JEAN JACQUES ROUSSEAU
Fue uno de los grandes
pensadores del Siglo de las Luces. De él emergen valores que serán claves en el
Romanticismo posterior; cree que la razón es la causa de la corrupción humana,
y que el hombre es bueno por naturaleza pero que actúa mal forzado por la
sociedad. Da primacía al sentimiento natural, no a la razón ilustrada, y ese
será el germen del Romanticismo.
Jean jacques Rousseau nació en Ginebra, Suiza, el 28 de
junio de 1712 y murió en Ermenonville, Francia, el 2 de julio de 1778. Huérfano
de madre desde temprana edad, Jean-Jacques Rousseau fue criado por su tía
materna y por su padre, un modesto relojero. Sin apenas haber recibido
educación, trabajó como aprendiz con un notario y con un grabador, quien lo
sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar Ginebra en 1728.
Fue entonces acogido bajo la protección de la baronesa de
Warens, quien le convenció de que se convirtiese al catolicismo (su familia era
calvinista). Ya como amante de la baronesa, Jean-Jacques Rousseau se instaló en
la residencia de ésta en Chambéry e inició un período intenso de estudio
autodidacto.
En 1742 Rousseau puso fin a una etapa que más tarde evocó
como la única feliz de su vida y partió hacia París, donde presentó a la
Academia de la Ciencias un nuevo sistema de notación musical ideado por él, con
el que esperaba alcanzar una fama que, sin embargo, tardó en llegar. Pasó un
año (1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un
enfrentamiento con éste determinó su regreso a París, donde inició una relación
con una sirvienta inculta, Thérèse Levasseur, con quien acabó por casarse
civilmente en 1768 tras haber tenido con ella cinco hijos.
Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y
fue invitado a contribuir con artículos de música a la Enciclopedia de
D’Alembert y Diderot; este último lo impulsó a presentarse en 1750 al concurso
convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el primer premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes,
que marcó el inicio de su fama.
En 1754 visitó de nuevo Ginebra y retornó al
protestantismo para readquirir sus derechos como ciudadano ginebrino,
entendiendo que se trataba de un puro trámite legislativo. Apareció entonces
su Discurso sobre el origen de la
desigualdad entre los hombres, escrito también para el concurso
convocado en 1755 por la Academia de Dijon. Rousseau se enfrenta a la
concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado
natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la
civilización las que imponen la desigualdad entre ellos, en especial a partir
del establecimiento de la propiedad, y con ello les acarrea la infelicidad.
En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame
d’Épinay en Montmorency, donde redactó algunas de sus obras más
importantes. Julia o la Nueva
Eloísa(1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión –no
correspondida– por la cuñada de Madame d’Épinay, la cual fue motivo de disputa
con esta última.
En Del
contrato social (1762), Rousseau intenta articular la integración
de los individuos en la comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han
de verse garantizadas a través de un contrato social ideal que estipule la
entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema
dependencia respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de
otros ciudadanos y de su egoísmo particular. La voluntad general señala el
acuerdo de las distintas voluntades particulares, por lo que en ella se expresa
la racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se convierte
en la auténtica realización de la libertad del individuo, en cuanto ser
racional.
Finalmente, Emilio
o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya parte
religiosa le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas
y su huida a Neuchâtel, donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades
locales, de modo que en 1766, aceptó la invitación de David Hume para
refugiarse en Inglaterra, aunque al año siguiente regresó al continente
convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo.
A partir de entonces Rousseau cambió sin cesar de
residencia, acosado por una manía persecutoria que lo llevó finalmente de
regreso a París en 1770, donde transcurrieron los últimos años de su vida, en
los que redactó sus escritos autobiográficos.
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