Sorpresas te da la vida
Podría contar que estoy
dando clases en contextos de encierro desde el año 2009, que tengo veintisiete
años dando clases de literatura en liceos públicos y privados, pero no:
describiré una clase sobre el canto VII de El Gaucho Martín Fierro, más
conocido como “pelea con el negro” o “va…ca…yendo gente al baile”.
Había notado que un alumno
en particular se había entusiasmado mucho con el tipo de lenguaje utilizado por
la poesía gauchesca, tal vez por la similitud con su propia habla. Por eso
traté de sacarlo de ese que yo creía era su micromundo estableciendo un
paralelismo entre los versos finales de tal canto: “Y dicen que dende entonces,/
cuando es la noche serena,/ suele verse una luz mala/ como de alma que anda en
pena” comparándolos con el comienzo de Cien años de soledad, la novela emblema
del colombiano Gabriel García Márquez.
En ese momento surgió la
primera sorpresa: aquel alumno me interrumpió para decir el nombre del
personaje secundario episódico al que yo estaba haciendo referencia
elípticamente, “Prudencio Aguilar”, dijo, y enseguida una catarata de
sorpresas. “Prudencio era el compadre de José Arcadio Buendía. Un día se
pelearon por una cuestión de honor machista, murió Prudencio y desde ese día su
alma le penó a José Arcadio”.
Sin poder salir del
asombro le pregunté, tímidamente: ¿cuándo la leíste? “A los doce años. No
entendí casi nada. Pero después la he leído diez veces”
Mi asombro siguió
preguntando, ¿a los doce años? “Si, me la regaló mi finada madre. A ella se la
habían regalado, y la había leído, estando presa”.
Resulta que me he pasado
media vida luchando con liceales uruguayos para que se leyeran Cien años de
soledad por considerarla como la más contundente y eficiente novela
representativa del “realismo mágico” y del “boom” de la literatura
latinoamericana, sin lograrlo, y, ahora estoy frente a un alumno privado de
libertad que la ha leído ¡diez veces!
Seguimos hablando de otros
personajes para que el alumno continuara humillando al docente. “Hay muchos
personajes importantes, pero hay uno que es el que más me gusta, el Coronel
Aureliano Buendía, que peleó en treinta y dos guerras y las perdió todas”.
Los otros alumnos miraban
y escuchaban azorados, y alguno de ellos pidió tiempo para escribir el nombre
de la novela y su autor, pues se decidió a leerla “en cuanto pueda”.
Continué abonando la
curiosidad que se había despertado en el grupo, centrada en la novela del
Premio Nobel colombiano, reconociendo que es necesario leerla una primera vez
aunque no se entienda mucho. Que esa dificultad radica en el árbol genealógico
de los Buendía y la sucesión reiterada de los mismos nombres de pila de los
personajes hombres, Aureliano y José Arcadio. Ahí vuelve a la carga mi alumno
lector: “para no quitarles sorpresa a los que van a leerla, no les cuento de
Remedio la Bella
ni de los pergaminos del gitano Melquíades”.
¿Hace falta que diga el
nombre y el apellido de semejante alumno? Existe, doy fe que no se pierde
ninguna clase, al menos por su voluntad. Tiene una hija de 10 años que lo trata
de “ñery” y de la que me cuenta “maneja la ceibalita táctil a una velocidad
asombrosa”. ¡Ah!, y está esperando salir en libertad próximamente.
Terminó la clase, salí al
día soleado de primavera, caminé los tres kilómetros hasta la parada de
ómnibus, mientras ellos volvían a sus celdas.
Profesor Miguel Millán
(COMCAR y Canelones).
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