El
hombre que fue puro celuloide
Manuel
Martínez Carril murió a los 76 años y dejó un legado conectado al cine, a la
Cinemateca Uruguaya y toda la cultura; directores locales y del exterior,
amigos y familares recordaron su vida y su legado
En la sala número 3 del tercer nivel de la funeraria
Previsión estaba el ataúd donde reposaba el cuerpo de Manuel Martínez Carril.
En el ambiente flotaba el invisible y dulzón olor de las coronas de flores: por
supuesto, la de Cinemateca Uruguaya, la institución que comandó por casi cuatro
décadas; la del Instituto Nacional del Audiovisual, la de la Asociación de
Críticas de Cine del Uruguay y la de la Intendencia de Montevideo. De un lado
del ataúd estaba su viuda, su hija y uno de sus nietos. Del otro, un sacerdote salesiano
le pedía a los concurrentes que contaran qué les había dejado Martínez Carril.
Luego de los testimonios, el cura leyó un fragmento de las cartas de Pablo a
los corintios, pronunció un padre
nuestro y se luego se fue. En la pared de la sala había un crucifijo católico.
Toda esta liturgia sorprendió a algunos de los concurrentes. Cristina, la viuda
de Martínez Carril, contó que se casaron por iglesia. Pero otros apuntaron a
que “la verdadera religión” de este hombre que reposaba dentro del ataúd “era
el cine”. El difunto, claro, no decía nada -ya lo había hecho bastante a lo
largo de su vida-, pero hacía a todo el mundo hablar de él. Un hombre que había
modificado para siempre los destinos de muchos de quienes fueron a rendirle un
último saludo.
Amigos
y colegas
Para el cineasta uruguayo Brummel Pommerenck, Martínez
Carril se conecta con sus días de cine de principios de los 70, con la creación
de la Escuela de Cine, donde creó un plantel docente de alto nivel. “Era
impresionante. Martínez Carril creó materias exclusivas para traer a
determinados profesores, como ‘Expresión nacional’, que la daba Washington
Benavídes, o dirección de actores, con Héctor Manuel Vidal”, recuerda
Pommerenck. También recalcó su papel fundamental en la filmación de Mataron a
Venancio Flores, denominada entonces como la primera película uruguaya (un
filme de 1981, financiado por Cinemateca Uruguaya con lo que había recaudado de
taquilla con la exhibición del documental Salve deporte, tú eres la paz, de los
juegos olímpicos de Moscú de 1980).El nombre de la película en plena dictadura
generaba desconfianza entre los militares que controlaban la cultura. Todos los
días Martínez Carril y (el futuro director de cine) Ricardo Casas debían ir a
una comisaría a llevarle el guion a los militares mientras el equipo de
filmación estaba rodando entre Marmarajá y Aiguá.Opinando sobre el mismo
período histórico el crítico de cine Jorge Jellinek dijo a El Observador que en
muchos casos asistir a ver una película en alguna de las salas de Cinemateca
era “encontrarse en un mínimo espacio de libertad”.Pommerenck se hizo cineasta
por Martínez Carril, así como Jellinek se hizo crítico de cine por el mismo
motivo. “Él fue el culpable de que yo siguiera este camino”, dice Jellinek. Los
dos críticos actuaron juntos en la película La vida útil de Federico Veiroj,
también presente ayer en el velorio. El ejemplo de Casas es similar. “Para mí
fue un maestro en varios sentidos. Por el cine que me enseñó Carril y por los
festivales que aprendí a organizar”, dice el director de documentales. El
músico Mauricio Ubal fue uno de los primeros que llegó al velorio. Conoció a
Martínez Carril, “el Gallego”, en dictadura. Con su grupo Rumbo hacia 1980 y
1981 realizaron espectáculos en colaboración con Cinemateca. Luego con su
trabajo con el sello Ayuí se formó una especie de triángulo cultural junto a la
editorial Banda Oriental y Cinemateca. “Éramos instituciones culturales sin
fines de lucro, eran exp
eriencias parecidas de gestión, similares, hechas a
pulmón”, dice Ubal, quien resalta la enorme tarea de la construcción de un
público en épocas donde no existía nada. “No era como hoy, donde con un click
se soluciona todo. En ese entonces la Cinemateca era una ventana a otra cosa”,
agrega. A lo largo de todos sus años en
Cinemateca Martínez Carril hizo proezas increíbles. Una de las más hercúleas
fue traducir del alemán (según sus conocidos, sin saber alemán) las tres partes
de tres horas cada una de Hitler, de Hans-Jürgen Syberberg, ¡y en vivo! Su amor
por el trabajo y la dedicación al cine fue reconocida ayer no solo en Uruguay
sino también en el exterior. Alejandra Trelles, actual directora de
programación de Cinemateca recibió mensajes de pésame de la Cinemateca
Francesa, del cineasta mexicano Paul Leduc y de los festivales de Gramado y
Ouro Preto, entre otros.
El
legado familiar
La historia de
Ana Laura Martínez , hija de Martínez Carril, pinta también el otro lado de una
pasión.D esde los 18 años, Ana Laura trabaja en el archivo de Cinemateca
ubicado en ruta 8.La hija reconoce que en muchos casos, Martínez Carril estaba
más en Cinemateca que en su casa. “Entré a trabajar porque quería saber qué me
sacaba a mi papá”, confiesa junto al ataúd. Es innegable que Ana Laura lleva el
cine en los genes. En el archivo hay unas 23 mil películas, de las cuales tres
mil son uruguayas. “Es lo que tenemos ahora que preservar. Es lo que somos
nosotros”, dice. Allí dentro, su padre debía estar sonriendo.
Extraído de: http://www.elobservador.com.uy/
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