sábado, 30 de agosto de 2014

PLINIO EL VIEJO, UN CRONISTA DE SU ÉPOCA



Cayo Plinio Segundo; nació en Comum, hoy Como, actual Italia, en el 23 A.C, y murió en Stabies, hoy Castelllammare di Stabia, el 25 de agosto de 79. Escritor latino de cuyas obras se conserva su Historia natural, obra enciclopédica que durante la Edad Media fue considerada máxima autoridad en materia científica. Tras estudiar en Roma, a los veintitrés años inició su carrera militar en Germania, que habría de durar doce años. Llegó a ser comandante de caballería antes de regresar a Roma, en el año 57, para entregarse al estudio y el cultivo de las letras. A partir del año 69 desempeñó varios cargos oficiales al servicio del emperador Vespasiano. Agudo observador, fue autor de algunos tratados de caballería, una historia de Roma y varias crónicas históricas, hoy perdidas. Únicamente se conserva su Historia natural (77), que comprende 37 libros y está dedicada a Tito. Escrita en un lenguaje claro y con un rico vocabulario, contiene gran cantidad de información sobre las más diversas disciplinas y constituye un importante tratado enciclopédico que recopila todo el saber de la Antigüedad.
Constituyen una preciosa fuente de información sobre la vida de Plinio el Viejo algunas cartas de su sobrino Plinio el joven,  aparte de las noticias que pueden extraerse de su obra más importante y de la breve biografía seudo-suetoniana que la antecede en los códices. Como muchos jóvenes de la burguesía itálica, Cayo Plinio Segundo marchó pronto de la provincia a Roma para continuar sus estudios y emprender una profesión. Había entrado hacía poco en la abogacía cuando hubo de abandonar la capital para cumplir el servicio militar de levas en Germania, donde, entre los años 47 y 51, sirvió en la caballería a las órdenes de Domicio Corbulón.
Nada se sabe de su carrera en los años siguientes, pero es probable, como se deduce de una alusión de su sobrino, que se mantuviera alejado de la vida pública por hostilidad al gobierno y a la Corte neronianas. Recibió, en cambio, importantes cargos de confianza, en reconocimiento a su capacidad, en tiempos de Vespasiano y de Tito. Según una ingeniosa reconstrucción, no siempre apoyada en documentos, habría sido procurador en la Galia Narbonense (69?), en la provincia de África, y luego en España (73) y en la Galia Bélgica (74); pero mientras la "procuratio" en la España Tarraconense (aun siendo incierta la fecha) está comprobada por una alusión autobiográfica, las otras continúan siendo hipotéticas.
El propio Plinio afirma, en cambio, que fue "contubernalis" de Tito, muy verosímilmente como oficial de estado mayor en Palestina; esta noticia hace más aceptable un testimonio epigráfico (de lo contrario bastante incierto) que le atribuye la "procuratio" en Siria. Ésta sería, pues, la primera ejercida por él, y podría situarse en la época de los tumultos producidos en aquella provincia durante la guerra judaica (70). Sabemos además que en sus últimos años solía dirigirse cotidianamente, antes de salir el sol, al palacio del emperador Vespasiano (aunque él solía trabajar de noche), quizá en calidad de consejero privado.
Plinio el Viejo era prefecto de la flota en Puerto Miseno cuando, en el año 79, encontró la muerte en la famosa erupción del Vesubio que destruyó y sepultó Pompeya y Herculano. La última jornada de su tío es narrada con muchos detalles por Plinio el Joven en una carta a Tácito (Epístolas, VI, 16): a la una de la tarde, su hermana le llamó la atención sobre una gigantesca nube de forma extraña que apareció en el horizonte. Lleno de curiosidad, se disponía a subir a una embarcación ligera para estudiar el fenómeno de cerca cuando le llegaron las primeras peticiones de socorro. Hizo entonces echar al mar los cuadrirremes para poner a salvo al mayor número posible de personas, y se dispuso a dirigirse al lugar de peligro, en el fondo del golfo. Desde cubierta no cesaba de hacer observaciones sobre el importante y pavoroso fenómeno, dictando notas a su escribiente.
