sábado, 1 de febrero de 2014

YVES BONNEFOY: EL ACTO Y EL LUGAR DE LA POESÍA


            Manuel Cabesa

A principios de diciembre de 2013, durante la realización de la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara (México), se le otorgó a Yves Bonnefoy el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Este reconocimiento convalida la importancia de una obra y una presencia ineludible dentro de la poesía occidental de nuestros tiempos y que lamentablemente es poco conocida en nuestra comarca. Una figura que considera que la poesía está “en la vida misma de las palabras, y es en esa profundidad de la palabra donde hay que encontrar la acción de la poesía y, a partir de ahí, su importancia. Comprender que la poesía es el fundamento de la vida en sociedad. Comprender que la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue, poco a poco, en nuestra relación con el mundo”, según sus palabras en el momento de recibir el mencionado galardón. Como un pequeño homenaje, entonces, quisiera compartir la lectura de uno de sus poemarios:
Temprano en la mañana, la primera nevada
El ocre, el verde se refugian debajo de los árboles
(...)
Sólo un poco de viento
escribe una palabra con la punta del pie
fuera del mundo.

Así comienza el último libro de poemas de Yves Bonnefoy, titulado Principio y fin de la nieve, traducido al castellano por Jesús Munárriz y publicado en 1993 por la Editorial Hiperión de poesía.
Bonnefoy es sin duda uno de los poetas mayores de este siglo, uno de los que con mayor vigilancia, mayor rigor se entregan al oficio de la escritura. De 1953 data su primer trabajo poético, Del movimiento y la inmovilidad de Douve, donde la presencia de la muerte se manifiesta en un canto a la amada desaparecida:
Cogeré entre mis manos tu rostro muerto. Lo reclinaré en medio de su frío. Y con mis manos compondré sobre tu cuerpo inmóvil el atavío inútil de los muertos.
A este libro seguirán Desierto ayer reinante (1958), Piedra escrita (1965), En la trampa del umbral(1975) y este muy reciente Principio y fin de la nieve (1991). Todos conocidos parcialmente, clandestinamente en nuestro idioma.
Principio y fin de la nieve es una suma de anotaciones, reflexiones de alguien que, paciente, es testigo del invierno:
Avanzo en la nieve, y he cerrado
los ojos, pero sabe la luz atravesar
los párpados porosos, y percibo
que en mis palabras es aún la nieve
la que se arremolina, se embebe, se desgarra.

La poesía contemporánea ha tenido que aprender a despojarse de ripios, artificios que son guirnaldas del lenguaje; su trabajo es nombrar lo esencial, intentar el verdadero nombre, ir en busca del lugar verdadero donde la palabra asuma la esencia de su realidad.
Por eso, en un ensayo de 1959, Bonnefoy escribe: “El lugar verdadero es un fragmento de duración consumido por lo eterno; en el lugar verdadero, el tiempo se deshace en nosotros. Puedo escribir también, lo sé, que no existe, que no es más que un espejismo, sobre el horizonte temporal, de las horas de nuestra muerte —pero ¿tiene ahora todavía algún sentido la palabra realidad, y puede apartarnos del compromiso contraído con el objeto de la memoria, que es búsqueda perpetua? Pienso que nada es más verdadero y, por lo tanto, más razonable, que la errancia, pues no hay método para regresar al lugar verdadero. Se halla quizás infinitamente cerca. Está, también, infinitamente alejado... Para el que busca, incluso si sabe que ningún camino le guía, el mundo en torno será una morada de signos”.
De donde se concluye que para Yves Bonnefoy la poesía debe estar en permanente vigilia a fin de encontrar a su alrededor los signos que revelen la trascendencia de lo existente: todo es presencia y, a la vez, todo es ausencia. Sólo lo escrito permanece más allá de la existencia efímera de las cosas. Por eso ante la presencia circunstancial de una nevada Bonnefoy le ha brindado la secreta permanencia del poema:




A la memoria de Alfredo Silva Estrada, quien en los tempranos ochenta me abrió las puertas de su casa y de la poesía francesa.


 Nieve
que has cesado de dar, que ya no eres
la que viene sino la que en silencio
espera, la que trajo pero sin que haya nadie
tomado aún, y no obstante, la noche
entera hemos notado, en los cristales
empañados, a ratos incluso chorreantes,
tu resplandor sobre la mesa grande

Nieve, nuestro camino
inmaculado aún, para ir a recoger
bajo las inclinadas y como atentas ramas,
esas teas, lo que es, que han ido desapareciendo
una a una, y ardiendo, y apagarse parecen
como a la vista del deseo cuando accede
a los bien soñados (porque a menudo es
al irse a desnudar todo tal vez se borra
en nosotros de sala en sala, ese reflejo
del cielo, en los espejos), toca, nieve, otra vez esas teas,
que llameen de nuevo en el frío del alba; y que a su ejemplo
de tus copos que ya están asaltándolas
con su fuego más claro, su descuido
y pese a tanta fiebre en la palabra,
pese a tanta nostalgia en el recuerdo,
no busque ya las nuestras a las otras palabras
sino que se avecinen
a ellas, pasen cerca, simplemente,
y si una roza a otra, y si se unen
sólo será tu luz una vez más
y nuestra concisión la que se disemine,
la escritura esfumándose, cumplida su tarea.

(Y un copo se retrasa, los ojos lo persiguen,
uno quisiera contemplarlo siempre,
otro se posa en la ofrecida mano.

Y otro más lento y como extraviado se aleja
y gira, luego vuelve. ¿No es igual a decir
que una palabra, otra, aún por inventar,
redimiría al mundo? ¿Pero acaso sabemos
si oímos tal palabra o la soñamos?)



Fuente: www.letralia.com

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