicito visa por dos días por
si Air France se retrasa y no llego a París a tiempo de hacer la conexión.
—Air France no
se retrasa —replicó el comemierda con arrogancia y le estampó el sello: por un
día.
— ¿Y si pierdo el avión a México qué hago? ¿Me esfumo en el aire, o qué?
—Es cosa suya.
¡El siguiente!” (LRP, 54)
El
colombiano es expulsado de su país, pero también del mundo, o poco tolerado al
cargar la herencia de lo que es su país:
“En París, en el Charles de Gaulle, por confusiones ya no de los verbos
sino de las que arman los funcionarios de inmigración, al viejo iluso y tonto
acabado de desembarcar de México no lo dejaron pasar de una sala a otra del aeropuerto
a tomar el avión a Barcelona.
— ¿Por qué? —preguntó. —Por colombiano —le contestaron—. O sea por
ladrón, atracador, secuestrador, narcotraficante y asesino”. (LRP, 5)
Es decir: por tener una
patria o por haberla perdido al nacer en ella. Esa es la herencia del siglo XX.
NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA
NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA
[1]
Entrevista de Günter Gaus, a Hannah Arendt en
1964, disponible en http://www.youtube.com/watch?v=DEvmtzg8JE0.
Internet. Visto el 10 de setiembre de 2013.
[2]Bernstein,
Richard “¿Son todavía relevantes las reflexiones de Arendt sobre el mal?”.
Visto en http://textos.pucp.edu.pe/pdf/1650.pdf el 25
de octubre de 2013. Internet.
[3] Vallejo,
Fernando. La Rambla Paralela.
Alfaguara: Buenos Aires, 2002. Impreso.
[4]
Vallejo, Fernando. Los días azules. Santillana:
México DF, 1985. Impreso.
[5]Cerdo
macho (según la RAE), o caracterizado como cerdo “semental” en Colombia pero
más que nada “grande” o “excelente”.
[6] Vale
recordar que el autor es un destacado lingüista y en sus obras se refleja la
preocupación por el uso de la lengua.
[7] Cito
a Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén (Pp. 13) “El contraste entre el heroísmo de Israel y la abyecta obediencia con que
los judíos iban a la muerte —llegaban puntualmente a los puntos de embarque,
por su propio pie, iban a los lugares en que debían ser ejecutados, cavaban sus
propias tumbas, se desnudaban y dejaban ordenadamente apiladas sus ropas, y se
tendían en el suelo uno al lado del otro para ser fusilados”.
[8]
Schroeder, Babert. La virgen de los
Sicarios. RBC, y otros, Bogotá París, 200. Filme.
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