ANTON RAPHAEL MENGS, MUCHO MAS QUE UN
TEÓRICO DEL ARTE

Este hecho resultó decisivo, pues le
permitió conocer a un hombre con quien le unió una estrecha amistad,
Winckelmann, por entonces uno de los principales promotores de la nueva
corriente artística del neoclasicismo, a la que Mengs se adhirió con fervor y
de la cual se convirtió, a su vez, en uno de los grandes propagadores, con sus
obras teóricas (Reflexiones sobre la belleza) y sobre todo con su
pintura.
En 1761 pintó, en el techo de la
Villa Albani, en Roma, el fresco de El Parnaso, que se convirtió en
una especie de manifiesto del neoclasicismo por su evidente empleo de
soluciones tomadas de los maestros del Renacimiento, en particular de Rafael.
Ese mismo año fue llamado por Carlos III a Madrid, donde permaneció de 1761 a
1771 y de 1774 a 1777, trabajando en la decoración de los palacios reales de la
capital y de Aranjuez.
Sus frescos fríos, de colores
desvaídos y desprovistos de emoción, según el gusto de la época, triunfaron
sobre los de Tiépolo, a quien Mengs consiguió arrinconar. En la actualidad, más
que sus obras históricas y alegóricas se valoran los retratos que realizó para
numerosas cortes europeas. Son célebres, en particular, los de Carlos III y los
de su amigo Winckelmann. Fue el pintor más famoso y mejor considerado de su
tiempo y ejerció en sus coetáneos una influencia notable.
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