Habiendo atravesado el golfo bajo una lluvia de cenizas y casquijos de lava, y siendo ya inaccesible la costa de Herculano y Pompeya, llegó a Stabia, a casa de su amigo Pomponiano, y descansó allí tranquilamente, después de haberse bañado y de haber cenado. Pero a la mañana siguiente, cuando también aquella pequeña ciudad fue atacada de lleno por la furia del volcán y todos trataban de ponerse a salvo en el mar, Plinio, al llegar a la playa, cayó atacado de un colapso cardíaco, abrumado por los vapores sulfúreos que contaminaban el aire.
Una interesante carta de su sobrino a Bebbio Macro (Epístolas, III, 5) nos da también a conocer una laboriosa jornada de Plinio. Por ella comprendemos cómo sus lecturas metódicas, sus asiduas dotes de observador, sus frecuentes apuntes, así como las muchas horas sustraídas al sueño y a la mesa, le habían permitido recoger, aun en medio de sus pesadas ocupaciones prácticas a las que atendía puntualmente, aquel inmenso material erudito que sólo en parte utilizó en sus obras; tras su fallecimiento, el resto quedó reunido en 160 legajos llenos de apretada escritura. "Acre ingenium, incredibile studium, summa vigilantia": éstas son las grandes dotes que exalta en él Plinio el Joven. En verano y en invierno, entre la medianoche y las tres, ya estaba levantado, y salvo breves interrupciones dedicadas metódicamente al descanso, su actividad continuaba incansablemente hasta la noche; también durante la comida, o cuando viajaba, tenía junto a sí a un lector, para evitar la menor pérdida de tiempo. Y nunca renunciaba a tomar apuntes: solía decir, en efecto, que no había libro tan malo que no contuviera algo útil y digno de ser aprendido.
En esa misma carta nos da Plinio el Joven el catálogo completo de las obras de Plinio por orden cronológico. Durante el servicio militar en Alemania escribió el pequeño tratado De iaculatione equestri, fruto de su experiencia directa. En memoria de un amigo, poeta trágico que había sido también compañero de armas, compuso en los primeros años después del 50 la biografía en dos libros De vita Pomponi Secundi. LosBellorum Germaniae libri XX, que lo tuvieron ocupado durante mucho tiempo (47-54?), contenían la relación de todas las guerras de los romanos en Germania y fundamentalmente tenían por objeto celebrar la memoria de Druso y de Germánico.
A esta obra le siguieron (alrededor del año 60) los tres libros del Studiosus (distribuidos, sin embargo, en seis volúmenes a causa de su notable extensión), en los que Plinio el Viejo daba consejos concernientes a los estudios y a la preparación del orador; de los últimos años del principado de Nerón (65-68) son los Dubii sermoniis libri VIII, que trataban de cuestiones gramaticales. Los treinta y un libros de A fine Aufidii Bassi, escritos entre los años 68 y 77, constituyen una historia cuyos límites cronológicos exactos no conocemos (quizá, si a cada año estaba dedicado un libro, del 41 al 77), pensada como una continuación de la historia aufidiana; en ella Plinio el Viejo se proponía exaltar a los Flavios en contra de la dinastía Julia-Claudia, que había dejado un triste recuerdo con su último representante, Nerón.

La Historia Natural de Plinio el Viejo
Pero el nombre de Plinio el Viejo se encuentra vinculado a su última y más importante obra, que es también la única que ha llegado hasta nosotros, la Historia natural. Presentada por Plinio a Tito (a quien había dedicado la obra) en el año 77, fue publicada por su sobrino en el año 79, con inclusión de otro libro (el I) que contiene el catálogo de las fuentes y un sumario general de la obra. Plinio sigue en la Historia natural la estela de Varrón Reatino en cuanto a tendencias culturales y método de investigación, y alcanza una posición de primacía entre los escritores enciclopedistas. Por esta obra, mina inagotable de noticias científicas y de curiosidades, la Edad Media le reconoció fama de sabio universal; también los estudiosos modernos le son deudores de infinitas informaciones sobre el mundo antiguo.
La metodología seguida por Plinio el Viejo se opone totalmente al concepto moderno de las ciencias naturales. Al contrario que Aristóteles en su Zoología o de Teofrasto en su Botánica, no indagó sobre las causas filosófico-naturales ni recogió hechos para obtener conclusiones científicas. Pese a ello, las afirmaciones sin fundamento, las fábulas, las exageraciones y la creencia en la magia y en la superstición de la Historia Natural influyeron en la conformación de la teoría científica y médica de los siglos posteriores. Tal influencia no es ajena a la habilidad con la que Plinio el Viejo reunió de manera metódica hechos sin relación entre sí, a su capacidad de reparar en detalles ignorados por otros, y a los amenos relatos en los que mezcló hechos verdaderos con datos ficticios. En el siglo XIX los estudios latinos destacaron la importancia histórica de esta obra como uno de los más grandes monumentos literarios de la antigüedad clásica.
La Historia natural se compone de treinta y siete libros. El primero contiene el plan general de la obra y da noticias sobre muchos escritores leídos y estudiados. Los libros II-VII tratan de geografía, astronomía y antropología; los libros VIII-XI, de zoología; los libros XII-XIX, de botánica; los libros XX-XXVII, de medicina vegetal; los libros XXVIII-XXXII, de medicina animal, es decir, de cuanto puede obtenerse como medios útiles de los animales y las plantas; y los libros XXXIII-XXXVII, de mineralogía, y, en especial, de todo lo concerniente a los usos del vivir humano y de las artes plásticas. Verdadera enciclopedia, Plinio el Joven la definió como "obra amplísima y erudita, y tan varia como la naturaleza". El material fue obtenido de la lectura de unos dos mil volúmenes, y se citan cerca de quinientos escritores, entre griegos y latinos.
Con todo, no se limitó Plinio a ser un mero compilador. Su pensamiento fundamental responde a la necesidad que tiene el hombre de saber para poder vivir. Mientras los animales -dice- sienten cada uno su propia naturaleza y según ella obran y resuelven sus dificultades, el hombre, por sí solo, nada sabe si no lo aprende; por sí mismo tan sólo sabe una cosa: llorar. La condición esencial de la vida humana consiste en aprender lo que debe el hombre saber y conocer: los lugares en que habita y los hombres entre los cuales vive, los aspectos y los fenómenos del cielo y la tierra y, sobre todo, el mundo vegetal y animal de donde se procura el sustento cuando está sano y los remedios y medicamentos cuando enferma.
Para la historia del arte antiguo encierra particular importancia el grupo de los libros del XXXIII al XXXVII, que estudian la mineralogía y la manipulación de los metales y de las piedras; es el único testimonio que se ha conservado, junto al tratado De Architectura de Vitruvio, de toda una rica floración de escritos sobre las artes plásticas en la antigüedad clásica. Plinio trata del arte solamente de un modo indirecto y desde un punto de vista secundario, en relación con los fines de su enciclopedia. Sin embargo, halla oportunidad para dar valiosas informaciones sobre muchas esculturas y pinturas existentes entonces en Roma y para aportar juicios críticos generalmente emitidos por otros autores como Antígono Caristio y el escultor de la escuela de Lisipo Jenócrates de Sicione (siglo III a. de C.); traza asimismo un cuadro de conjunto del desarrollo del arte antiguo, notabilísimo a pesar de sus imperfecciones.
Compilador concienzudo, más que experto en las artes, Plinio se cuida de indicar, como en las otras partes de su obra, las fuentes utilizadas, ofreciendo así una bibliografía del arte antiguo que es de gran interés para la moderna arqueología. Estos libros dedicados al arte fueron ampliamente conocidos incluso en el Renacimiento; Ghibert se aprovechó de ellos para escribir sus Comentarios, y Cristóforo Landino los tradujo al italiano, junto con el resto de la obra, en el año 1470.

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